domingo, 13 de enero de 2013

A TIRO HECHO


La investigación no había sido de su agrado y, mucho menos la sentencia, que arruinaría su vida y la de su mujer. Demasiado tolerante..., demasiado, demasiado... -se dijo maqueándose frente al espejo. No me queda tiempo para estudiar leyes; sí para actuar.
El autobús empleó poco tiempo hasta llegar a las inmediaciones del juzgado, apenas tres cuartos de hora en atravesar la ciudad. Bajó y, con disimulo, arrojó una bolsa en el cesto de la farola. Allí dejaba en manos del destino su inversión y su futuro.
Al entrar en el edificio, se palpó buscando en la indumentaria objetos que pudieran activar la alarma: el zurrón por un lado; y por el otro los útiles pequeños; reloj, monedas, zarandajas que depositó en la cesta, al igual que hubiera procedido en cualquier aeropuerto. Se tocó el cinturón; sin embargo, decidió pasar por debajo del arco sin quitárselo para de este modo comprobar el grado de sensibilidad del detector de metales.
Superada la primera prueba, mostró la citación a la joven que mataba el tiempo junto al escáner comiendo gusanitos. ¡Sí! –dijo ella de forma taxativa al comprobar el escrito, y añadió sin levantar la vista de la pantalla: Es en la primera planta; tome la escalera del fondo.
Decidido, se dirigió hacia el lugar indicado y, una vez allí, examinó la escalera indicada por la mujer.
Mientras subía, apreció y valoró positivamente la amplitud de la escalera, echó un vistazo a los escalones y encontró adecuada la altura y separación de la tabica por si las circunstancias lo obligaban a correr escaleras abajo. Sin titubeos siguió las flechas que indicaban el destino y, cuando por fin entró en el juzgado número uno de primera instancia, mostró el escrito a uno de los auxiliares al tiempo que su vista escrutaba el lugar buscando indicios que delataran la presencia de la jueza titular, esa que días antes, por comodidad, había condenado a su pareja a unos pocos años de cárcel, por no profundizar y solicitar una prueba de ADN.
El auxiliar leyó rápido el texto y le aclaró que el nuevo procedimiento debía ser encauzado por lo civil, y no por lo penal; que su abogado debía obrar en consecuencia, y que ese tipo de accidentes, al haber lesiones, se solían resolver pactando ambas partes antes de llegar a la sala.

Insatisfecho, ojeó de nuevo el espacio antes de marcharse, se despidió del varón agradeciéndole la información, y se dirigió de nuevo a las escaleras. Cuando bajaba, captó su atención la pareja de cierta edad que le precedía, y recordó haberlos visto en la sala. Analizó sus indumentarias empleando más tiempo en la mujer. Concluyó que ella era la jueza, justo en el momento en el que la mujer se volvió sobresaltada como si la hubieran avisado del más allá de que estaba siendo observada y que su vida corría peligro.
La pareja ralentizó su descenso mientras él se hacía el despistado y los adelantaba: no le merecía la pena encararse con ellos allí. El viejo colocó su brazo sobre el hombro de la mujer para hacerla sentir segura.
Al salir de los juzgados descubrió a una pareja diferente: agentes de la policía nacional que daban escolta a un joven esposado con las manos atrás, caminaban a buen paso. Los siguió durante un trecho seducido por la curiosidad, sintiéndose seguro de que podía actuar en cualquier momento, le parecieron presas fáciles. Afloró su instinto malvado y al ver que entraban en el juzgado de guardia corrigió su camino y retornó hacia la parada del autobús.
Al llegar a la parada, comprobó que aún permanecía estacionado el mismo que lo había llevado a los juzgados. Miró su reloj, aún tenía tiempo; en toda la gestión había empleado tan sólo diez minutos.
Con disimulo, se dirigió a la cesta de los papeles y se aseguró de  que la bolsa aún seguía allí. Introdujo su mano y la sacó. Rodeó el edificio del juzgado. Dejó que la pareja de vejestorios saliera confiada, comprobó que nadie los seguía, sacó el arma, ajustó el silenciador y adelantó el paso. A la altura de la mujer, le apuntó a las sienes y apretó el gatillo. Yo también sé juzgar -le espetó al marido paralizado de horror, y añadió: no necesito de togas para emplearme a fondo.
Todo tan cerca y tan a la mano, y al mismo tiempo tan lejos, pensó para sus adentros. Aligeró el paso, el autobús aún no había arrancado. Subió, sonrió al conductor, soltó un par de monedas, tomó el billete y emprendió el regreso.
A lo lejos, junto a la palmera, el marido velaba descompuesto el cadáver de la jueza. Ni tan siquiera había gritado. Aún.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

