domingo, 21 de diciembre de 2008

EL MONO LOCO (SU MONÓLOGO INTERIOR)

Dicen que desde que abandonó el circo ya no es el mismo. Ha cambiado la jaula donde lo exhibían a cambio de unas pelas por cuatro paredes. En el cuarto encuentra más confort e intimidad. Lo separa de la realidad cotidiana una pantalla de plasma donde se contempla habitualmente. Echa en falta la sonrisa de la turista y la de la mona con la que compartía jaula. A diario se recrea en el reflejo que de sus afilados dientes le propicia el monitor. En ocasiones, con el dedo índice, golpea sin ton ni son el teclado inalámbrico que le da acceso al entendimiento compartido. Pendiente del reloj se impacienta si el cacahuete no se manifiesta; se conforma con poco: un gajo de naranja, un par de almendras, un plátano, una sonrisa amable.

Conserva junto a él, colgada de la pared, la foto de la mona que antaño lo complaciera. La desesperanza lo acompaña ante la falta de reconocimiento de su sabia locura. El premio de consuelo lo encuentra en su soledad, en el vaivén de la mano que antaño el domador le enseñara a utilizar para regocijo de las hembras que lo visitaban. No espera el aplauso pero sí el éxtasis que le vuelque los ojos hacia atrás y le facilite la inspiración. Chorreando se incorpora y mientras se enjuaga las manos recuerda que en el flagelo compartido también está la dicha.

Pasa las noches en vela, aguarda detrás de la pantalla a la turista, a la primera que quiera darle consuelo electrónico. Permanece colgado, en estado de embriaguez variable. El recuerdo del árbol aparece lejano. Suspensión bucólica, diatribas incoherentes estimulan su juicio y rema perdido en su subconsciente. Golpea otra vez de manera simiesca y desordenada el teclado que cede a la presión ejercida para no ser aniquilado. El mono sueña con estar despierto, con ser primero, con un premio de consolación. Anhela la toga roída bien zurcida.

domingo, 7 de diciembre de 2008

LAGARTA

Preñada por el viento de la ilusión, su abdomen se infla como un globo. El corazón del ratón inexistente se agita en el vacío y, el inocente se inhibe en el sonido del arpa al tiempo que ella pacta con el gato. El cordero que permanece sentado a la sombra del palafito gira su cabeza trescientos sesenta grados, las vertebras ceden ante el antojo de la postura y la ilusión del prado -pleno de hierba fresca- se manifiesta sobre el árido desierto del Sahara. El calor no invita a pasear, las ventanas con las persianas bajadas propician silencio. Pintarrajeada, una vez más, se contempla en el espejo. Su desilusión se desvanece cuando el palo de golf golpea sobre la puerta, la madre ejerce presión con el dedo índice y el padre la ignora seiscientas sesenta y seis veces cuando masca corteza de cerdo recién frita. Se reconoce maldita aunque no es la hija de la gran ramera, razón por la que se escabulle bajo las piedras como una culebra. La multitud preferiría lapidarla, exhiben pancartas de reproche frente al palafito. Ante la calamidad, el inocente abandona el hogar oculto por la máscara de la hipocresía. Se refugia en la máquina. Aguarda un encuentro en la tercera fase. Desciende hacia el infierno en silencio. Cambio de planes: entona el mea culpa y rastrea el camino de regreso.

Voy, voy, voy -dice el admirador. Los oídos se aplican sin esfuerzo en la puerta para deleitarse en el siseo. No palabras. Tropiezos en el interior y garabateos sobre las paredes aguardan la presencia que se contorsiona salvaje. Se rompe -diría C si la contemplara. El tío, celoso, la protege de la huella del tiempo. Se estremece pensando que un día lucirá vieja, como una pasa. Colgado en el espacio se aferra al recuerdo de juventud,. No presente. No futuro. Hendrix, play the guitar.

viernes, 21 de noviembre de 2008

YEGUAS LIVING EN EL ESTABLO.

A Fredo Valdivieso, ajustados los manguitos, se le nubla la vista mientras cuenta los billetes de diez euros al tiempo que su mente contempla el roce obsceno con la jaca Paca. El estrecho pasillo hasta el espacio donde se dan la mano el servicio de señoras y el de caballeros es aprovechado como archivo: allí se atesoran las carpetas con los expedientes de morosos y las esperanzas de cobro del puñetero banco. Es el lugar ideal. Fredo, parapetado por el mostrador, hace tiempo compactando la pasta y estudiando a la presa. Aguarda lo necesario para que su fusta se yerga hiniesta y coincida con el instante en que la Paca, molesta por el aguante, se vea obligada a salir por patas hacia el servicio. Ella conoce a Fredo y percibe sus intenciones.

Como en una película de la Disney, cada cual toma sus posiciones para el comienzo de una alocada carrera que como fin individual para uno tiene el goce y para la otra la evacuación. Fredo, muy macho, llega el primero, localiza el expediente X y comienza el ojeo; mientras, Paca llega exhausta, con la lengua fuera. El pompis, que le ha crecido durante todos estos años de cómodo asentamiento en el escay, ahora se bambolea de un lado a otro en un movimiento rítmico que recuerda el péndulo de un reloj. Por el estrecho pasillo se adentra haciéndose la digna, a sabiendas de que es el centro de las miradas de la sucursal. Fredo, en el centro del pasillo, apoya su espalda sobre una de las estanterías al tiempo que se contorsiona con disimulo hacia delante fingiendo la lectura del manuscrito. La verga le palpita ansiosa, iracunda aúlla reclamando atención bajo el pantalón. Paca intenta engullirse pero su orondo culo no tiene escapatoria y durante unos segundos, el tiempo que transcurre mientras pasa delante de Fredo sin oponer resistencia, se siente palpada y escrutada por un miembro desconocido pero con el que al cabo de los años tiene cierta familiaridad. Es el tacto ciego que aprende a dibujar las formas y a tener en cuenta los tamaños. Rebasado el obstáculo, temblorosa por la excitación, camina apoyándose en los estantes hasta que llega al servicio de señoras, donde nota cómo la humedad la pringa por efecto de la orina: se ha meado de vergüenza, y mientras hace tiempo antes de volver a su asiento, utiliza el papel higiénico para secarse la entrepierna, enjuagar las bragas en el lavabo, refugiarlas en el albal, atusarse el pelo y regresar con la cabeza en alto emulando el caminar de las diosas glamurosas de Hollywood.

Para entonces, Fredo, en su puesto de trabajo, atiende amablemente a los clientes que a diario operan con él transacciones de poca monta. Tras el cristal esmerilado de su despacho, consciente de lo que sucede, la inquietante mula Francis sonríe gozosa y se cepilla las crines a la espera de la aparición en escena de Jigo Loco, la condesa de La Gran Plaza.

viernes, 7 de noviembre de 2008

YEGUAS

Nacidas para competir frente al vetusto macho que se resiste a la jubilación anticipada, la jaca Paca y la mula Francis se acicalan cada mañana delante del espejo que las recrea y realza a lo panegírico antes de salir disparadas de sus cuadras hacia la famosa entidad de logo blanco que las acoge a diario. Durante el recorrido coinciden con los primeros rayos de sol que transitan plácidamente la ciudad, al tiempo que el gallo de Salamanca se anticipa con el cacarear a la hora del desayuno. La primera en aterrizar sus gloriosas posaderas sobre el trasportín de escay es Paca. ¡Quién fuera muelle! - exclama para sus adentros el viejo cajero, ataviado con manguitos como prescribe la santa madre, mientras sus fosas nasales se dilatan queriéndola abarcar en su perímetro y sus dedos enguantados acarician los fajos de euros. Paca, posicionada, se desprende de la chaqueta cruzada lanzándola con tino a la percha que la recibe con los brazos abiertos. Carraspea, dándose importancia, mientras enciende el ordenador; bichea el correo y canturrea por lo bajinis. En el trasiego, contempla con desprecio los dosieres de préstamos a veinte años a los que se opone aplazar. En su decisión le va la vida y la ración de alfalfa, es mona pero bajita, amén de japuta para los clientes.


La mula Francis suele retrasar su llegada, dando tiempo al despliegue de la alfombra que la precede hasta el despacho de cristal esmerilado. En su recorrido por la alfombra se ladea al andar añorando la pasarela de París. ¡Para chuparse los dedos! – parecen respirar las mentes de los congregados a diario en torno a su esbelta figura a la que muchos agradecerían montar.


En su loca carrera hacia el Olimpo de la banca han renunciado a la falda, corta o larga, a favor del traje pantalón, pantalón que las marca notoriamente realzando un triangulo púbico donde el tejido delata la realidad de la que no pueden huir: una raja como un demonio de grande en el caso de Francis, y una falta de huella en el caso de Paca, que evidencia el uso del protector antirrábico y su condición de estrecha y mojigata. Frente a estas marimachos, la limpiadora de la sucursal luce con garbo su condición femenina a pesar del uniforme anodino, sin realces ni lentejuelas, mientras recoge los cestos a última hora de la mañana. Una mujer como Dios manda – piensa el botones de la sucursal.


A ésta, cuarto y mitad le daba yo. Es la frase más recurrida por los que se ven ninguneados sin esperanza por una Paca despótica que ansía el trono de la Francis.

domingo, 26 de octubre de 2008

El LAPA

Un nuevo parásito irrumpió en el escenario de las letras, hasta poco ninguneado por “el negro”, afanado fontanero que por unas pelas asocia textos de los clásicos con memeces de última hora para embellecer la biografía de destacados a los que su vanidad les obliga a perpetuar su azarosa vida con el fin de inmortalizarse más allá de la fama efímera que les proporciona la caja tonta.

El nuevo capullo, el parásito, el lapa, pasa las horas en la red observando y mimetizando lo que otros se curran. Sin prejuicios ni cortapisas.

Adelino Montañés, recientemente galardonado con el premio Avispa de Oro de las Letras por su encomiable obra “Donde las dan las toman” cuenta en la actualidad con un ferviente número de admiradores, entre los que se cuenta “el lapa”. Adelino, de profesión correveydile, hace cuatro años que se tomó en serio el asunto de las letras. No tardó en destacar por su singular manera de puntuación, casi inexistente, y por su adjetivación acalorada. Le hablaron de los blogs y como ingenuo se prestó al juego de la publicación desmedida, sin orden ni concierto. Hace un par de años recibió la llamada de Otilio Sánchez, erudito disconforme que lidera jurados de concursos.

- ¿Adelinoooo?
- Sí.

Una vez presentadas las disculpas por parte de Otilio por la intempestiva hora, y expresarle su admiración por su aportación enajenada al mundo de las letras le explicó el motivo de la llamada. Le contó que seguía sus irracionales publicaciones con fidelidad, y que al ver el tocho seleccionado en el último certamen reconoció de inmediato su mano.

- No. No me he presentado a ningún concurso literario, aunque he de confesar y le soy sincero, que ando tiempo dándole vueltas a la perola y contemplando esa posibilidad.
- Pues ha de saber entonces, admirado amigo, que lleva tras de sí una mosca cojonera que anda plagiándole. En el manuscrito presentado a concurso incluye variopintos párrafos de sus desquiciados textos. Pero no se preocupe, lo pondré en conocimiento del jurado para que lo descalifiquen y si lo desea le facilito los datos del mentecato para que lo ponga en conocimientos de los alguaciles y le hagan rendir cuentas ante la justicia.

Adelino prefirió pasar página y seguir con el cultivo de oropéndolas, y de vez en cuando publicar algún que otro textito. Al año siguiente, una nueva llamada hizo vibrar aquel empolvado teléfono: el sonido pareció devolverlo a la vida, función para la que había sido engendrado por Graham Bell.

- ¡Sí, sí! –contestó Adelino intrigado por la llamada.
- Soy Marujito Pómez, presidente del jurado de la asociación Albahaca de Archidona, y le llamaba para comunicarle que ha sido premiado con la Currutaca de Oro por el brillante texto presentado a concurso.
- ¡Aaaahhg! –pareció escapársele al prometedor escritor que motivado aplicó con fuerza el auricular en el oído dejando escapar un consternado ¿Quéeeeeeeeee…? Para añadir a continuación: no me he presentado a ningún concurso.
Marujito le explicó que era un ferviente admirador suyo y que dio gracias al cielo cuando leyó el manuscrito ya que reconoció en él su admirada forma de relatar.
- ¡Otra vez, no! –exclamó iracundo Adelino al otro lado de la línea. A partir de ahorita mismo me presentaré a cualquier concurso aunque sea por dos chavos y no daré más opciones a estos mentecatos.

