viernes, 17 de agosto de 2012

MAL DE OJOS Y MENSTRUACIÓN


Pasaron días, y el teléfono no sonó ¡Qué ingenua he sido! pensar que alguien, a estas alturas, llamaría para disculparse. Ahí está mi Pepe, sentado frente al televisor brincando con su consola como un quinceañero. Siempre tiene algo entre las manos, siempre, cualquier cosa es buena para él. Ni tan siquiera me pregunta qué tal me va.

¿Qué si me apetece un helado? Claro, con este calor quién se resiste. Un polo también, y si es de fresa tanto mejor; siempre me han gustado los polos de fresa.

Uff... con que cara regresa mi Pepe.

  • Te he pillado, guarra. ¿Qué tienes en el congelador?
  • Ja,ja,ja,ja.... No me costó hacerlo. Es lo menos que puedo hacer con los cerdos que te llevan a la quiebra.
  • Creo que el papelito te delata. El contenido de la bolsa no será lo que me imagino.
  • ¿Qué piensas que es?
  • Acaso tienes alguna prenda de él para hacerle un conjuro.
  • No me hace falta, Nancy me asesoró y me dijo cómo hacerlo.
  • Nancy es sólo una muñeca, no creo que se haya metido a hechicera.
  • ¡Qué ingenuo eres! No me refiero a la muñeca de la mesita de noche, ha sido mi amiga Nancy, esa que tú dices que tiene una lengua viperina. Ella me asesoró de cómo sacarle partido a mi menstruación.
  • ¡Qué puerca eres! En el congelador tengo la comida del perro.
  • No te preocupes, que la sangre la he dejado dentro de una bolsa de plástico. Como comprenderás, no iba a meter el papelito con el nombre de tu compadre dentro de la bolsa. Lo he dejado simplemente dobladito y fuera, para que le llegue y se vaya contorsionando en su asiento. Es una forma de desearle lo peorcito, que todo le vaya mal. A él y a su puñetera mujer, que se pensaba que por siliconarse la bouche y chutarse el entrecejo iban a salirle novios a patadas.
  • No me imagino cómo lo estarán pasando...
  • Pues hazlo. Seguro que pierden todos los clientes. Además, hay conjuro para rato. Y bueno, espera, espera al día del juicio final, ese día seguro que se cae por las escaleras y se fractura la pelvis antes de entrar en la sala.
  • ¿Quién?¿ Él o ella?
  • ¡Qué más da! Aunque puesta a elegir, prefiero que sea él quien que se parta las piernas. A ese enano hijo de perra le deseo lo peor.
  • Vale, pero antes que pague.
  • Claro que pagará… Y dame de una puñetera vez el polo, que con el tiempo que hace que lo tienes en la mano, lo único que voy a poder chupar es el palo.
  • Eso, es lo que tú quisieras, chupar también el palo.
  • No me tires de la lengua desgraciao, que te conozco y te veo venir.
  • ¡Juaaa! ¡A chuparlaaaaaaaa!
  • Eso quisieras tú, pero te vas a quedar con las ganas. Vete al baño y hazte la permanente, que para eso te pintas muy bien solito.

Mira... mira, como corre. Ja,ja,ja... cómo sé donde darle y que más le duela, y sin mancharme los dedos.

¡Que bien me está quedando mi diario! Esta vez le toca a Ramble on, también de los Led en versión de Vanilla Fudge. ¡Que pedasssso de disco, ja,ja,ja...!

lunes, 13 de agosto de 2012

BLONDE ON THE BEACH


Estoy hasta el gorro de la familia. Y lo llamo familia por llamarlo de alguna manera. Lo decidí, pues, sobre la marcha; quedaba poco para finalizar el verano y consideré, que tal vez, otra ocasión como esta no se me presentara. Tomé la sombrilla, la nevera portátil, la colchoneta hinchable y di un silbo al perro , que no se lo pensó dos veces: el animal, dio un brincó y se atrincheró bajo las toallas en la parte trasera de la caravana. Miré el bolso, no es que me sobrara la plata, pero sí portaba lo suficiente como para regalarme un buen fin de semana desparramada sobre la arena de la playa. Una vez en el vehículo, metí la llave en la ranura y giré un par de veces, el trasto arrancó sin mayor esfuerzo, el ronroneo del motor me sentó como una caricia. Con la sonrisa en los labios, ni tan siquiera me asomé por la ventanilla para decirles “hasta luego”, me marché sin más, como perra a la que le quitan pulgas. ¡Dios! Qué a gusto me sentía. Ni tan siquiera me hice la pregunta de si me echarían en falta. Me largué con viento fresco, con el deseo de ser abrazada por las olas del mar vecino, y dejar el arrope para la luna llena.