EL VIAJE A NUEVA YORK


No puedo culpar al mono. Lo escuché y punto. El resto es asunto mío. Desde hace tiempo me animaba a viajar; sin embargo, el interés por terminar la novela era tal que el viaje se había convertido en un sueño sobre el que apenas me centraba y, cuando lo hacía era de muy de tarde en tarde. Fueron las noticias de los diarios donde encontré la excusa para viajar; añoraba esos fantasmas que me habían alumbrado la adolescencia y anhelaba el encuentro idealizado y la peregrinación al inmueble de culto. Mi particular Meca.
Me decidí, y empleé esa mañana de Agosto en husmear en internet, busqué una oferta que no desbordara mi bolsillo y..., finalmente encontré la ganga que esperaba, por unos seiscientos euros encontré un viaje a Nueva York. Sí, por seiscientos euros, ida y vuelta con hotel incluido.
Noté la crisis, Yanquilandia al alcance de la mano -pensé. Me arriesgué y efectué la compra, dejé que los dígitos de mi visa se perdieran por la red y, en cuestión de minutos un correo me anunciaba la confirmación, el número de vuelo, hora de salida y de llegada, y lo más importante: la reserva del hotel.
Solo, sí solo; era mi sueño y no podía desperdiciarlo con nadie más. Algo de canguelo pasé en el aeropuerto de Madrid, con tanta pasma mirando tan desafiantes a los viajeros. Pasé los ridículos controles de metal, dejé que me fisgonearan por los rayos X y nada. ¿Qué coño se pensaban que podía ocultar en el agujero del culo? ¿Acaso un porro? No me van las coñas marineras, nunca me han ido. Confíe mis enseres en el destino, y únicamente subí con lo necesario y mi portátil. La rubia que me encasquetaron al lado me importaba un rábano, no iba a dejar que me distrajera. La mujer de mis sueños no era rubia precisamente. Las rubias suelen llevar algo de artificio encima como si fuera marca de la casa; donde se ponga una morena de labios gordos que se aparte lo demás.
Aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Newark, 16 kilómetros me separaban de mi destino. Trinqué mi maleta y pasé los controles. Me dirigí a la salida. Tomé un taxi que me dejó en mi hotel, el tío cobró y se largó con viento fresco. Recogí la llave en recepción, deshice el equipaje y me duché. Me tumbé un rato en la cama. Cuando bajé, la chica de recepción me facilitó un mapa de la zona y, me señaló los lugares que eran de mi interés. Me compré un bocata en un colmado y caminé... caminé...
¡Por fin llegué! Me senté enfrente, en la acera. Frente a la fachada: el objetivo de mi móvil. Fascinado. Si, estaba fascinado, hacía tiempo que algo no me embargaba de esa forma. ¿Por el color de su fachada? ¿Por el deterioro de la misma?...
Algo así como -What are you doing here? -Fue la intro al interrogatorio de la enorme mujer policía negra que se acercó por detrás y tocó mi hombro, sacándome de mi estado de somnolencia, consecuencia de las horas de vuelo y, del cambio de hora.
Nothing – le respondí en tono amistoso.
Where are you from? Acaso hispano -añadió
Tánto se me nota -pensé.
Abandoné mi inglés macarrónico e intenté dialogar con ella. ¡Ganármela, vamos! No, soy español, para tí puede significar lo mismo.
What? -Me respondió con esa resonancia extrema que tienen los negros al pronunciar.
Llevas mucho tiempo aquí sentado ¿Por qué?
Entendí que cumplía con su trabajo, y reconozco que me embargó con su presencia. No me atemorizó, a pesar de su tamaño, de sus gruesas piernas, de su entubado uniforme, de sus enormes tetas: que a semejanza de dos globos aerostáticos parecían pugnar entre ellos por asomarse para respirar por encima de la camisa que la encorsetaba.