jueves, 9 de octubre de 2008

GATOS

Lo que parecía una simple petición para acallar otras voces derivó en una discusión sin precedentes. La gata, sobre sus patas traseras, mantenía el equilibrio en tan desquiciada disputa convencida de que la razón estaba de su parte. Lo miraba fijamente. Con el costado erizado esperó durante un tiempo que la plática la conformara, que los argumentos la validasen, que la persuasión fuera sutil para que ella accediera y poder lamerse calmada. El gato, manso, sabio por los años, comprendía que lo de ella eran posturas inmaduras, de colegiala si fuera humana, y de equina si fuera yegua. Castigado por los años de tránsito invertebrado por las calles de ese barrio sin recuerdos el hecho de discutir por mostrar a otros el espacio que ocupaban en la caja de cartón le hacía fuerte a pesar del desgaste que producía en él la trifulca.

Los maullidos descontrolados por momentos fueron acallados por un siseo agudo y penetrante que los paralizó y los obligó a huir. Desconocían su procedencia, pero bien podía provenir del interior del portal junto al que pernoctaban los días sin luna. Otros felinos de igual pelaje atraídos en el silencio de la noche por el tono alto de la cháchara se unieron para aportar su punto de vista.

- Inocentes- les espetó el gato viejo. ¿Acaso pensáis que por mis años he de retirarme a meditar?

- Y yo que me voy a meter a monja… –les echó encara la gata. ¡Si muchos de los que estáis ahí mirando podéis ser hijos míos!

- Sólo con observar el dibujo de las manchas en vuestros pelos sabréis a cuántos de vosotros ha amamantado ella –sentenció él para persuadirlos de que la trifulca era conversación de dos y estaban sobrando.

Los ajenos eran gatos, pero no tontos, y al ver que no eran bien recibidos se dieron la vuelta y se marcharon con viento fresco mientras la pareja se perdía entre callejuelas apenas alumbradas por farolas que imploraban fluidos vitalistas para sus luces marchitas que, sin apenas fuerza, proyectaban melancólicamente la silueta de los felinos sobre las paredes encaladas. La gata, entre dimes y diretes, al girarse de modo indiferente, se sorprendió al ver aquellas sombras que los seguían y que parecían estar pegadas a sus pies; alertó al gato que se sobrecogió del descubrimiento. Aligeraron el paso para despistar aquello que les pareció una amenaza, la sombra seguía tras ellos, al tiempo que las siluetas de ambos, puestas al parecer de acuerdo, continuaban detrás, corriendo a su ritmo. Buscaron calles oscuras, las más negras, para no tener que contemplar lo que tanto les atemorizaba y que había desviado su atención de la trifulca doméstica.

A cierta distancia observaron un contenedor de basuras que los reclamaba; al acercarse, descubrieron varias cajas de cartón. Con prisas, eligieron para ocultarse la del fondo, lejos del alcance de otros vagabundos, y se encerraron a cal y canto, tiritando a la espera del amanecer para salir sin sombras, sin manchas que los asediara y poder seguir discutiendo acerca de las cajas; ésas que ahora sembraban las calles del barrio.

lunes, 15 de septiembre de 2008

REPTILES

Por último, troceé ávidamente la manzana, la dividí en gajos y tras el último bocado me desplomé rendido sobre la cama de matrimonio para encajar el posible último sueño; en la habitación, la persiana bajada, el ropero cerrado a cal y canto, los libros descansando sobre la cómoda, encima de la cama, a cierta altura, la Virgen con el niño velando en silencio, y otra imagen del niño, ésta corpórea que vigila tranquilo sobre el mueble junto al espejo. Pasadas unas horas, inconsciente aunque en estado indulgente, mi mano hurgó entre los testículos apoderándose de dos lagartijas diminutas que circulaban a su aire. Me pareció un despropósito. En ese estado de duermevela me deshice de ellas, las despedí fuera de la cama dejándolas caer con cuidado sobre el suelo de gres. Perplejo por lo sucedido, trascurrió el tiempo antes de pasar a un nuevo estadio; caí enajenado, y me perdí deambulando sin rumbo envuelto como en papel de aluminio en el sueño apenas recuperado. Durante el proceso no transcurrió mucho rato sin que volviera a recordar lo sucedido. Mis ojos permanecían cerrados mientras la conciencia estaba alerta.

