miércoles, 26 de diciembre de 2012

EL VIAJE A NUEVA YORK


No puedo culpar al mono. Lo escuché y punto. El resto es asunto mío. Desde hace tiempo me animaba a viajar; sin embargo, el interés por terminar la novela era tal que el viaje se había convertido en un sueño sobre el que apenas me centraba y, cuando lo hacía era de muy de tarde en tarde. Fueron las noticias de los diarios donde encontré la excusa para viajar; añoraba esos fantasmas que me habían alumbrado la adolescencia y anhelaba el encuentro idealizado y la peregrinación al inmueble de culto. Mi particular Meca.
Me decidí, y empleé esa mañana de Agosto en husmear en internet, busqué una oferta que no desbordara mi bolsillo y..., finalmente encontré la ganga que esperaba, por unos seiscientos euros encontré un viaje a Nueva York. Sí, por seiscientos euros, ida y vuelta con hotel incluido.
Noté la crisis, Yanquilandia al alcance de la mano -pensé. Me arriesgué y efectué la compra, dejé que los dígitos de mi visa se perdieran por la red y, en cuestión de minutos un correo me anunciaba la confirmación, el número de vuelo, hora de salida y de llegada, y lo más importante: la reserva del hotel.
Solo, sí solo; era mi sueño y no podía desperdiciarlo con nadie más. Algo de canguelo pasé en el aeropuerto de Madrid, con tanta pasma mirando tan desafiantes a los viajeros. Pasé los ridículos controles de metal, dejé que me fisgonearan por los rayos X y nada. ¿Qué coño se pensaban que podía ocultar en el agujero del culo? ¿Acaso un porro? No me van las coñas marineras, nunca me han ido. Confíe mis enseres en el destino, y únicamente subí con lo necesario y mi portátil. La rubia que me encasquetaron al lado me importaba un rábano, no iba a dejar que me distrajera. La mujer de mis sueños no era rubia precisamente. Las rubias suelen llevar algo de artificio encima como si fuera marca de la casa; donde se ponga una morena de labios gordos que se aparte lo demás.
Aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Newark, 16 kilómetros me separaban de mi destino. Trinqué mi maleta y pasé los controles. Me dirigí a la salida. Tomé un taxi que me dejó en mi hotel, el tío cobró y se largó con viento fresco. Recogí la llave en recepción, deshice el equipaje y me duché. Me tumbé un rato en la cama. Cuando bajé, la chica de recepción me facilitó un mapa de la zona y, me señaló los lugares que eran de mi interés. Me compré un bocata en un colmado y caminé... caminé...
¡Por fin llegué! Me senté enfrente, en la acera. Frente a la fachada: el objetivo de mi móvil. Fascinado. Si, estaba fascinado, hacía tiempo que algo no me embargaba de esa forma. ¿Por el color de su fachada? ¿Por el deterioro de la misma?...
Algo así como -What are you doing here? -Fue la intro al interrogatorio de la enorme mujer policía negra que se acercó por detrás y tocó mi hombro, sacándome de mi estado de somnolencia, consecuencia de las horas de vuelo y, del cambio de hora.
Nothing – le respondí en tono amistoso.
Where are you from? Acaso hispano -añadió
Tánto se me nota -pensé.
Abandoné mi inglés macarrónico e intenté dialogar con ella. ¡Ganármela, vamos! No, soy español, para tí puede significar lo mismo.
What? -Me respondió con esa resonancia extrema que tienen los negros al pronunciar.
Llevas mucho tiempo aquí sentado ¿Por qué?
Entendí que cumplía con su trabajo, y reconozco que me embargó con su presencia. No me atemorizó, a pesar de su tamaño, de sus gruesas piernas, de su entubado uniforme, de sus enormes tetas: que a semejanza de dos globos aerostáticos parecían pugnar entre ellos por asomarse para respirar por encima de la camisa que la encorsetaba.
Sin embargo, eran sus morros, sus gruesos labios los que me erotizaron. Me pregunté entonces cual era la verdadera razón por la que Crumb, había dejado América para instalarse en el sur de Francia.
Semejante especimen bien merecía abandonarse y... dedicarse uno a la vida contemplativa.
Me marcho – Me dijo, tienes todavía una hora por delante. Mi sustituto no creo que sea tan paciente como yo. Andate con cuidado.
Chao -le respondí sonriente y agradecido. Se perdió calle abajo, moviendo armónicamente su enorme pandero al tiempo que se fundía con la oscuridad reinante.
Centré la atención en la puerta principal del viejo edificio. En el ir y venir de la clientela del restaurante que ocupaba los bajos, me servía de distracción. Tomé fotos con el móvil hasta agotar la batería. Pocas luces eran las que alumbraban el interior. A pesar del gasto, el servicio de seguridad aún lo mantenían. Me quedé frito junto a los coches aparcados junto a la acera y, fue el mono el que me zarandeó el hombro y el que me devolvió a la realidad. Caí en la cuenta del consejo de la policía negra. Al incorporarme, vi aquella otra mujer caminando, con la cabeza gacha, tan pintoresca, cargada con bolsas, supuse que se dirigía hacia el hotel. Cruce la calle corriendo, y en un pésimo inglés le dije que quería ayudarla. Me miró, con su cabeza enmarañada de pelos y cintas. Me contempló de arriba abajo.
¿Va usted al hotel? Verdad -le pregunté
Claro -me respondió.
¿Dónde pensaba que iba a ir a estas horas?
¿Pero no me dejaran entrar?
No te preocupes, si vienes conmigo nadie hará preguntas.
Tomé una de las bolsas. Le di mi mano libre y entramos agarrados como dos novios.
Nadie se percató de nuestra presencia. Tomamos el ascensor. La miraba de reojo, me resultaba familiar. Me invitó a entrar en su habitación.
Deja la bolsa ahí y ven, siéntate a mi lado. ¿De dónde eres? - preguntó. La obedecí y mientras ella se acomodaba al filo de la cama, tomé una silla y me acerqué, al tiempo que le decía -De Madrid.
Y rompió a reír. Carcajada tras carcajada, convulsa. ¿De Madrid? Y qué coño haces aquí. -Respondió mientras se levantaba, se arrimaba al armario y sacaba una botella.
Me enteré de lo del Hotel, y vine, no podía dejar que pasara el tiempo, permanecer allí como un inútil. Y seguir las noticias por internet.
¿Internet? -preguntó. Bueno es un poco tarde, me voy a echar un rato. Mañana acomodaré esas baratijas. Ahí tienes el suelo y la alfombra – Me dijo señalando el piso de la habitación. Y mientras rompía a reír a carcajadas me dijo : No pensarías que me lo iba a hacer también contigo,¿Verdad?
Fue entonces cuando me fijé en el retrato que descansaba sobre la mesita de noche. La reconocí, era ella, Janis. Nunca se había ido. Había permanecido allí durante todos estos años... tal vez esperándome. La obedecí, ni me quité la ropa me tendí a los pies de su cama como un perro. Y cerré los ojos...
Aún estoy esperando a que vengan a servirnos el desayuno.

