Potagito D`habichuelas, otro majara cuerdo, que en su reclusión acertaba siempre a las quinielas, escupía en las esquinas cuando salía de su encierro y pedía a todos que lo besaran. Maldecía a quién se le acercaba, se mantenía en sus trece y no claudicaba, le caracterizaba su fuerza descomunal levitando sobre la cama a golpe de pedos. Sabiéndose el mejor organizó concursos con la seguridad de que los ganaría, sobornaba diariamente a la hermana de la cocina para que lo obsequiara con cartuchitos de lentejas, de chícharos, de vegetales, en suma de lo que fuera con tal de que lo mantuvieran en línea con sus flatulencias, este era su secreto; y el de la cocinera que no daba crédito a lo que de él le contaban, ya que ella no salía del reducto de sus fogones porque su patología se lo impedía, allí gozaba, allí amaba, allí a los santos se encomendaba, allí se agachaba; allí, en definitiva, esperaba que un día, entre todos los santos se la llevaran, porque se veía como una carga pesada, mas de cien kilos entubados en corsé bien atado con correas y cinchas poderosas.
Potagito D`habichuelas esperaba su oportunidad en la caja tonta como un vulgar alucinado, se compinchó con el celador de turno, al que le propuso que fuera su manager y que escribiera a telecinco en busca de una oportunidad, porque estaba convencido de que era una promesa y podía tener futuro en el circo exterior, en el de los que se creían cuerdos, en el mundo de los que como lerdos pasan las horas con el asunto de la entrepierna jincao en el skay del sofá esperando milagros para las tardes tediosas, milagros que eleven sus coeficientes intelectuales y los mantengan en vigilia hasta cerca de las doce de la noche, para a esa hora, agotados, irse a sus respectivas camas y taparse con las sábanas santas buscando consuelos de mierda. Amén.