Alarmado por las voces de los invitados que departían en el salón retornó el recuerdo de los reptiles y me pregunte por su paradero, por la seguridad de ambos, temiendo que fueran pisados. Tras breves minutos volví a quedar dormido, me perdí sin encontrar salida. Más tarde desperté por la algarabía de los convidados. Dejando atrás el desvelo me levanté y disfrazado para la ocasión acudí al salón. Entre risas, la niña, su amigo invisible y la madre tejían arácnidos de peluche para púberes ansiosos en la mesa de camilla. Resulté imaginario. La luz anaranjada del atardecer reconfortaba el ambiente. Para no dejar pasar la ocasión me armé de papel y lápiz y me acerqué a la ventana para desde ese ángulo inmortalizar la escena mientras la abuela sentada junto a los pájaros y frente al televisor distorsionaba el volumen con el mando a distancia. La nieta, entre los arácnidos y gomillas para el pelo, protestaba y la emplazaba a bajar el sonido mientras la madre se daba arte en las manualidades con la esperanza de que serían rubricadas anhelando verlas expuestas en la vitrina del colegio. Cuando terminé el boceto y levanté la vista todos se habían marchado, los fantasmas, la madre, la niña y su amigo invisible, la abuela y los pájaros, únicamente el televisor permanecía encendido clamando por un espectador. Desconecté y volví descansado al dormitorio con la esperanza de recuperar el sueño sin interrupciones hasta el día siguiente. Al entrar en el dormitorio dirigí la vista hacia el ropero que permanecía cerrado y sobre él descansaban las maletas, en cuyas asas aún continuaban prendidos los resguardos de embarques que atestiguaban viajes estelares.

viernes, 5 de septiembre de 2008

RACHAEL

Rachael lo tenía complicado; era una labor ardua la de recomponer su preciada muñeca de porcelana, recuerdo de una infancia implantada años atrás por un experto programador. Rebuscar en el baúl, entre las fotos, tratando de dar con el origen de todo era una batalla que daba por perdida. Hizo acopio de los trozos más diminutos auxiliada por el recogedor de mano y una fina escobilla porque también formaban parte de la memoria.

No deseaba que cualquier partícula por fina que fuera desapareciera durante la limpieza general de la habitación de Nancy, su muñeca favorita. A Rick no le auguraba un futuro prometedor, estaba segura. Ella no podía intervenir en su destino, ahora en manos de un laboratorio dirigido por un eminente neo cirujano. Jugaba a su favor el carisma desarrollado durante sus últimas intervenciones, lo que lo hacía inigualable en su condición. Su cotización iba en alza a pesar de lo sucedido.

Sentada sobre la mecedora junto a la ventana pasaba el tiempo averiguando la procedencia de los trozos que ahora atesoraba en la caja de zapatos. Enumeraba, etiquetaba y clasificaba. La barra de pegamento, mientras tanto, aguardaba paciente su turno para demostrar su utilidad. Descartó el auxilio de un experto restaurador para asumir ella toda la responsabilidad.

El penetrante silbo del pájaro que mantenía enjaulado al otro extremo del salón la sacó de su ensimismamiento: lo miró en la distancia a los ojos mientras el animal le aguantaba la mirada; resultó como echar un pulso. Se cuestionó en ese instante si aquellas vistosas plumas eran el resultado de un logrado experimento y si el animal comía por rutina, por decorar un espacio, por dar compañía. Comprendió que debía retirar la mirada y prestar atención a su tesoro, porque el pájaro de lo contrario no volvería a recuperar sus funciones. Restaurar el juguete le llevó un tiempo, no pudo eliminar las huellas del destrozo, por lo que encerró a Nancy en una vitrina, lejos de los sobones. La reservó para los exquisitos. La condenó para los mirones. La historia atraería público, decidió por tanto poner precio a las visitas y reunir lo suficiente para clonarla. Como a la vieja Dolly.