lunes, 10 de diciembre de 2012

SOPA DE TOMATE


Tras el almuerzo, mientras los platos se dejaban acariciar por el estropajo jabonoso, él dirigió la mirada hacia el escurreplatos, para ganar tiempo.

La cena apuntaba como otra de sus asignaturas pendientes y, al observar lo poco que quedaba en el refrigerador, preguntó a su compañera qué hacer para engañar el estómago de la vieja y el suyo propio.

-Déjame ver qué tienes ahí -le instó ella.

Él se apresuró a abrir la inmaculada portezuela, y a continuación se limitó a señalar con el dedo.

-Ajá. Bueno, tienes avíos para esta noche. Tomate, cebolla, ajo y apio. Con esto no necesitas nada más. Prepara una buena sopa de tomate cuando regreses. Yo te dejaré cortada la cebolla y el tomate, y te lo dejo en el frigorífico.

La compañera se afanó en la labor, mientras la vieja entraba en éxtasis enfrentada al televisor. Recogieron las migas de la mesa y rotaron el hule alrededor del palo. Se fueron a la cocina, la anciana levitaba ausente.

Al cabo de unos minutos pasearon tranquilos hasta llegar al trabajo, se enzarzaron en sus respectivos teclados y a las nueve recogieron. Ella lo acompañó hasta su casa, como de costumbre, para enfilar a continuación la autopista hasta su particular nido.

Cuando él subió, hizo vibrar el timbre de manera insistente. La vieja le abrió, no hubo palabras ni gestos. Mientras él se descalzaba, la mujer le preguntó si debía hacer algo. Él le respondió taxativamente: pon la mesa. Ella obedeció y a continuación le hizo la pregunta de rigor: ¿cuchara o tenedor?

-Para mi, cuchara.
-¿Qué vamos a cenar?
-Sopa de tomate.
-A mí me pones poco.
-Cuando termine te sirves lo que te de la gana.

Puso la cazuela a calentar con un chorreón de aceite y añadió la cebolla que su compañera había cortado en juliana fina tras el almuerzo. Una vez rehogada la cebolla agregó un par de dientes de ajo cortaditos en rodajas y, a continuación, el tomate cortado también en cubitos pequeños. No conforme con su estreno, más tarde añadió un poco de apio y algo de calabaza.

Mientras el tomate se freía lentamente, encendió otro fuego y colocó la plancha para tostar unas rebanadas de pan. Después, revisó el tomate y vertió el agua, un poco de sal y una pastilla desmenuzada de caldo de pollo. Llevó a ebullición la sopa y dejó cocer media hora.

A última hora recordó el consejo de su compañera: unas cucharadas de queso rallado potenciarían el sabor del tomate y la cebolla.

Salió de la cocina y se sentó en el sofá contemplando a su madre que se había quedado dormida. Al cabo de un rato miró el reloj, se fue a la cocina, probó el caldo y sacó los platos de la alacena. La sopa estaba en su punto. Entonces lanzó un grito a la madre y ésta se apresuró a sentarse a la mesa. Cenaron sin mediar palabra.