Mientras abandonaba el barrio, contemplaba desde la ventanilla cómo los zagales disfrutaban de las piscinas de plástico que sus viejas les regalaban junto a la puerta de las casas. Los sábados, los municipales descansaban, razón por la que todo el vecindario se hacía cómplice, y el agua se regalaba de modo generoso. Un ambiente entre kitch y desolador, que a un guiri podría resultar cuanto menos curioso y tentador para inmortalizar con una instantánea.

El día más caluroso de todo el verano, predicaban desde la emisora a todo volumen, te podías freír a pleno sol, ya que a la sombra se superaban los cincuenta grados. Me libro de toda esta mierda -pensé, me merezco un descanso, lejos, bien lejos. Salí de la ciudad, y mientras conducía me acordé de Alejandro y de su barra para los labios. Con una mano al volante, utilicé la otra para hurgar en el bolso. Mi móvil, sin él no soy nada. Mis dedos parecían ansiosos, se deslizaron con agilidad y marcaron su número....

  • ¿Ale?
  • Sí -me contesto él.
  • Soy yo, yo, Mirna.
  • ¿Mirna Loy...? ¿No te habrás confundido de número? Estás hablando con William Powell.
  • Ja,ja,ja,jaaaaaaaaaaa..... Siempre de coña, eso es lo que más me gusta de ti Alejandro. Voy camino de Matalascañas. ¿Te apetece un baño?
  • ¿Allí? Eso es como buscar una aguja en un pajar.
  • ¡Venga ya! No te apures, estaré sola, al final, donde Cristo perdió las vergüenzas ¿te acuerdas?
  • Como para olvidarlo.
  • Voy de camino con mi chucho. Te esperamos.
Me gustaba Alejandro, porque siempre estaba dispuesto para hacerte un favor de la índole que fuera.

Al cabo de una hora y media estaba en Matalascañas. Pasé las dunas, y continué por el camino que a todos los perdidos nos brinda esa playa para encontrarnos. Al llegar al lugar, abrí la puerta de atrás y dejé que el perro saltara a la arena: después saqué la sombrilla, la abrí y la clavé en la arena: me despeloté viva y corrí brincando sobre la ardiente arena hacia el agua. Estaba fresca, el mar me abrazó familiarmente y con deseo, como al amante que hace tiempo que no ves y está falto.

Salí del agua, no con cierta pena de dejar a ese amante a la cuarta pregunta, tome la toalla y la restregué con fuerza contra mis cabellos. ¡Uagggggg! ¡Como nueva! Ahora que venga Powell que me lo como -pensé. Me tendí bajo la sombrilla, el chucho escarbaba, en la radio Vanilla Fudge me animaba con su particular versión de Dazed and confused de los Zeppelin. Madurita y dispuesta, eso no pasaba antes, en la desgraciada época de Pepe. Las cosas han cambiando, espero que para mejor. En ese soliloquio me quedé dormida.

Cuando me desperté, la yema del dedo gordo del pie de Alejandro me acariciaba el vientre. Allí estaba él, de pie, con el sol a su espalda dibujando una silueta negra.

  • Vamos Ale, relájate, que no soy tu madre, estás como en familia, despelótate y tiéndete acá.
    Alejandro no abandonó sus lentes oscuras, no creo que por timidez, tal vez para que no le adivinara qué pensaba. De rodillas a mi lado, me fue acariciando con su dedo índice sinuoso, como si una pitón me estuviera reconociendo. Se levantó, me dijo que el coche lo había dejado tras las dunas, que se iba a acercar por una birras fresquitas, asentí, y se marchó.
    Bueno, hace un par de días que regresé a Sevilla.