También era consciente de que cuando visitara a Rick no sería como antes. De su memoria habría sido borrada cualquier huella del episodio y nuevos recuerdos habrían sido implantados. Una vez más partiría de cero. Ahora, en su apartamento, en soledad, asomada a la amplia terraza disfrutaría durante la noche de las añoradas vistas de Ganimedes.


sábado, 23 de agosto de 2008

¿SUEÑAN LOS ANDROIDES DESPIERTOS?

Prefirió archivar en su subconsciente el episodio de la muñeca y aparcar lo sucedido esa noche para relatarlo en primera persona al doctor que lo sometía a continuos test psicológicos para desenmascarar sus posibles utopías. Consideraba que de hacer partícipe a Philip podría considerar la historia fruto de una precipitada infusión.

Pasaron varios días y el hecho no volvió a repetirse. Especulaba que lo ocurrido bien podía ser fruto de la impresión que causó en él la abigarrada decoración de la vivienda de Rachael. Por esta razón, días más tarde, se presentó en su domicilio sin avisar, dispuesto a concederse una segunda oportunidad. Al llegar, detectó para su sorpresa, que la puerta del apartamento estaba entornada, como si la dueña anhelara la visita. Al empujar con el dedo índice la puerta se abrió sin chirriar y el aire calmo que reinaba en el interior lo abrazó dándole la bienvenida. Dedujo que la propietaria habría preparado la cena y aguardaba sentada a la mesa. Sin vacilar y sin hacer ruido se dirigió hacia el salón esperando impresionarla con su llegada. Ella, al verlo, le hizo los honores sin dilación. Una luz tenue procedente de unas velas proclamaba una cálida velada.

Tras la cena volvió a revivir las horas frente al hipnótico televisor, y con la excusa de ir al baño decidió visitar el cuarto de la muñeca. Entró en el pequeño espacio sin respirar, temiendo alertar de su presencia al juguete. Para su sorpresa, dos muñecas de porcelana exactamente iguales presidían la balda sentadas. En su cerebro, como una broma pesada, retumbó a modo de eco la siguiente frase: ¿no vais a darle un beso a papito?.

Las muñecas abrieron los ojos como respuesta a la pregunta telepática. Permanecían quietas, con la mirada ausente. Rick acercó sus labios y las besó como un padre hubiera besado a sus gemelas, en la mejilla. Tornó junto a Rachael hasta que la emisora concluyó la emisión.

No hizo falta que ésta le rogara para seguir compartiendo la noche. De madrugada, como la vez anterior, volvió a despertarse. En esta ocasión tuvo la sensación de que unas manos pequeñas tiraban con fuerza de sus pies hacia fuera de la cama. Sin hacer ruido se levantó y de puntillas se dirigió hacía el cuarto; al estar la ventana cerrada no entraba luz y no quiso pulsar el interruptor para alertar a Rachael. A tientas, con ayuda de las manos, se guió hasta el camastro y se tendió boca arriba encomendándose a todos los santos. Cerró los ojos y trató de relajarse bajando el ritmo de la alocada respiración mientras aguardaba la visita.

Esa mañana, a pesar de ser sábado, Rachael se despertó temprano y le sorprendió no encontrar a Rick a su lado. Divisó al fondo la ropa de éste sobre la silla; junto a los pies de la cama su calzado. Contempló la posibilidad de que estuviera en el baño aseándose, pero ante la tardanza desechó ese pensamiento. Al no acudir a su llamada se levantó y decidió averiguar en qué lugar de la vivienda se encontraba y qué hacía. Al salir al pasillo divisó al fondo la puerta abierta del cuarto de Nancy, lo que atrajo su atención acercándose perpleja. Encendió la luz y el pelo se le erizó al tiempo que la angustia enmudecía su garganta impidiéndole gritar. Rick yacía sobre el lecho, desnudo, con el pelo blanco, los ojos abiertos de par en par y el cuerpo cubierto de arañazos. A los pies de la cama, desmembrada, con la ropita destrozada y la cabeza girada, la muñeca compartía el silencio.

domingo, 17 de agosto de 2008

MUÑECA`S REVENGE

De mayor, cierta noche, pasando las horas muertas postrado watching la tele, me levanté, me dirigí al cuarto del fondo y tomé prestada la muñeca, la mulata, la del rostro de porcelana, por cuyas facciones se asemejaba a las de verdad, vestida a la vieja usanza, como las que recogían el grano en las plantaciones sureñas. La senté sobre mis piernas y juntos terminamos el serial hasta altas horas. La dejé en la estantería.