Sin embargo, eran sus morros, sus gruesos labios los que me erotizaron. Me pregunté entonces cual era la verdadera razón por la que Crumb, había dejado América para instalarse en el sur de Francia.
Semejante especimen bien merecía abandonarse y... dedicarse uno a la vida contemplativa.
Me marcho – Me dijo, tienes todavía una hora por delante. Mi sustituto no creo que sea tan paciente como yo. Andate con cuidado.
Chao -le respondí sonriente y agradecido. Se perdió calle abajo, moviendo armónicamente su enorme pandero al tiempo que se fundía con la oscuridad reinante.
Centré la atención en la puerta principal del viejo edificio. En el ir y venir de la clientela del restaurante que ocupaba los bajos, me servía de distracción. Tomé fotos con el móvil hasta agotar la batería. Pocas luces eran las que alumbraban el interior. A pesar del gasto, el servicio de seguridad aún lo mantenían. Me quedé frito junto a los coches aparcados junto a la acera y, fue el mono el que me zarandeó el hombro y el que me devolvió a la realidad. Caí en la cuenta del consejo de la policía negra. Al incorporarme, vi aquella otra mujer caminando, con la cabeza gacha, tan pintoresca, cargada con bolsas, supuse que se dirigía hacia el hotel. Cruce la calle corriendo, y en un pésimo inglés le dije que quería ayudarla. Me miró, con su cabeza enmarañada de pelos y cintas. Me contempló de arriba abajo.
¿Va usted al hotel? Verdad -le pregunté
Claro -me respondió.
¿Dónde pensaba que iba a ir a estas horas?
¿Pero no me dejaran entrar?
No te preocupes, si vienes conmigo nadie hará preguntas.
Tomé una de las bolsas. Le di mi mano libre y entramos agarrados como dos novios.
Nadie se percató de nuestra presencia. Tomamos el ascensor. La miraba de reojo, me resultaba familiar. Me invitó a entrar en su habitación.
Deja la bolsa ahí y ven, siéntate a mi lado. ¿De dónde eres? - preguntó. La obedecí y mientras ella se acomodaba al filo de la cama, tomé una silla y me acerqué, al tiempo que le decía -De Madrid.
Y rompió a reír. Carcajada tras carcajada, convulsa. ¿De Madrid? Y qué coño haces aquí. -Respondió mientras se levantaba, se arrimaba al armario y sacaba una botella.
Me enteré de lo del Hotel, y vine, no podía dejar que pasara el tiempo, permanecer allí como un inútil. Y seguir las noticias por internet.
¿Internet? -preguntó. Bueno es un poco tarde, me voy a echar un rato. Mañana acomodaré esas baratijas. Ahí tienes el suelo y la alfombra – Me dijo señalando el piso de la habitación. Y mientras rompía a reír a carcajadas me dijo : No pensarías que me lo iba a hacer también contigo,¿Verdad?
Fue entonces cuando me fijé en el retrato que descansaba sobre la mesita de noche. La reconocí, era ella, Janis. Nunca se había ido. Había permanecido allí durante todos estos años... tal vez esperándome. La obedecí, ni me quité la ropa me tendí a los pies de su cama como un perro. Y cerré los ojos...
Aún estoy esperando a que vengan a servirnos el desayuno.

lunes, 10 de diciembre de 2012

SOPA DE TOMATE


Tras el almuerzo, mientras los platos se dejaban acariciar por el estropajo jabonoso, él dirigió la mirada hacia el escurreplatos, para ganar tiempo.

La cena apuntaba como otra de sus asignaturas pendientes y, al observar lo poco que quedaba en el refrigerador, preguntó a su compañera qué hacer para engañar el estómago de la vieja y el suyo propio.

-Déjame ver qué tienes ahí -le instó ella.

Él se apresuró a abrir la inmaculada portezuela, y a continuación se limitó a señalar con el dedo.

-Ajá. Bueno, tienes avíos para esta noche. Tomate, cebolla, ajo y apio. Con esto no necesitas nada más. Prepara una buena sopa de tomate cuando regreses. Yo te dejaré cortada la cebolla y el tomate, y te lo dejo en el frigorífico.

La compañera se afanó en la labor, mientras la vieja entraba en éxtasis enfrentada al televisor. Recogieron las migas de la mesa y rotaron el hule alrededor del palo. Se fueron a la cocina, la anciana levitaba ausente.

Al cabo de unos minutos pasearon tranquilos hasta llegar al trabajo, se enzarzaron en sus respectivos teclados y a las nueve recogieron. Ella lo acompañó hasta su casa, como de costumbre, para enfilar a continuación la autopista hasta su particular nido.

Cuando él subió, hizo vibrar el timbre de manera insistente. La vieja le abrió, no hubo palabras ni gestos. Mientras él se descalzaba, la mujer le preguntó si debía hacer algo. Él le respondió taxativamente: pon la mesa. Ella obedeció y a continuación le hizo la pregunta de rigor: ¿cuchara o tenedor?

-Para mi, cuchara.
-¿Qué vamos a cenar?
-Sopa de tomate.
-A mí me pones poco.
-Cuando termine te sirves lo que te de la gana.

Puso la cazuela a calentar con un chorreón de aceite y añadió la cebolla que su compañera había cortado en juliana fina tras el almuerzo. Una vez rehogada la cebolla agregó un par de dientes de ajo cortaditos en rodajas y, a continuación, el tomate cortado también en cubitos pequeños. No conforme con su estreno, más tarde añadió un poco de apio y algo de calabaza.

Mientras el tomate se freía lentamente, encendió otro fuego y colocó la plancha para tostar unas rebanadas de pan. Después, revisó el tomate y vertió el agua, un poco de sal y una pastilla desmenuzada de caldo de pollo. Llevó a ebullición la sopa y dejó cocer media hora.

A última hora recordó el consejo de su compañera: unas cucharadas de queso rallado potenciarían el sabor del tomate y la cebolla.

Salió de la cocina y se sentó en el sofá contemplando a su madre que se había quedado dormida. Al cabo de un rato miró el reloj, se fue a la cocina, probó el caldo y sacó los platos de la alacena. La sopa estaba en su punto. Entonces lanzó un grito a la madre y ésta se apresuró a sentarse a la mesa. Cenaron sin mediar palabra.

Ingredientes:
Cebolla
Tomate
Ajo
Aceite
Apio
Calabaza (opcional)
Pastilla de caldo
Queso rallado (opcional)
Pan tostado y agua.

jueves, 15 de noviembre de 2012

POLLO AL AJILLO


¿Cómo debería preparar el pollo para hacerlo al ajillo? Preguntó él.

Es muy fácil -dijo la mujer y añadió: sólo tienes que trocear el pollo, salpimentarlo y, antes que nada echas un poco de aceite en la cazuela, una hoja de laurel, y cuando esté caliente añades unos dientes de ajos, los refríes y los sacas. Coloca entonces, en el aceite, los trozos de pollo y los dejas un buen rato; cuando estén dorados vuelves a echar los ajos y añades el vino blanco, lo pones a fuego lento hasta que se vaya consumiendo el vino y se quede en el aceitito. De vez en cuando mueve las piezas. Lo puedes hacer mañana noche, y así tendrás listo el almuerzo del lunes.

Al día siguiente, la mujer le preguntó por la experiencia y él le contestó que había ido bien. Al mediodía, al terminar la jornada de trabajo, se fueron juntos a la casa de éste para disfrutar del pollo al ajillo y de la compañía de la vieja que a esa hora estaría rumiando, acomodada en el sofá frente al televisor, embelesada como un momia.

Al destapar la cazuela, la mujer lo miró con desconcierto: ¿Con esto piensas que vamos a almorzar los tres? ¿Dónde está el pollo? No veo los contramuslos ¿Y ...la pechuga?