Ingredientes:
Cebolla
Tomate
Ajo
Aceite
Apio
Calabaza (opcional)
Pastilla de caldo
Queso rallado (opcional)
Pan tostado y agua.

jueves, 15 de noviembre de 2012

POLLO AL AJILLO


¿Cómo debería preparar el pollo para hacerlo al ajillo? Preguntó él.

Es muy fácil -dijo la mujer y añadió: sólo tienes que trocear el pollo, salpimentarlo y, antes que nada echas un poco de aceite en la cazuela, una hoja de laurel, y cuando esté caliente añades unos dientes de ajos, los refríes y los sacas. Coloca entonces, en el aceite, los trozos de pollo y los dejas un buen rato; cuando estén dorados vuelves a echar los ajos y añades el vino blanco, lo pones a fuego lento hasta que se vaya consumiendo el vino y se quede en el aceitito. De vez en cuando mueve las piezas. Lo puedes hacer mañana noche, y así tendrás listo el almuerzo del lunes.

Al día siguiente, la mujer le preguntó por la experiencia y él le contestó que había ido bien. Al mediodía, al terminar la jornada de trabajo, se fueron juntos a la casa de éste para disfrutar del pollo al ajillo y de la compañía de la vieja que a esa hora estaría rumiando, acomodada en el sofá frente al televisor, embelesada como un momia.

Al destapar la cazuela, la mujer lo miró con desconcierto: ¿Con esto piensas que vamos a almorzar los tres? ¿Dónde está el pollo? No veo los contramuslos ¿Y ...la pechuga?

- Ahí esta todo.
- ¿Cómo va a estar todo?
- Lo juro, troceé el pollo como me dijiste, eso sí le quité la piel.
- La piel no influye, aquí falta pollo. Se lo habrá comido ella.
- ¿Cómo se lo va a comer?
- ¿Cenó anoche?
- No, se fue a la cama malhumorada y no consintió en cenar.
- Ahí tienes la respuesta. No cenó, seguro que cuando se ha levantado esta mañana y le ha dado el tufillo del pollo se ha servido algunas piezas.
- ¡Vamos! No seas de tu pueblo.
- !Que sí, que me la conozco! Las otras veces ha sobrado comida y para esta tendremos que freír papas si queremos almorzar los tres.
- Está bien, ya las pelo yo.

Él tuvo que reconocer para sus adentros que era poca comida, pero no se explicaba el misterio. Enseñó a la compañera la pieza que había guardado en el congelador, era la espalda del pollo, puro hueso para hacer caldo. Una extraña sensación le vino al tiempo que la sujetaba, prefirió callar. La guardó otra vez en el congelador y los tres se sentaron a la mesa. Durante el transcurso del almuerzo, la vieja sólo levantó la cabeza del plato para alabar el trabajo del hijo: ¡Qué buen cocinero te estás volviendo!

Sí -contestó él-, con la ayuda de ella, que es la que me enseña.

Ingredientes:

Pollo troceado y despellejado.

Un par de cabezas de ajos.

Aceite y vino.

Laurel, sal y pimienta.

miércoles, 10 de octubre de 2012

LADY GAGA - JULIÁN ASSANGE

Mi pintoresca prima Stefani Germanotta, más conocida como Lady Gaga, estuvo días atrás en Londres para promocionar su nuevo perfume FAME, único por su color negro (he de aclarar que el vídeo promocional huele a ciencia ficción). Stefani, que no tiene un pelo de tonta, tras hacer su promo correspondiente en los almacenes Harrods, siguió los consejos del compositor MIA y visitó a Julian Assange en su encierro voluntario en la embajada de Ecuador.

Mi parienta, pasó un buen rato con Julián y, como manda la tradición británica, sorbieron juntos un té en el cuartito de este. La fama de rompebragas que Julián se ha ganado en Suecia no ha suscitado temor entre las féminas famosas. Numerosas son las celebridades que comienzan a desfilar por los aposentos de Assange para hacerse la foto y tomarse un té.

En otros tiempos, la gente hacía peregrinación a Lourdes; hoy en día, muchas prefieren peregrinar a la embajada ecuatoriana de nuestra vecina british. Mi prima estuvo cinco horas con Julián y abandonó la embajada a medianoche.

¿Quién será la próxima?