Estoy en casa, escribiendo este mail a mi amiga Fani y... Aún estoy esperando que Alejandro regrese con las birras. ¡Un desastre!

martes, 7 de agosto de 2012

PAUL AUSTER EN EL MERCADONA


Al cabo de un mes, he salido de mi asombro y de mis dudas. Aquella mañana del caluroso mes de Julio, me habían citado en el centro de la ciudad, en una de las calles discretas de la Alameda de Hércules.
Hice tiempo en el local, charlando con los jóvenes de variopintos pelajes concentrados allí; todos de diferentes nacionalidades, atentos y educados, criaturas para las que chapurrear el español no entrañaba problema alguno.
A ellos les pareció interesante el trabajo del ilustrador que habita en mí. Sin embargo, la excusa de la cita era poner rostro al cruce de mails que desde hacía tiempo se venían cruzando entre el sujeto al que yo esperaba y mi verdadero yo.
Me ofrecieron agua, y el vaso de plástico con el preciado elemento colmó mi sed. Para cuando apareció el protagonista había transcurrido algo más de media hora.
Me quedé mirándolo, con una enorme interrogante en la conciencia. Aquel rostro me resultaba familiar. Busqué en mi cerebro la imagen en la cabecera de algún periódico y su titular. Tras unos segundos de frenético trasiego me vino un nombre al azar: Paul Auster.
Pero no -me dije, no puede ser. Demasiada coincidencia -pensé, y lo deje pasar. Nos concentramos todos alrededor de la mesa de camilla, con un portátil en el centro, tipo guija electrónica. El ordenador, durante más de dos horas, estuvo girando victima de dedos curiosos. Nos despedimos al final de la exposición, apenas me quedaba fuerza para seguir hablando. Quedamos emplazados para un segundo encuentro, esta vez en mi estudio.
Durante el camino de regreso, me estuve preguntando si él se había presentado, y con las mismas se lo conté a mi mujer que, extrañada, me preguntó si a la hora de saludarnos, el individuo en cuestión me había dado su nombre, a lo que yo respondí encogiéndome de hombros.
Los días pasaron y de nuevo el cruce de mails se reanudó. Por fin quedamos, y esta mañana salí de dudas. Primero me telefoneó y de forma pausada con un inglés con marcado acento neoyorquino me preguntó por mi dirección. Le indiqué cómo llegar y le dí el nombre de las calles más conocidas de la zona para que le sirvieran de referencia. A la una y media pasadas, sonó el timbre de la puerta, me acerqué y abrí. Allí estaba, alto y sonriente, con sus enormes ojos llenos de desparpajo. Le invité a pasar y me siguió por el profundo pasillo que desemboca en el patio; el sol nos abrazó durante unos segundos y al penetrar en el estudio ambos nos sentimos reconfortados. En esta ocasión fui yo quien le ofreció el vaso de agua en vaso de plástico. Le presenté a mi mujer y a Hilario. Mi mujer se ruborizó. Soy Paul -le dijo él acercando su rostro al de ella y besándola en la mejilla. Mientras nos acomodábamos en torno a mi ordenador la miré de reojo y la vi desviar su mano hacia la mejilla recién besada. Finalmente ella se marchó y nos dejó a los tres: Paul, Hilario y yo.

Hablamos de los perfiles de los candidatos a las prácticas y de su cobertura, me esforcé y acabé chapurreando el inglés que había aprendido durante mi estancia en Tokyo. Al cabo de un rato, con todos los deberes hechos por ambas partes, nos dimos la mano, se despidió de todos y quedamos para vernos en Septiembre.
¿Y Bien...? -le pregunté a mi mujer que me respondió sin dudarlo: Sí, sí. Es él, pero mucho más joven. Es como si hubiéramos retrocedido en el tiempo. Está mucho más joven.
Bueno guapa, vamos. Que se hace tarde -le dije.
Hilario se marchó también, y nosotros caminamos hacia el coche.
Bien, ¿no tienes que decir nada? -pregunté a mi mujer.
Nada, aún estoy nerviosa, paramos en el Mercadona y mientras yo aparco tú haces la compra -me contestó.
Me bajé del coche y al ir a entrar me volví a encontrar con él. Paul salía con sus compras.
Hola John -me dijo. Y entré, pensando en la cara que pondría mi mujer cuando le contara.
Al cabo de pocos minutos, después de hacer mi compra, regresé al coche.
¿Sabes con quién me he encontrado al entrar en el Mercadona?
¿Con quién? -me preguntó ella.
Con Paul Auster. Acababa de realizar su compra, y me llamado por mi nombre. Me ha dicho Hola John.