¿Cómo debería preparar
el pollo para hacerlo al ajillo? Preguntó él.
Es muy fácil -dijo la
mujer y añadió: sólo tienes que trocear el pollo, salpimentarlo y,
antes que nada echas un poco de aceite en la cazuela, una hoja de
laurel, y cuando esté caliente añades unos dientes de ajos, los
refríes y los sacas. Coloca entonces, en el aceite, los trozos de
pollo y los dejas un buen rato; cuando estén dorados vuelves a echar
los ajos y añades el vino blanco, lo pones a fuego lento hasta que
se vaya consumiendo el vino y se quede en el aceitito. De vez en
cuando mueve las piezas. Lo puedes hacer mañana noche, y así
tendrás listo el almuerzo del lunes.
Al día siguiente, la
mujer le preguntó por la experiencia y él le contestó que había
ido bien. Al mediodía, al terminar la jornada de trabajo, se fueron
juntos a la casa de éste para disfrutar del pollo al ajillo y de la
compañía de la vieja que a esa hora estaría rumiando, acomodada en
el sofá frente al televisor, embelesada como un momia.
Al destapar la cazuela,
la mujer lo miró con desconcierto: ¿Con esto piensas que vamos a
almorzar los tres? ¿Dónde está el pollo? No veo los contramuslos
¿Y ...la pechuga?
- Ahí esta todo.
- ¿Cómo va a estar
todo?
- Lo juro, troceé el
pollo como me dijiste, eso sí le quité la piel.
- La piel no influye,
aquí falta pollo. Se lo habrá comido ella.
- ¿Cómo se lo va a
comer?
- ¿Cenó anoche?
- No, se fue a la cama
malhumorada y no consintió en cenar.
- Ahí tienes la
respuesta. No cenó, seguro que cuando se ha levantado esta mañana y
le ha dado el tufillo del pollo se ha servido algunas piezas.
- ¡Vamos! No seas de tu
pueblo.
- !Que sí, que me la
conozco! Las otras veces ha sobrado comida y para esta tendremos que
freír papas si queremos almorzar los tres.
- Está bien, ya las pelo
yo.
Él tuvo que reconocer
para sus adentros que era poca comida, pero no se explicaba el
misterio. Enseñó a la compañera la pieza que había guardado en el
congelador, era la espalda del pollo, puro hueso para hacer caldo.
Una extraña sensación le vino al tiempo que la sujetaba, prefirió
callar. La guardó otra vez en el congelador y los tres se sentaron a
la mesa. Durante el transcurso del almuerzo, la vieja sólo levantó
la cabeza del plato para alabar el trabajo del hijo: ¡Qué buen
cocinero te estás volviendo!
Sí -contestó él-, con
la ayuda de ella, que es la que me enseña.
Ingredientes:
Pollo troceado y
despellejado.
Un par de cabezas de
ajos.
Aceite y vino.
Laurel, sal y pimienta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario