domingo, 19 de septiembre de 2010

FELICIDAD

¡Felicidad! No le pareció una palabra mágica al despertar y abrir los ojos. En pocos segundos regresó a su triste realidad. Las manos esposadas sobre la mesa, el comisario de pie al otro lado, y la psicóloga tras el espejo observándolo. Con el paso del tiempo esta situación acabará por tornarse rutinaria si los fines de semana continúa enfrentándose a ella. Estoy seguro de que no la busca adrede, son las circunstancias las que lo llevan a ello.

Deduzco que es el entorno, o tal vez el hecho de que el padre se pase la vida entre rejas, y la madre ande dando barzones por las esquinas.

jueves, 9 de septiembre de 2010

LA CARTA


Hace unos días llegó el cartero. Hizo sonar el timbre de la entrada y después subió veloz las escaleras hasta el cuarto piso. Cuando le abrí, cierta sonrisa malévola le hacía castañear los dientes. Al principio no le di importancia, tras firmar el acuse de recibo, leí el domicilio del remitente y lo comprendí todo.

Al ir a mirarle a los ojos, la escalera se había encargado de engullirlo como a una anguila.

Me rasque los pocos pelos que me quedan y rompí el sobre para empaparme del contenido. Simple, muy simple, el alcaide del talego había dado el visto bueno a mi solicitud, y en cuestión de una semana debía personarme en la galera. Volvería a la cárcel, a mi jaula, con todo lo nuevo recién aprendido en la calle, y con hambre. El hambre que me hace desear volver al infierno y a mi jaula. Que me venga el mono, que pueda aullar, y si hacen caso omiso para eso tengo la cuchilla de afeitar. La que me guardo entre los güevos para rebanarme la muñeca en el desespero. Y otra vez a la calle, y otra vez a rular, a cortar y a pinchar. A chorar por necesidad, mamones.