- Ahí esta todo.
- ¿Cómo va a estar todo?
- Lo juro, troceé el pollo como me dijiste, eso sí le quité la piel.
- La piel no influye, aquí falta pollo. Se lo habrá comido ella.
- ¿Cómo se lo va a comer?
- ¿Cenó anoche?
- No, se fue a la cama malhumorada y no consintió en cenar.
- Ahí tienes la respuesta. No cenó, seguro que cuando se ha levantado esta mañana y le ha dado el tufillo del pollo se ha servido algunas piezas.
- ¡Vamos! No seas de tu pueblo.
- !Que sí, que me la conozco! Las otras veces ha sobrado comida y para esta tendremos que freír papas si queremos almorzar los tres.
- Está bien, ya las pelo yo.

Él tuvo que reconocer para sus adentros que era poca comida, pero no se explicaba el misterio. Enseñó a la compañera la pieza que había guardado en el congelador, era la espalda del pollo, puro hueso para hacer caldo. Una extraña sensación le vino al tiempo que la sujetaba, prefirió callar. La guardó otra vez en el congelador y los tres se sentaron a la mesa. Durante el transcurso del almuerzo, la vieja sólo levantó la cabeza del plato para alabar el trabajo del hijo: ¡Qué buen cocinero te estás volviendo!

Sí -contestó él-, con la ayuda de ella, que es la que me enseña.

Ingredientes:

Pollo troceado y despellejado.

Un par de cabezas de ajos.

Aceite y vino.

Laurel, sal y pimienta.

miércoles, 10 de octubre de 2012

LADY GAGA - JULIÁN ASSANGE

Mi pintoresca prima Stefani Germanotta, más conocida como Lady Gaga, estuvo días atrás en Londres para promocionar su nuevo perfume FAME, único por su color negro (he de aclarar que el vídeo promocional huele a ciencia ficción). Stefani, que no tiene un pelo de tonta, tras hacer su promo correspondiente en los almacenes Harrods, siguió los consejos del compositor MIA y visitó a Julian Assange en su encierro voluntario en la embajada de Ecuador.

Mi parienta, pasó un buen rato con Julián y, como manda la tradición británica, sorbieron juntos un té en el cuartito de este. La fama de rompebragas que Julián se ha ganado en Suecia no ha suscitado temor entre las féminas famosas. Numerosas son las celebridades que comienzan a desfilar por los aposentos de Assange para hacerse la foto y tomarse un té.

En otros tiempos, la gente hacía peregrinación a Lourdes; hoy en día, muchas prefieren peregrinar a la embajada ecuatoriana de nuestra vecina british. Mi prima estuvo cinco horas con Julián y abandonó la embajada a medianoche.

¿Quién será la próxima?

domingo, 23 de septiembre de 2012

PELEA DE GATOS


Al cabo de un rato, la rubia se acerca a su marido y le pregunta:
-¡Oye! ¿Tu madre no piensa levantarse hoy? Espero que no le haya dado un yuyu con el aloperidol que le dí ayer tarde. Ah no..., mírala allí, espatarrá en la cama a medio tapar. ¡Uhm! Respira; y bien que lo hace. ¡Mira! mira que resoplidos da. A este ritmo, empalma el desayuno con la cena.
Bueno, observa qué macarrones te he preparado. Te vas a chupar los dedos. Anda, vamos a la mesa y deja la caja tonta que te vas a volver mongolo.
-¿Mongolo yo? Mongola tú. Anda lúcete, que para eso te mantengo. Mueve el culo para mí.
-Oing... ¿Ya has vuelto en ti? Pareces una culebra, siempre aletargao, o serpenteando por la casa. Qué vas a hacer ahora ¿brincar y morderme el cuellito?
-¿Aletargao yo? ¡So lagarta! Que te pasas las noches de coña por ahí ¿Qué se te ha perdido en la calle? ¿Por qué razón no pasas más tiempo conmigo? Deberías estar aquí todo el día sentadita como una niña buena.
-¿Qué te pasa de pronto?, ¿te han amargado los macarrones la sobremesa? Mejor sería que te callaras, y así no sube el pan.
-El pan no lo voy a subir yo pendona, el pan lo sube el gobierno.
-Dirás tu gobierno, porque son a ellos a los que has votado tú y tu incompetente madre; que al ritmo que va el asunto seguro que nos quedamos sin la pensión de la vieja.
-No llames a mi madre vieja. Vieja lo serás tú, que con esos pellejos que te cuelgan del cuello, pareces una tortuga boba.
-Habla, habla, dale al pico; que el día que se me inflame la entrepierna salgo por patas de esta casa y no me vuelves a ver.
-¡Vete y no vuelvas!
-Porque estamos en un bajo. Si viviéramos en un primero te tomaba en brazos y te arrojaba desde la ventana a la puta calle.
-¡Desgraciada! Métete los macarrones donde te quepan.
-Eso voy a hacer, no te quepa la menor duda. Toditos para mí; y si tienes hambre, que tu madre se meta en la cocina y te prepare unas lentejas.
Chao mi amorrrrrr..., me voy a la calle a rular; seguro que encuentro un jamelgo a mi altura.