Me acosté con buena compañía. De madrugada, alertado tal vez por algún ruido me levanté, salí, y en el cuarto donde descansaba la muñeca me acomodé sobre otro camastro más pequeño, al lado de la ventana. Horas más tarde el frío me despertó. Abrí los ojos y mudo de espanto contemplé a la muñeca de pie sobre una silla intentando atrapar a otra similar a ella de la estantería al tiempo que me dirigía la mirada con los ojos vueltos hacia arriba. La visión me aterró. Volví a cerrar los ojos y decidí aguardar a que desapareciera por donde había venido.

Minutos más tarde, cuando volví a abrir los ojos, la silla estaba en su sitio junto a la puerta y la muñeca descansaba en el estante, en el lugar acostumbrado, junto a las demás. Decidí retomar el sueño y cubrirme con la sábana hasta arriba para que no me viera si regresaba para vengarse.
Me prometí que no volvería a importunarla.

viernes, 8 de agosto de 2008

UNDER MY THUMB

No puso en pie la hora que era, se sintió como al despertar de un profundo sueño. En aquella profunda oscuridad abrió los párpados de par en par. Todo negro. La sensación que lo embargaba era de estar tendido, juraría que recostado. Indagó en las interrogantes de su conciencia sin hallar respuesta. Dentro del recinto negro, como dibujado en lo alto, un cuadrado también negro pero algo más claro le participó que aquella figura geométrica podría tratarse de una ventana. Afinó el oído y lo dirigió hacia el cuadrado. En sus tímpanos encontraron albergue las ráfagas de lo que él determinó que eran el efecto del desplazamiento de vehículos sobre una posible autopista. Puso empeño para familiarizarse con el espacio donde se encontraba, asumió definitivamente que estaba tendido. Siguió escrutando en la oscuridad sin saber dónde estaba y tampoco afloraron recuerdos que a modo de indicios le aclararan sus cada vez más angustiosas incógnitas. El tiempo que permanecía en esa postura le pareció eterno y le abrumó la idea de estar en un infinito desconocido. Afinó aún más el oído y creyó encontrar vestigios de otra respiración a su lado, a pocos centímetros. Le aterró la idea de estar acompañado en un espacio donde no podía ver y donde seguramente él era el centro de otras miradas. Decidió permanecer en la misma postura para no alertar de su presencia al posible peligro que permanecía a su lado. Quizás su guardián. Pasado un tiempo nuevos sonidos llegaron a su interior, dedujo que eran el fruto de arrastrar pesadamente objetos que rápidamente identificó con la madera. El tiempo se hizo eterno y el cabello se le erizó de terror porque no encontró ningún saliente donde asir su mirada, donde apoyarse y poder erguirse. Se preguntó si tenía miembros con los que valerse, una pierna, una mano, un dedo. Pero sus indagaciones no hallaron respuesta. No podía morderse las uñas para encontrar consuelo, porque ni siquiera sabía si las poseía. No había seres queridos que lo arroparan, sólo miradas obscenas de no sabía quién. Quizás estuvieran a punto de interrogarle y ¿qué les diría?, ni siquiera sabía si había sido engendrado. Una cámara oculta podía estar filmándolo como objeto de un experimento fallido. No teléfono. No visitas. No respuestas. No citas. No encuentros. No llantos. Hizo un esfuerzo por incorporarse tratando de superar el miedo que le producía la respiración vecina. Su madre. Su padre. Su novia. Su mujer. Su amante. Su hermano. Su hermana. Ni siquiera podía llorar a pesar del esfuerzo que hizo por verter lágrimas de consuelo. Un golpe seco de metal sobre madera lo conmocionó. Pero no le dio esperanzas de salir vivo de su encierro. Anheló caminar por el techo cabeza abajo como posible solución. Lamentablemente había concluido que carecía de miembros que lo apoyaran en su hipotético colofón. Su conciencia barajaba como solución un exorcismo al estilo clásico. En qué siglo estaba para dirimir la clasificación. Si tuviera uñas se hubiera desgarrado el pecho y dejado manar la sangre que clamara por él.