domingo, 23 de septiembre de 2012

PELEA DE GATOS


Al cabo de un rato, la rubia se acerca a su marido y le pregunta:
-¡Oye! ¿Tu madre no piensa levantarse hoy? Espero que no le haya dado un yuyu con el aloperidol que le dí ayer tarde. Ah no..., mírala allí, espatarrá en la cama a medio tapar. ¡Uhm! Respira; y bien que lo hace. ¡Mira! mira que resoplidos da. A este ritmo, empalma el desayuno con la cena.
Bueno, observa qué macarrones te he preparado. Te vas a chupar los dedos. Anda, vamos a la mesa y deja la caja tonta que te vas a volver mongolo.
-¿Mongolo yo? Mongola tú. Anda lúcete, que para eso te mantengo. Mueve el culo para mí.
-Oing... ¿Ya has vuelto en ti? Pareces una culebra, siempre aletargao, o serpenteando por la casa. Qué vas a hacer ahora ¿brincar y morderme el cuellito?
-¿Aletargao yo? ¡So lagarta! Que te pasas las noches de coña por ahí ¿Qué se te ha perdido en la calle? ¿Por qué razón no pasas más tiempo conmigo? Deberías estar aquí todo el día sentadita como una niña buena.
-¿Qué te pasa de pronto?, ¿te han amargado los macarrones la sobremesa? Mejor sería que te callaras, y así no sube el pan.
-El pan no lo voy a subir yo pendona, el pan lo sube el gobierno.
-Dirás tu gobierno, porque son a ellos a los que has votado tú y tu incompetente madre; que al ritmo que va el asunto seguro que nos quedamos sin la pensión de la vieja.
-No llames a mi madre vieja. Vieja lo serás tú, que con esos pellejos que te cuelgan del cuello, pareces una tortuga boba.
-Habla, habla, dale al pico; que el día que se me inflame la entrepierna salgo por patas de esta casa y no me vuelves a ver.
-¡Vete y no vuelvas!
-Porque estamos en un bajo. Si viviéramos en un primero te tomaba en brazos y te arrojaba desde la ventana a la puta calle.
-¡Desgraciada! Métete los macarrones donde te quepan.
-Eso voy a hacer, no te quepa la menor duda. Toditos para mí; y si tienes hambre, que tu madre se meta en la cocina y te prepare unas lentejas.
Chao mi amorrrrrr..., me voy a la calle a rular; seguro que encuentro un jamelgo a mi altura.

domingo, 16 de septiembre de 2012

CHAMPÚ DE CABALLO



¡Qué sofoco! Abrir la puerta de la calle y comprobar que mi Pepe no está acurrucado en el sofá.
¡Mal de ojos para mi suegra!..., que seguro se lo ha llevado a rastras a la cama. Bien se le podían torcer las piernas, caerse de bruces y estampar el careto contra el gres del salón; sería una buena forma de asegurarle una butaca de primera en el cielo de los enajenados. Estoy segura de que no caerá esa breva y tendremos suegra para rato.
Bueno, me ducho, me recojo el pelo y me tiendo a los pies de mi Pepe para hacer mi papel de amante fiel. Y a esa que le den, para cuando se levante mi Pepe le habré calentado el nescafé, nos desayunaremos unos buenos churros, y para ella... el pan de ayer, que se apañe unas rebanadas fritas en la sartén, a ver si con eso los cuatro dientes que le quedan se le jubilan anticipadamente y la exhibimos en la próxima feria como fenómeno aborrecible.

Uhmnnn... mi Pepiño ¿Ya te has despertado? ¿Cómo te ha sentado el cafetito de la mañana? Si, no me mires así, ya sé que ayer fui mala y me escapé mientras dormías, pero ya ves... aquí estoy como siempre, pendiente de ti. Qué van a ser hoy ¿las uñitas de los pies? ¿Quieres que te las cortes mientras ves la tele? Por tu mami, no te apures, no te la vas a cepillar, déjala que ronque, que el día es muy largo y es muy pesada. Mientras más ronque, más libre estaremos nosotros.

Bueno, te voy a acomodar en el salón, mientras... me acicalo, me lavo la cabeza con el champú de caballo, ese que anuncian a discreción las pavas en internet y le dejo a ella, a tu mami, los platos y las tazas para que se entretenga con el fregado y se sienta útil. ¿Qué te apetece para almorzar? Macarrones, espaguetis... ya sabes que hoy toca pasta. La herviré yo, y no pongas esa cara que a ti siempre se te pegan al cocerlos ¿Cómo los vas a querer, a la boloñesa, a la carbonara?
Bueno, se ve que hoy no te has levantado muy hablador ¿Quieres que te sacuda la manguerita? Venga... no pongas esa cara, que nadie me está oyendo, y por tu madre no te preocupes que a buen seguro el haloperidol está haciendo su efecto.

Ahí con los teleñecos ¡Qué barbaridad, cómo pesas! Ni que tuvieras adoquines en los bolsillos, a la hora del almuerzo te las apañas tu y te sientas a la mesa, que yo no te traigo los platos al sofá.

Ya estoy de vuelta cariño. Qué, cómo va la caja tonta, te pone o no te pone. Por cierto, mira cómo me ha dejado el pelo de lustroso el champú de caballo. Tal vez debería probarlo tu madre, a lo mejor le despeja la mente.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

sábado, 1 de septiembre de 2012

PASADA POR AGUA



Aquí sigo, con el polo en la mano, a punto de llevármelo a la boca, de chuparlo como se merece. Aaaaaggghh! Aagggh! Slubbbrrr... ¡Cómo pasa el tiempo! ¡Qué tarde es! Es la hora de salir. Aprovecharé que mi Pepe se ha quedado frito en el sofá. Antes de salir, un poco de rímel en las pestañas y un poco de carmín en la boquita. Buenos cómplices que lo enmascaran todo, y a la calle con mi bolsito. Ahora sí, como nueva ¡Flamante!

