sábado, 23 de febrero de 2008

EL FORAJIDO

Era de sobras conocido, sin embargo era la primera vez que lo veía, me sonrió, le dí la mano por educación y en señal de amistad. Días más tarde me apabulló con su particular cuento, no el de la lechera, otro..., una historia rocambolesca de exitos y fortunas, para cuando no puedes dormir, y a algo te has de aferrar para conciliar el sueño. Ingenuo de mí lo creí, reconozco que no advertí el engaño: acepté el encargo y realicé el trabajo.
Cuando acabada la faena le dije mi precio se asustó, casi me insultó, además, no faltó la amenaza de irse con el trabajo y dejarme sin cena. Traté de calmarlo, de razonar con él, de llegar a un acuerdo, pero ni caso. Quedó en que yo lo llamaría para vernos y tratar acerca del precio -prudentemente preferí dejar pasar los días para que se enfriara-, y al ver que yo no le llamaba lo hizó él, llamó, fue amable, me vino con el documento para que se lo firmara, acepté dándole un nuevo margen de confianza, sabiendo que el trabajo, cuando él quisiera realizarlo, habría de ser reestructurado. No obstante callé, le sonreí, y le volví a dar la mano, mi mano de amigo.

Al día siguiente, cuando presentó el trabajo, al cabo de las horas, llamó para decirme que ya sabía que mi otra opción también había sido presentada. Estamos empatados, pensé, aunque él siguió con su juego de forajido e hizo pasillo bajando braguetas y enardeciéndose de ser el amigo de todos, el dios para muchos conocido. Me importó un carajo –con perdón-, miré por la ventana, y colgué no sin antes desearle las buenas noches. Al día siguiente tracé mi plan, no el infinito, porque ese es de la Allende, otro mucho más mundano, más cercano, el que todos conocemos y del que a veces abusamos, y pensé en la Virgen María para encomendarlo a ella, que es plena de gracia y tiene la paciencia que a mí se me acaba. Aún no lo doy por muerto, le presto la vida a ese enchufado.

viernes, 15 de febrero de 2008

TOCAMIENTOS IMPUROS

Hace unos días me llamo la atención ver en televisión la noticia de que en México Distrito Federal, a partir de ¡Ya mismo! las mujeres podrían disponer de autobuses exclusivos para ellas. Leer más...

domingo, 10 de febrero de 2008

VIAJE SIN RETORNO

Los domingos prefiero regresar al trabajo en autobús en vez de usar el metro, tras la experiencia de Carlos. Cuando he accedido a la parte trasera, y he ido a tomar asiento entre la fauna canina previamente posicionada, he encontrado especimenes variopintos con sus botines de marca sobre los asientos destinados a la tercera edad. Cuatro de ellos, como poseídos, se disputaban el protagonismo por las visitas realizadas al talego, donde el cuñado de una se hospeda circunstancialmente desde tiempo inmemorial para ella. Comentan sin rubor, sin prejuicios, que el padre del recluso en cuestión se niega en rotundo a volver a visitar al maromo los domingos, ya que considera que debe gestionar asuntos más importantes, su apretada agenda carece de hueco. La pava, de dieciséis no más, chilla impotente a la otra paria: ¡el pobre lo está pasando muy mal, lo tienen asfixiado en el talego y su estancia allí va para largo!.

De los cuatro bajan dos, la parejita macarra. Las dos tórtolas con las que comparto espacio continúan su perorata -la audición en estéreo la recreo con la lectura sobre la financiación de las televisiones autonómicas-. En ese lapsus de tiempo me percato de que no apartan la vista del joven que llevo sentado detrás, lo han marcado y se lo disputan como botín de guerra. Cuando el autobús llega a mi parada me bajo tranquilo, respiro aire puro, me aparto, dejando que el autobús prosiga su camino hacia el infierno y las saludo con la mano despidiéndome aliviado.

Tórtolas carne de cañón, condenadas a malvivir antes de ser concebidas. Mal paridas con rebotes tras la boda de sus progenitores por el sindicato de las prisas, alimentadas a trompicones con el fruto de tirones de bolso motorizados. Perlas cultivadas, bajo la denominación de genéricos, entubadas en un viaje sin retorno.
Chao.

viernes, 1 de febrero de 2008

AMOR DE MIERDA

Mientras gano algo de tiempo, les dejo un aperitivo para el camino.
Sentado sobre la taza, en esos momentos de común esfuerzo, recompensado por el sonido extremo, me acordé de ella; de cuando quizás con algo más de aliento consiguió dejarlo, y pensó...