martes, 28 de febrero de 2012

LA LLAMADA DE BLONDIE


El escritor recogía sus trastos cuando a las catorce sonó tímidamente el automático de la puerta. Comprobó la hora e hizo conjeturas acerca de la identidad del responsable. Esa forma, el estilo, la cadencia, el sonido, transmitían en parte la personalidad del autor. Contempló varias posibilidades, la de que fuera su vecino el restaurador, su propia mujer, o Blondie, la amiga de su mujer; incluso tal vez Camilo, el proxeneta que había ocupado el piso de arriba y ahora, al cabo de los meses, regresaba para saldar el alquiler pendiente. El escritor dejó pasar los minutos, no hubo más llamadas y el tiempo pareció congelarse. Sacó los gatos al patio, terminó de recoger y dejó que el mono se fuera. Al abrir, comprobó que no había nadie en el exterior del inmueble. Cerró con llave.

Cuando el mono llegó a su casa tras la jornada, fisgoneó en la cocina. La mamá del mono había preparado el almuerzo, un puchero extremo, de los de toda la vida, bien aderezado. Sucumbió en el almuerzo a golpe de cuchara y más tarde se desparramó en el sofá. Una vez bien acomodado, alargó el brazo, alcanzó el teléfono y marcó el número del estudio: al otro lado saltó el contestador. Había un mensaje en la última llamada. Era Blondie, sí Blondie, que anunciaba su visita para los cinco de la tarde. Se apresuró entonces en vestirse y se marchó de regreso al estudio.

jueves, 16 de febrero de 2012

EL FOTÓGRAFO DE MAIRENA



Bluff! Ja,ja,ja... me reí. Sí, me reí. No al pronto, minutos más tarde, cuando el pseudoartista recorrió el espacio hierático como una esfinge. Resultó cómico, un tanto teatrero.

Estábamos allí tranquilos, un domingo por la mañana, los tres amigos conversando después de haber degustado la exposición de ojos rasgados que inmortalizaba la estancia de mi primo en China. El otro, el fotógrafo de Mairena, se personó como cualquier dominguero curioso; sin embargo, iba ataviado para la ocasión, de rojo y negro, como un vulgar torero de feria. Del cuello, como seña de identidad, pendía una Leica (nunca me enteraré si el modelo era el vetusto de 1913 o, por el contrario, el último modelo telemétrico, la M9 de 2009). Como un maniquí desfiló por las diferentes estancias del espacio expositivo, sin hallar lo que al parecer le inquietaba. Se acercó al mostrador del seguridad y preguntó si no había alguna exposición más. Sí, dijo mi primo, ahí tiene otra muestra. El seudoartísta giró entonces, y se perdió en el nuevo espacio. Ni tan siquiera un minuto tardó en recorrerlo, salió espitoso como alma que se llevan los demonios.

¿Te ha gustado la exposición? -le preguntó mi primo.

¡No! No me interesa para nada -espetó con malos modos. Yo también soy fotógrafo, estoy exponiendo en Mairena.

Yo soy el fotografó -se identificó mi primo, y añadió con cortesía-, aunque no te haya gustado me interesa tu opinión.

Mi amigo y yo, por respeto a mi primo decidimos apartarnos y les dejamos intercambiando opiniones. Cuando se hubo marchado el curioso nos acercamos a mi primo y nos fuimos a tomar unas cañas. Iré a ver su exposición -dijo mi primo-, siento curiosidad.

Yo no tuve que desplazarme a Mairena para ver la exposición del Fotógrafo de la Leica, me bastó con buscar en el google. No, no se trata de Henri Cartier-Bresson, ni de Robert Capa, ni mucho menos Sebastião Salgado, y menos Alberto Korda, ni tan siquiera Sergio Larraín.