A la calle, a la calle, antes de que el gallo comience con su cacareo diario. Aún queda alguna que otra silla en las puertas, eso es lo que me gusta de este barrio, esta confianza en ocasiones excesiva, un pueblo dentro de la ciudad, tal vez con demasiados chinos, que parecen ser la plaga del siglo.
Ni un alma, ni siquiera los choros, a estas horas estarán durmiendo junto a las camas de sus madres. Por la hora que es, seguro que mis amigos también habrán salido a pasear su manguerita.
¡Manguerita! Sí, eso es lo que necesito, una buena manguera que me ayude a bajar la temperatura.
Míralos, ahí junto a su boca de riego favorita.

  • Eeeeeeeeeehh, eeeeeeh! -les grito.
    Se miran con complicidad; adivino sus pensamientos pornográficos, son así de básicos. Leona que es una, o más bien debería decir larga. Larga, lagarta.... Aaahh, qué se me va la ollaaaaaaaaaaaa.
Sacudo el brazo al viento.

  • Eh chicos ¿Sois capaces de levantar la manguera entre los cuatro y perderme? Ja,ja,ja... -si me viera, la madre de mi Pepe, la palmaba. Valiente bicho está hecha, aún no se ha dado cuenta de que el hijo es más viejo que un núo.
¡Qué chorro, Dios mío! Cómo me voy a poner, pingando sí, pingando. ¡Pa mí..., to el agua pa mí! ¡Qué ricaaaaaa! ¡Más, quiero más!

Míralos, están que se salen..., pobrecitos qué salíos están. Vale, vale, mañana más. Ahí se quedan con la miel en los labios, saben que regreso una mañana sí y otra también. Se piensan que un día de estos caeré como una perra y me pondrán a cien. Que piensen que el pensamiento es libre y no lleva recargo de IVA. Ja,ja,ja...
¡Aggh! Fresquita, chorreando y con estos patajes me voy a la avenida de Hytasa, a dar vueltas cerca del Mercadona, que es la zona más impersonal y pimpi del Cerro. A estas horas, los capullo más madrugadores comienzan a salir con sus maletines. Qué contraste tan grande con mi calle, donde aún los bautizos se festejan con una hoguera en la puerta y con palmas rocieras hasta las tantas de la madrugada. Qué se le va a hacer, ciudad de contrastes.

Mira ese que viene ahí, la cara que está poniendo nada más verme. Se pensará que estoy loca.

  • Uuuhhh... -le digo al tiempo que levanto mis brazos, como en The Walking Dead. Que soy de carne y hueso, capullo. Qué no te voy a comer ¿No has visto nunca a una mujer con hambre?
    Ja,ja,ja.. Mira como aligera el paso, se pensará que soy la loca del barrio. Tal vez se me haya corrido el rímel con el agua y me dé un aspecto fantasmagórico. Bueno, me voy pa mi casita antes de que se despierten mi suegra y mi Pepe.

¡Chao, gente!

viernes, 17 de agosto de 2012

MAL DE OJOS Y MENSTRUACIÓN


Pasaron días, y el teléfono no sonó ¡Qué ingenua he sido! pensar que alguien, a estas alturas, llamaría para disculparse. Ahí está mi Pepe, sentado frente al televisor brincando con su consola como un quinceañero. Siempre tiene algo entre las manos, siempre, cualquier cosa es buena para él. Ni tan siquiera me pregunta qué tal me va.

¿Qué si me apetece un helado? Claro, con este calor quién se resiste. Un polo también, y si es de fresa tanto mejor; siempre me han gustado los polos de fresa.

Uff... con que cara regresa mi Pepe.

  • Te he pillado, guarra. ¿Qué tienes en el congelador?
  • Ja,ja,ja,ja.... No me costó hacerlo. Es lo menos que puedo hacer con los cerdos que te llevan a la quiebra.
  • Creo que el papelito te delata. El contenido de la bolsa no será lo que me imagino.
  • ¿Qué piensas que es?
  • Acaso tienes alguna prenda de él para hacerle un conjuro.
  • No me hace falta, Nancy me asesoró y me dijo cómo hacerlo.
  • Nancy es sólo una muñeca, no creo que se haya metido a hechicera.
  • ¡Qué ingenuo eres! No me refiero a la muñeca de la mesita de noche, ha sido mi amiga Nancy, esa que tú dices que tiene una lengua viperina. Ella me asesoró de cómo sacarle partido a mi menstruación.
  • ¡Qué puerca eres! En el congelador tengo la comida del perro.
  • No te preocupes, que la sangre la he dejado dentro de una bolsa de plástico. Como comprenderás, no iba a meter el papelito con el nombre de tu compadre dentro de la bolsa. Lo he dejado simplemente dobladito y fuera, para que le llegue y se vaya contorsionando en su asiento. Es una forma de desearle lo peorcito, que todo le vaya mal. A él y a su puñetera mujer, que se pensaba que por siliconarse la bouche y chutarse el entrecejo iban a salirle novios a patadas.
  • No me imagino cómo lo estarán pasando...
  • Pues hazlo. Seguro que pierden todos los clientes. Además, hay conjuro para rato. Y bueno, espera, espera al día del juicio final, ese día seguro que se cae por las escaleras y se fractura la pelvis antes de entrar en la sala.
  • ¿Quién?¿ Él o ella?
  • ¡Qué más da! Aunque puesta a elegir, prefiero que sea él quien que se parta las piernas. A ese enano hijo de perra le deseo lo peor.
  • Vale, pero antes que pague.
  • Claro que pagará… Y dame de una puñetera vez el polo, que con el tiempo que hace que lo tienes en la mano, lo único que voy a poder chupar es el palo.
  • Eso, es lo que tú quisieras, chupar también el palo.
  • No me tires de la lengua desgraciao, que te conozco y te veo venir.
  • ¡Juaaa! ¡A chuparlaaaaaaaa!
  • Eso quisieras tú, pero te vas a quedar con las ganas. Vete al baño y hazte la permanente, que para eso te pintas muy bien solito.

