domingo, 26 de octubre de 2008

El LAPA

Un nuevo parásito irrumpió en el escenario de las letras, hasta poco ninguneado por “el negro”, afanado fontanero que por unas pelas asocia textos de los clásicos con memeces de última hora para embellecer la biografía de destacados a los que su vanidad les obliga a perpetuar su azarosa vida con el fin de inmortalizarse más allá de la fama efímera que les proporciona la caja tonta.

El nuevo capullo, el parásito, el lapa, pasa las horas en la red observando y mimetizando lo que otros se curran. Sin prejuicios ni cortapisas.

Adelino Montañés, recientemente galardonado con el premio Avispa de Oro de las Letras por su encomiable obra “Donde las dan las toman” cuenta en la actualidad con un ferviente número de admiradores, entre los que se cuenta “el lapa”. Adelino, de profesión correveydile, hace cuatro años que se tomó en serio el asunto de las letras. No tardó en destacar por su singular manera de puntuación, casi inexistente, y por su adjetivación acalorada. Le hablaron de los blogs y como ingenuo se prestó al juego de la publicación desmedida, sin orden ni concierto. Hace un par de años recibió la llamada de Otilio Sánchez, erudito disconforme que lidera jurados de concursos.

- ¿Adelinoooo?
- Sí.

Una vez presentadas las disculpas por parte de Otilio por la intempestiva hora, y expresarle su admiración por su aportación enajenada al mundo de las letras le explicó el motivo de la llamada. Le contó que seguía sus irracionales publicaciones con fidelidad, y que al ver el tocho seleccionado en el último certamen reconoció de inmediato su mano.

- No. No me he presentado a ningún concurso literario, aunque he de confesar y le soy sincero, que ando tiempo dándole vueltas a la perola y contemplando esa posibilidad.
- Pues ha de saber entonces, admirado amigo, que lleva tras de sí una mosca cojonera que anda plagiándole. En el manuscrito presentado a concurso incluye variopintos párrafos de sus desquiciados textos. Pero no se preocupe, lo pondré en conocimiento del jurado para que lo descalifiquen y si lo desea le facilito los datos del mentecato para que lo ponga en conocimientos de los alguaciles y le hagan rendir cuentas ante la justicia.

Adelino prefirió pasar página y seguir con el cultivo de oropéndolas, y de vez en cuando publicar algún que otro textito. Al año siguiente, una nueva llamada hizo vibrar aquel empolvado teléfono: el sonido pareció devolverlo a la vida, función para la que había sido engendrado por Graham Bell.

- ¡Sí, sí! –contestó Adelino intrigado por la llamada.
- Soy Marujito Pómez, presidente del jurado de la asociación Albahaca de Archidona, y le llamaba para comunicarle que ha sido premiado con la Currutaca de Oro por el brillante texto presentado a concurso.
- ¡Aaaahhg! –pareció escapársele al prometedor escritor que motivado aplicó con fuerza el auricular en el oído dejando escapar un consternado ¿Quéeeeeeeeee…? Para añadir a continuación: no me he presentado a ningún concurso.
Marujito le explicó que era un ferviente admirador suyo y que dio gracias al cielo cuando leyó el manuscrito ya que reconoció en él su admirada forma de relatar.
- ¡Otra vez, no! –exclamó iracundo Adelino al otro lado de la línea. A partir de ahorita mismo me presentaré a cualquier concurso aunque sea por dos chavos y no daré más opciones a estos mentecatos.

jueves, 9 de octubre de 2008

GATOS

Lo que parecía una simple petición para acallar otras voces derivó en una discusión sin precedentes. La gata, sobre sus patas traseras, mantenía el equilibrio en tan desquiciada disputa convencida de que la razón estaba de su parte. Lo miraba fijamente. Con el costado erizado esperó durante un tiempo que la plática la conformara, que los argumentos la validasen, que la persuasión fuera sutil para que ella accediera y poder lamerse calmada. El gato, manso, sabio por los años, comprendía que lo de ella eran posturas inmaduras, de colegiala si fuera humana, y de equina si fuera yegua. Castigado por los años de tránsito invertebrado por las calles de ese barrio sin recuerdos el hecho de discutir por mostrar a otros el espacio que ocupaban en la caja de cartón le hacía fuerte a pesar del desgaste que producía en él la trifulca.

Los maullidos descontrolados por momentos fueron acallados por un siseo agudo y penetrante que los paralizó y los obligó a huir. Desconocían su procedencia, pero bien podía provenir del interior del portal junto al que pernoctaban los días sin luna. Otros felinos de igual pelaje atraídos en el silencio de la noche por el tono alto de la cháchara se unieron para aportar su punto de vista.

- Inocentes- les espetó el gato viejo. ¿Acaso pensáis que por mis años he de retirarme a meditar?

- Y yo que me voy a meter a monja… –les echó encara la gata. ¡Si muchos de los que estáis ahí mirando podéis ser hijos míos!

- Sólo con observar el dibujo de las manchas en vuestros pelos sabréis a cuántos de vosotros ha amamantado ella –sentenció él para persuadirlos de que la trifulca era conversación de dos y estaban sobrando.

Los ajenos eran gatos, pero no tontos, y al ver que no eran bien recibidos se dieron la vuelta y se marcharon con viento fresco mientras la pareja se perdía entre callejuelas apenas alumbradas por farolas que imploraban fluidos vitalistas para sus luces marchitas que, sin apenas fuerza, proyectaban melancólicamente la silueta de los felinos sobre las paredes encaladas. La gata, entre dimes y diretes, al girarse de modo indiferente, se sorprendió al ver aquellas sombras que los seguían y que parecían estar pegadas a sus pies; alertó al gato que se sobrecogió del descubrimiento. Aligeraron el paso para despistar aquello que les pareció una amenaza, la sombra seguía tras ellos, al tiempo que las siluetas de ambos, puestas al parecer de acuerdo, continuaban detrás, corriendo a su ritmo. Buscaron calles oscuras, las más negras, para no tener que contemplar lo que tanto les atemorizaba y que había desviado su atención de la trifulca doméstica.

A cierta distancia observaron un contenedor de basuras que los reclamaba; al acercarse, descubrieron varias cajas de cartón. Con prisas, eligieron para ocultarse la del fondo, lejos del alcance de otros vagabundos, y se encerraron a cal y canto, tiritando a la espera del amanecer para salir sin sombras, sin manchas que los asediara y poder seguir discutiendo acerca de las cajas; ésas que ahora sembraban las calles del barrio.