martes, 7 de agosto de 2012

PAUL AUSTER EN EL MERCADONA


Al cabo de un mes, he salido de mi asombro y de mis dudas. Aquella mañana del caluroso mes de Julio, me habían citado en el centro de la ciudad, en una de las calles discretas de la Alameda de Hércules.
Hice tiempo en el local, charlando con los jóvenes de variopintos pelajes concentrados allí; todos de diferentes nacionalidades, atentos y educados, criaturas para las que chapurrear el español no entrañaba problema alguno.
A ellos les pareció interesante el trabajo del ilustrador que habita en mí. Sin embargo, la excusa de la cita era poner rostro al cruce de mails que desde hacía tiempo se venían cruzando entre el sujeto al que yo esperaba y mi verdadero yo.
Me ofrecieron agua, y el vaso de plástico con el preciado elemento colmó mi sed. Para cuando apareció el protagonista había transcurrido algo más de media hora.
Me quedé mirándolo, con una enorme interrogante en la conciencia. Aquel rostro me resultaba familiar. Busqué en mi cerebro la imagen en la cabecera de algún periódico y su titular. Tras unos segundos de frenético trasiego me vino un nombre al azar: Paul Auster.
Pero no -me dije, no puede ser. Demasiada coincidencia -pensé, y lo deje pasar. Nos concentramos todos alrededor de la mesa de camilla, con un portátil en el centro, tipo guija electrónica. El ordenador, durante más de dos horas, estuvo girando victima de dedos curiosos. Nos despedimos al final de la exposición, apenas me quedaba fuerza para seguir hablando. Quedamos emplazados para un segundo encuentro, esta vez en mi estudio.
Durante el camino de regreso, me estuve preguntando si él se había presentado, y con las mismas se lo conté a mi mujer que, extrañada, me preguntó si a la hora de saludarnos, el individuo en cuestión me había dado su nombre, a lo que yo respondí encogiéndome de hombros.
Los días pasaron y de nuevo el cruce de mails se reanudó. Por fin quedamos, y esta mañana salí de dudas. Primero me telefoneó y de forma pausada con un inglés con marcado acento neoyorquino me preguntó por mi dirección. Le indiqué cómo llegar y le dí el nombre de las calles más conocidas de la zona para que le sirvieran de referencia. A la una y media pasadas, sonó el timbre de la puerta, me acerqué y abrí. Allí estaba, alto y sonriente, con sus enormes ojos llenos de desparpajo. Le invité a pasar y me siguió por el profundo pasillo que desemboca en el patio; el sol nos abrazó durante unos segundos y al penetrar en el estudio ambos nos sentimos reconfortados. En esta ocasión fui yo quien le ofreció el vaso de agua en vaso de plástico. Le presenté a mi mujer y a Hilario. Mi mujer se ruborizó. Soy Paul -le dijo él acercando su rostro al de ella y besándola en la mejilla. Mientras nos acomodábamos en torno a mi ordenador la miré de reojo y la vi desviar su mano hacia la mejilla recién besada. Finalmente ella se marchó y nos dejó a los tres: Paul, Hilario y yo.

Hablamos de los perfiles de los candidatos a las prácticas y de su cobertura, me esforcé y acabé chapurreando el inglés que había aprendido durante mi estancia en Tokyo. Al cabo de un rato, con todos los deberes hechos por ambas partes, nos dimos la mano, se despidió de todos y quedamos para vernos en Septiembre.
¿Y Bien...? -le pregunté a mi mujer que me respondió sin dudarlo: Sí, sí. Es él, pero mucho más joven. Es como si hubiéramos retrocedido en el tiempo. Está mucho más joven.
Bueno guapa, vamos. Que se hace tarde -le dije.
Hilario se marchó también, y nosotros caminamos hacia el coche.
Bien, ¿no tienes que decir nada? -pregunté a mi mujer.
Nada, aún estoy nerviosa, paramos en el Mercadona y mientras yo aparco tú haces la compra -me contestó.
Me bajé del coche y al ir a entrar me volví a encontrar con él. Paul salía con sus compras.
Hola John -me dijo. Y entré, pensando en la cara que pondría mi mujer cuando le contara.
Al cabo de pocos minutos, después de hacer mi compra, regresé al coche.
¿Sabes con quién me he encontrado al entrar en el Mercadona?
¿Con quién? -me preguntó ella.
Con Paul Auster. Acababa de realizar su compra, y me llamado por mi nombre. Me ha dicho Hola John.

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