Como en una película de la Disney, cada cual toma sus posiciones para el comienzo de una alocada carrera que como fin individual para uno tiene el goce y para la otra la evacuación. Fredo, muy macho, llega el primero, localiza el expediente X y comienza el ojeo; mientras, Paca llega exhausta, con la lengua fuera. El pompis, que le ha crecido durante todos estos años de cómodo asentamiento en el escay, ahora se bambolea de un lado a otro en un movimiento rítmico que recuerda el péndulo de un reloj. Por el estrecho pasillo se adentra haciéndose la digna, a sabiendas de que es el centro de las miradas de la sucursal. Fredo, en el centro del pasillo, apoya su espalda sobre una de las estanterías al tiempo que se contorsiona con disimulo hacia delante fingiendo la lectura del manuscrito. La verga le palpita ansiosa, iracunda aúlla reclamando atención bajo el pantalón. Paca intenta engullirse pero su orondo culo no tiene escapatoria y durante unos segundos, el tiempo que transcurre mientras pasa delante de Fredo sin oponer resistencia, se siente palpada y escrutada por un miembro desconocido pero con el que al cabo de los años tiene cierta familiaridad. Es el tacto ciego que aprende a dibujar las formas y a tener en cuenta los tamaños. Rebasado el obstáculo, temblorosa por la excitación, camina apoyándose en los estantes hasta que llega al servicio de señoras, donde nota cómo la humedad la pringa por efecto de la orina: se ha meado de vergüenza, y mientras hace tiempo antes de volver a su asiento, utiliza el papel higiénico para secarse la entrepierna, enjuagar las bragas en el lavabo, refugiarlas en el albal, atusarse el pelo y regresar con la cabeza en alto emulando el caminar de las diosas glamurosas de Hollywood.
Para entonces, Fredo, en su puesto de trabajo, atiende amablemente a los clientes que a diario operan con él transacciones de poca monta. Tras el cristal esmerilado de su despacho, consciente de lo que sucede, la inquietante mula Francis sonríe gozosa y se cepilla las crines a la espera de la aparición en escena de Jigo Loco, la condesa de La Gran Plaza.