domingo, 16 de septiembre de 2012

CHAMPÚ DE CABALLO



¡Qué sofoco! Abrir la puerta de la calle y comprobar que mi Pepe no está acurrucado en el sofá.
¡Mal de ojos para mi suegra!..., que seguro se lo ha llevado a rastras a la cama. Bien se le podían torcer las piernas, caerse de bruces y estampar el careto contra el gres del salón; sería una buena forma de asegurarle una butaca de primera en el cielo de los enajenados. Estoy segura de que no caerá esa breva y tendremos suegra para rato.
Bueno, me ducho, me recojo el pelo y me tiendo a los pies de mi Pepe para hacer mi papel de amante fiel. Y a esa que le den, para cuando se levante mi Pepe le habré calentado el nescafé, nos desayunaremos unos buenos churros, y para ella... el pan de ayer, que se apañe unas rebanadas fritas en la sartén, a ver si con eso los cuatro dientes que le quedan se le jubilan anticipadamente y la exhibimos en la próxima feria como fenómeno aborrecible.

Uhmnnn... mi Pepiño ¿Ya te has despertado? ¿Cómo te ha sentado el cafetito de la mañana? Si, no me mires así, ya sé que ayer fui mala y me escapé mientras dormías, pero ya ves... aquí estoy como siempre, pendiente de ti. Qué van a ser hoy ¿las uñitas de los pies? ¿Quieres que te las cortes mientras ves la tele? Por tu mami, no te apures, no te la vas a cepillar, déjala que ronque, que el día es muy largo y es muy pesada. Mientras más ronque, más libre estaremos nosotros.

Bueno, te voy a acomodar en el salón, mientras... me acicalo, me lavo la cabeza con el champú de caballo, ese que anuncian a discreción las pavas en internet y le dejo a ella, a tu mami, los platos y las tazas para que se entretenga con el fregado y se sienta útil. ¿Qué te apetece para almorzar? Macarrones, espaguetis... ya sabes que hoy toca pasta. La herviré yo, y no pongas esa cara que a ti siempre se te pegan al cocerlos ¿Cómo los vas a querer, a la boloñesa, a la carbonara?
Bueno, se ve que hoy no te has levantado muy hablador ¿Quieres que te sacuda la manguerita? Venga... no pongas esa cara, que nadie me está oyendo, y por tu madre no te preocupes que a buen seguro el haloperidol está haciendo su efecto.

Ahí con los teleñecos ¡Qué barbaridad, cómo pesas! Ni que tuvieras adoquines en los bolsillos, a la hora del almuerzo te las apañas tu y te sientas a la mesa, que yo no te traigo los platos al sofá.

Ya estoy de vuelta cariño. Qué, cómo va la caja tonta, te pone o no te pone. Por cierto, mira cómo me ha dejado el pelo de lustroso el champú de caballo. Tal vez debería probarlo tu madre, a lo mejor le despeja la mente.