Mira... mira, como corre. Ja,ja,ja... cómo sé donde darle y que más le duela, y sin mancharme los dedos.

¡Que bien me está quedando mi diario! Esta vez le toca a Ramble on, también de los Led en versión de Vanilla Fudge. ¡Que pedasssso de disco, ja,ja,ja...!

lunes, 13 de agosto de 2012

BLONDE ON THE BEACH


Estoy hasta el gorro de la familia. Y lo llamo familia por llamarlo de alguna manera. Lo decidí, pues, sobre la marcha; quedaba poco para finalizar el verano y consideré, que tal vez, otra ocasión como esta no se me presentara. Tomé la sombrilla, la nevera portátil, la colchoneta hinchable y di un silbo al perro , que no se lo pensó dos veces: el animal, dio un brincó y se atrincheró bajo las toallas en la parte trasera de la caravana. Miré el bolso, no es que me sobrara la plata, pero sí portaba lo suficiente como para regalarme un buen fin de semana desparramada sobre la arena de la playa. Una vez en el vehículo, metí la llave en la ranura y giré un par de veces, el trasto arrancó sin mayor esfuerzo, el ronroneo del motor me sentó como una caricia. Con la sonrisa en los labios, ni tan siquiera me asomé por la ventanilla para decirles “hasta luego”, me marché sin más, como perra a la que le quitan pulgas. ¡Dios! Qué a gusto me sentía. Ni tan siquiera me hice la pregunta de si me echarían en falta. Me largué con viento fresco, con el deseo de ser abrazada por las olas del mar vecino, y dejar el arrope para la luna llena.

Mientras abandonaba el barrio, contemplaba desde la ventanilla cómo los zagales disfrutaban de las piscinas de plástico que sus viejas les regalaban junto a la puerta de las casas. Los sábados, los municipales descansaban, razón por la que todo el vecindario se hacía cómplice, y el agua se regalaba de modo generoso. Un ambiente entre kitch y desolador, que a un guiri podría resultar cuanto menos curioso y tentador para inmortalizar con una instantánea.

El día más caluroso de todo el verano, predicaban desde la emisora a todo volumen, te podías freír a pleno sol, ya que a la sombra se superaban los cincuenta grados. Me libro de toda esta mierda -pensé, me merezco un descanso, lejos, bien lejos. Salí de la ciudad, y mientras conducía me acordé de Alejandro y de su barra para los labios. Con una mano al volante, utilicé la otra para hurgar en el bolso. Mi móvil, sin él no soy nada. Mis dedos parecían ansiosos, se deslizaron con agilidad y marcaron su número....

  • ¿Ale?
  • Sí -me contesto él.
  • Soy yo, yo, Mirna.
  • ¿Mirna Loy...? ¿No te habrás confundido de número? Estás hablando con William Powell.
  • Ja,ja,ja,jaaaaaaaaaaa..... Siempre de coña, eso es lo que más me gusta de ti Alejandro. Voy camino de Matalascañas. ¿Te apetece un baño?
  • ¿Allí? Eso es como buscar una aguja en un pajar.
  • ¡Venga ya! No te apures, estaré sola, al final, donde Cristo perdió las vergüenzas ¿te acuerdas?
  • Como para olvidarlo.
  • Voy de camino con mi chucho. Te esperamos.
Me gustaba Alejandro, porque siempre estaba dispuesto para hacerte un favor de la índole que fuera.

Al cabo de una hora y media estaba en Matalascañas. Pasé las dunas, y continué por el camino que a todos los perdidos nos brinda esa playa para encontrarnos. Al llegar al lugar, abrí la puerta de atrás y dejé que el perro saltara a la arena: después saqué la sombrilla, la abrí y la clavé en la arena: me despeloté viva y corrí brincando sobre la ardiente arena hacia el agua. Estaba fresca, el mar me abrazó familiarmente y con deseo, como al amante que hace tiempo que no ves y está falto.

Salí del agua, no con cierta pena de dejar a ese amante a la cuarta pregunta, tome la toalla y la restregué con fuerza contra mis cabellos. ¡Uagggggg! ¡Como nueva! Ahora que venga Powell que me lo como -pensé. Me tendí bajo la sombrilla, el chucho escarbaba, en la radio Vanilla Fudge me animaba con su particular versión de Dazed and confused de los Zeppelin. Madurita y dispuesta, eso no pasaba antes, en la desgraciada época de Pepe. Las cosas han cambiando, espero que para mejor. En ese soliloquio me quedé dormida.

Cuando me desperté, la yema del dedo gordo del pie de Alejandro me acariciaba el vientre. Allí estaba él, de pie, con el sol a su espalda dibujando una silueta negra.

  • Vamos Ale, relájate, que no soy tu madre, estás como en familia, despelótate y tiéndete acá.
    Alejandro no abandonó sus lentes oscuras, no creo que por timidez, tal vez para que no le adivinara qué pensaba. De rodillas a mi lado, me fue acariciando con su dedo índice sinuoso, como si una pitón me estuviera reconociendo. Se levantó, me dijo que el coche lo había dejado tras las dunas, que se iba a acercar por una birras fresquitas, asentí, y se marchó.
    Bueno, hace un par de días que regresé a Sevilla.



Estoy en casa, escribiendo este mail a mi amiga Fani y... Aún estoy esperando que Alejandro regrese con las birras. ¡Un desastre!

martes, 7 de agosto de 2012

PAUL AUSTER EN EL MERCADONA


Al cabo de un mes, he salido de mi asombro y de mis dudas. Aquella mañana del caluroso mes de Julio, me habían citado en el centro de la ciudad, en una de las calles discretas de la Alameda de Hércules.
Hice tiempo en el local, charlando con los jóvenes de variopintos pelajes concentrados allí; todos de diferentes nacionalidades, atentos y educados, criaturas para las que chapurrear el español no entrañaba problema alguno.
A ellos les pareció interesante el trabajo del ilustrador que habita en mí. Sin embargo, la excusa de la cita era poner rostro al cruce de mails que desde hacía tiempo se venían cruzando entre el sujeto al que yo esperaba y mi verdadero yo.
Me ofrecieron agua, y el vaso de plástico con el preciado elemento colmó mi sed. Para cuando apareció el protagonista había transcurrido algo más de media hora.
Me quedé mirándolo, con una enorme interrogante en la conciencia. Aquel rostro me resultaba familiar. Busqué en mi cerebro la imagen en la cabecera de algún periódico y su titular. Tras unos segundos de frenético trasiego me vino un nombre al azar: Paul Auster.
Pero no -me dije, no puede ser. Demasiada coincidencia -pensé, y lo deje pasar. Nos concentramos todos alrededor de la mesa de camilla, con un portátil en el centro, tipo guija electrónica. El ordenador, durante más de dos horas, estuvo girando victima de dedos curiosos. Nos despedimos al final de la exposición, apenas me quedaba fuerza para seguir hablando. Quedamos emplazados para un segundo encuentro, esta vez en mi estudio.
Durante el camino de regreso, me estuve preguntando si él se había presentado, y con las mismas se lo conté a mi mujer que, extrañada, me preguntó si a la hora de saludarnos, el individuo en cuestión me había dado su nombre, a lo que yo respondí encogiéndome de hombros.
Los días pasaron y de nuevo el cruce de mails se reanudó. Por fin quedamos, y esta mañana salí de dudas. Primero me telefoneó y de forma pausada con un inglés con marcado acento neoyorquino me preguntó por mi dirección. Le indiqué cómo llegar y le dí el nombre de las calles más conocidas de la zona para que le sirvieran de referencia. A la una y media pasadas, sonó el timbre de la puerta, me acerqué y abrí. Allí estaba, alto y sonriente, con sus enormes ojos llenos de desparpajo. Le invité a pasar y me siguió por el profundo pasillo que desemboca en el patio; el sol nos abrazó durante unos segundos y al penetrar en el estudio ambos nos sentimos reconfortados. En esta ocasión fui yo quien le ofreció el vaso de agua en vaso de plástico. Le presenté a mi mujer y a Hilario. Mi mujer se ruborizó. Soy Paul -le dijo él acercando su rostro al de ella y besándola en la mejilla. Mientras nos acomodábamos en torno a mi ordenador la miré de reojo y la vi desviar su mano hacia la mejilla recién besada. Finalmente ella se marchó y nos dejó a los tres: Paul, Hilario y yo.

Hablamos de los perfiles de los candidatos a las prácticas y de su cobertura, me esforcé y acabé chapurreando el inglés que había aprendido durante mi estancia en Tokyo. Al cabo de un rato, con todos los deberes hechos por ambas partes, nos dimos la mano, se despidió de todos y quedamos para vernos en Septiembre.
¿Y Bien...? -le pregunté a mi mujer que me respondió sin dudarlo: Sí, sí. Es él, pero mucho más joven. Es como si hubiéramos retrocedido en el tiempo. Está mucho más joven.
Bueno guapa, vamos. Que se hace tarde -le dije.
Hilario se marchó también, y nosotros caminamos hacia el coche.
Bien, ¿no tienes que decir nada? -pregunté a mi mujer.
Nada, aún estoy nerviosa, paramos en el Mercadona y mientras yo aparco tú haces la compra -me contestó.
Me bajé del coche y al ir a entrar me volví a encontrar con él. Paul salía con sus compras.
Hola John -me dijo. Y entré, pensando en la cara que pondría mi mujer cuando le contara.
Al cabo de pocos minutos, después de hacer mi compra, regresé al coche.
¿Sabes con quién me he encontrado al entrar en el Mercadona?
¿Con quién? -me preguntó ella.
Con Paul Auster. Acababa de realizar su compra, y me llamado por mi nombre. Me ha dicho Hola John.

viernes, 20 de julio de 2012

ESCLAVA Y FUNCIONARIA


De vocación funcionaria, una suerte de esclava acomodada que tuvo que pedir prestado para comprarse el abrigo de visón, que le iba la vida en ello.