Se preguntó ¿a quién puede importar mi existencia?.


Inconcebible, pero la tozudez del sepulturero que tenía sus dudas acerca de lo que habían introducido en la caja fue determinante a la hora de comprobar que dentro del féretro no había nada más que huesos rotos.

sábado, 26 de julio de 2008

BLASFEMO

¡BLASFEMO! -le llamó el fariseo.

Esa mañana todos en Miraflores, poco antes del desayuno, se sorprendieron al ver escrita aquella palabra en el muro del centro. Hubo quién hizo la búsqueda en la rae y se quedó patidifuso con el significado de la misma:

Del lat. blasphēmus, y este del gr. βλάσφημος).
1. adj. Que contiene blasfemia.
2. adj. Que dice blasfemia. U. t. c. s.

Buscaron entonces blasfemia:

(Del lat. blasphemĭa, y este del gr. βλασφημία).
1. f. Palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos.
2. f. Palabra gravemente injuriosa contra alguien.

Consultado el párroco de la vecindad dirimió las dudas al achacarlo al sofoco producido por el calor reinante; les hizo hincapié en el uso bíblico del término y en lo desfasado del mismo en la actualidad.

Revisado el historial religioso de los residentes les aconsejó que para alejar a los espíritus descarriados almorzaran lentejas con chorizo para desfogarse y les sugirió pasar las misas del domingo al sábado, a las ocho de la tarde, y emplear las horas del domingo en salmodiar los versículos de Salomón, para con ello evitar las tentaciones del maligno. A nadie pilló por sorpresa el cambio de horario que asumieron con júbilo y devoción para crispación y rechinar de dientes del descarriado.

domingo, 20 de julio de 2008

MANOLO

Para la comunidad fue un verdadero milagro, incluso para el propio doctor Calamar, al que la noticia recién publicada sorprendió en plena eyaculación precoz, pese a que algunos medios la habían recogido de forma indiferente y apenas le habían dedicado un par de líneas sueltas en lo inabordable de sus páginas de anuncios por palabras.

¡Manolo! Por Dios y la Virgen Santísima... -exclamaron algunos de los recluidos-¡Por los clavos de Cristo!... –apostillaron otros-, y de este modo, a raíz del nuevo conocimiento, todos en Miraflores desfilaban de puntillas por la puerta de su celda, asomando sus ojitos por la mirilla de seguridad para pillarl@ en un desliz.

¡Oing, niño o niña! -murmuró la cocinera con la que hasta el momento había hecho buenas migas, compartido muchos instantes: al estar convencida de que era de su mismo sexo la había regalado con desabotonaduras generosas de su camisola de forma indiferente. Ahora la mujer se planteaba, a pesar del calor de la época, cubrirse con un hábito hasta el pescuezo, no fuera a ser arañada en un descuido por l@ que ahora consideraba un endemoniado.

Calamar hizo algunas averiguaciones y tras el visionado de una cinta del profesor Punset se convenció de que el desvarío sexual de algunos individuos suele ser provocado por la ingesta de dulces por parte de la madre durante el período de gestación, por lo que dedujo que la madre de Manolo se podía haber estado atiborrando de onzas de chocolate con almendras durante el embarazo, o en su defecto con palos de nata.

Había dejado de compartir el baño con los demás; todo se volvió un misterio, ya que nadie recordaba qué era lo que ocultaba entre sus piernas si es que alguna vez habían tenido acceso a ello.Como presentaba buen estado de salud y se mostraba tan locuaz como siempre ante los cuestionarios, Calamar no tenía excusa alguna para someterl@ a un reconocimiento médico ocular, por lo que de momento todo seguiría siendo un enigma. De todas formas, de confirmarse que no era un desvarío transitorio siempre la podrían operar y colocarle un injerto procedente de su antebrazo que bien enrollado y debidamente empotrado y acordonado a modo de morcón podía colgarle para la plena satisfacción de su confusa mente y realización personal frente al espejo.
Manolo, únicamente compartía lugar de residencia con Midori Green, que en la planta superior se refugiaba en su lecho elucubrando sobre su nuevo proyecto editorial.