La jefa, a la que no caía bien por ostentosa, la puso a prueba y le pidió que redactara un informe de su gestión comercial. Al cabo del año, cansada de esperar, la jefa la convocó a su despacho, la miró de abajo arriba y reclamó nuevamente el informe. La esclava, al verse sorprendida con la reclamación, optó por excusarse, pedir disculpas, y encogerse de hombros. Adujo que su apretada agenda la había mantenido en vilo todo ese tiempo, y el hecho de tener que viajar constantemente y preparar esas agendas habían provocado el olvido.

Sin excusas guapa, – le dijo la jefa y añadió sorprendida por su atuendo: ¿dónde te has comprado ese conjunto? … Viendo que la respuesta se hacía de rogar, alargó el brazo y le entregó un sobre. No, no es una paga. Es tu despido.

martes, 28 de febrero de 2012

LA LLAMADA DE BLONDIE


El escritor recogía sus trastos cuando a las catorce sonó tímidamente el automático de la puerta. Comprobó la hora e hizo conjeturas acerca de la identidad del responsable. Esa forma, el estilo, la cadencia, el sonido, transmitían en parte la personalidad del autor. Contempló varias posibilidades, la de que fuera su vecino el restaurador, su propia mujer, o Blondie, la amiga de su mujer; incluso tal vez Camilo, el proxeneta que había ocupado el piso de arriba y ahora, al cabo de los meses, regresaba para saldar el alquiler pendiente. El escritor dejó pasar los minutos, no hubo más llamadas y el tiempo pareció congelarse. Sacó los gatos al patio, terminó de recoger y dejó que el mono se fuera. Al abrir, comprobó que no había nadie en el exterior del inmueble. Cerró con llave.

Cuando el mono llegó a su casa tras la jornada, fisgoneó en la cocina. La mamá del mono había preparado el almuerzo, un puchero extremo, de los de toda la vida, bien aderezado. Sucumbió en el almuerzo a golpe de cuchara y más tarde se desparramó en el sofá. Una vez bien acomodado, alargó el brazo, alcanzó el teléfono y marcó el número del estudio: al otro lado saltó el contestador. Había un mensaje en la última llamada. Era Blondie, sí Blondie, que anunciaba su visita para los cinco de la tarde. Se apresuró entonces en vestirse y se marchó de regreso al estudio.

jueves, 16 de febrero de 2012

EL FOTÓGRAFO DE MAIRENA



Bluff! Ja,ja,ja... me reí. Sí, me reí. No al pronto, minutos más tarde, cuando el pseudoartista recorrió el espacio hierático como una esfinge. Resultó cómico, un tanto teatrero.

Estábamos allí tranquilos, un domingo por la mañana, los tres amigos conversando después de haber degustado la exposición de ojos rasgados que inmortalizaba la estancia de mi primo en China. El otro, el fotógrafo de Mairena, se personó como cualquier dominguero curioso; sin embargo, iba ataviado para la ocasión, de rojo y negro, como un vulgar torero de feria. Del cuello, como seña de identidad, pendía una Leica (nunca me enteraré si el modelo era el vetusto de 1913 o, por el contrario, el último modelo telemétrico, la M9 de 2009). Como un maniquí desfiló por las diferentes estancias del espacio expositivo, sin hallar lo que al parecer le inquietaba. Se acercó al mostrador del seguridad y preguntó si no había alguna exposición más. Sí, dijo mi primo, ahí tiene otra muestra. El seudoartísta giró entonces, y se perdió en el nuevo espacio. Ni tan siquiera un minuto tardó en recorrerlo, salió espitoso como alma que se llevan los demonios.

¿Te ha gustado la exposición? -le preguntó mi primo.

¡No! No me interesa para nada -espetó con malos modos. Yo también soy fotógrafo, estoy exponiendo en Mairena.

Yo soy el fotografó -se identificó mi primo, y añadió con cortesía-, aunque no te haya gustado me interesa tu opinión.

Mi amigo y yo, por respeto a mi primo decidimos apartarnos y les dejamos intercambiando opiniones. Cuando se hubo marchado el curioso nos acercamos a mi primo y nos fuimos a tomar unas cañas. Iré a ver su exposición -dijo mi primo-, siento curiosidad.

Yo no tuve que desplazarme a Mairena para ver la exposición del Fotógrafo de la Leica, me bastó con buscar en el google. No, no se trata de Henri Cartier-Bresson, ni de Robert Capa, ni mucho menos Sebastião Salgado, y menos Alberto Korda, ni tan siquiera Sergio Larraín.