viernes, 23 de diciembre de 2011

CONJETURAS

El escritor recogía sus trastos. Fue sorprendido cuando el automático de la puerta sonó tímidamente a las dos. Comprobó la hora, e hizo conjeturas acerca de la identidad del que llamaba. La forma, el estilo, la cadencia, el sonido transmitían parte de la personalidad del autor. Contempló varias posibilidades: la de que fuera su vecino el restaurador, su propia mujer, Blondie, la amiga de su mujer, o Camilo, el proxeneta que había vivido en el piso de arriba y que al cabo de los meses regresaba para saldar el alquiler pendiente. El escritor dejó pasar los minutos, no hubo más llamadas. Al pronto, el tiempo pareció congelarse. Se decidió, y sacó los gatos al patio, terminó de recoger y dejó que el mono se fuera. Al abrir, comprobó que no había nadie en el exterior del inmueble. Cerró con llave.

Cuando el mono llegó a su casa, fisgoneó en la cocina. La madre del mono había preparado el almuerzo, un puchero bien aderezado, de los de toda la vida. Una vez acomodado, telefoneó al estudio, dejó que saltara el contestador y prestó especial atención a la última llamada. Era Blondie, anunciaba su visita para los cinco de la tarde.


viernes, 25 de noviembre de 2011

ENVOLTORIO

Ha transcurrido tanto tiempo, que algunas cosas han dejado de sorprenderle. Ha pasado lo necesario hasta acostumbrarse al envoltorio que lo cubre, a familiarizarse con brazos y piernas; sin embargo, le sigue impresionando ver sobre los extremos de sus dedos esas coronas, una suerte de costra, de naturaleza córnea, que crece a ritmo lento y armónico, que se doblega bajo el agua, se ablanda, y se somete sumisa a la acción de la tijera, sin gritar. También permanecen en él el lagarto y el pájaro. No se arrastra, tampoco vuela; el envoltorio camina erguido, la esencia permanece dentro observando las cosas a través de esos órganos que llaman ojos. No hecha en falta la cola ósea que se retuerce en su interior.

Es lo que es, dicen que proviene del barro.

El escritor observó, tomó anotaciones y permaneció atento al dictado.

domingo, 9 de octubre de 2011

EN PARÍS

En esta ocasión, no apareció el mono para seducirme. Hurgué entre los viejos escritos de Ahmed, y entre cientos de páginas encontré relatada una de sus innumerables tropelías; para mayor desconcierto no estaba fechada. Yo, ni siquiera tenía conocimiento alguno de su posible viaje iniciático a París; y me acordé de aquella otra aventura, la de los desgraciados americanos que terminaron en manos de un licántropo. Asocié, por tanto, los gustos extremos de Ahmed, con aquella excentricidad Holibudiense.


Ahmed viajó a París desde Madrid el mismo año del tristemente célebre atentado de Atocha. Me consta que, a pesar de su autosuficiencia, Ahmed no hablaba, ni habla francés, por lo que deduzco que se auxiliaría de algún diccionario de bolsillo, amén de su sexto sentido con el que todo lo puede y decide, sin remordimientos, sobre el futuro, sobre tu futuro, mi futuro, su futuro y el futuro de los que están más allá. Como si dijéramos Dios.


En el escrito, Ahmed no habla de su equipaje; tampoco hace mención acerca de compañía alguna, por lo que estoy seguro de que Manfredi no lo acompañó en esta ocasión. Si hay algo que me gusta de Ahmed es el orden que ejerce, y la costumbre de hacer pequeños diarios, como el que precede a esta reflexión:


“Monsieur Plant solicitó mi presencia; de no haber sido así permanecería en Madrid escogiendo entre la chusma a la que estoy acostumbrado, y no en París como un novio buscando pareja. Plant es un cliente demasiado exquisito, remilgado, y tan exigente que nunca se tomaría la molestia de ir a visitarme. Por otro lado, encontrarte con un billete de avión en el buzón, y las llaves de este chozo en el centro de París, incluido un renault para los desplazamientos, son motivos más que persuasivos para sucumbir a sus pretensiones.


Resido cerca del Georges Pompidou. A pesar de preferir a los clásicos no descarto una visita relámpago a ése almacén de vanalidades, más por su biblioteca y su público que por los souvenirs de sus muros. De haber sido un pintamonas, no vendría a París como esos advenedizos, que gastando look de mugrientos se pasean por las galerías anhelando alcanzar la cumbre que aquí regalan. Todo, como siempre, es cuestión de dinero. Mi viaje no, no es por razones pecuniarias. Hay cuestiones que son impagables y, más cuando el placer y el éxtasis trascienden, valores por encima de todo.


Un ordenador y conexión a internet... Funciona ¡Maravilla! Esta noche no me moveré. Mañana me calzaré las zapatillas, saldré temprano, dejaré el coche ahí fuera, y me perderé. Dedicaré las noches a ejercitar mi olfato. Ahora, derecho a la cama.


Amanece en París y un gallo cacarea: original forma de dar los buenos días; aunque no debería extrañarme, el gallo lo es todo para los franceses, arrogantes y estirados. Me ducharé y saldré por el famoso cruasán, por fin voy a catarlo. En este barrio, las calles plagadas de tiendecitas me recuerdan a España, todo a la mano.


-Un croissant, s'il vous plaît.


Aquí viene, y parece que me ha entendido. No agriaré la mañana con el recuerdo del tendero, cortaré el cruasán, lo templaré a fuego lento y lo untaré con mantequilla.


Me pongo en marcha para ver a mi dama, mejor tomo el metro en Rambuteau y no malgasto energía. No, no la avisé de que pensaba visitarla, pero me imagino que ya le habrá dado el olor y sabe que estoy aquí.


No me van las colas, sólo me gustan cuando se forman para verme a mí; pero aquí nadie me conoce. Voy a descansar un poco y ahora entraré. Puedo constatar que el Louvre es como en los documentos que uno ve en televisión, siempre atestado de gente. Colas para todo; ya sea para ver a una momia de hace miles años, que para contemplar estos panderos de Delacroix que, vistos al natural, emulan carteles de feria publicitando la gala del fin de semana. A veces, es mejor una buena lámina, que un original tan desconchado y repintado.


Mírala, ahí está. Parece estar esperándome después de tantos años. Cualquiera pensaría que le escribo. ¡Cuánta gente! Chusma al fin y al cabo. Huelen bien, se nota que esta mañana se han duchado antes de venir a verla. Flashes y más flashes, a pesar de estar más que prohibido. ¡No se enteran! No te apures Mona, los dos sabemos que no te vas a ruborizar por verme. Eres uno de esos cadáveres por los que los años no pasan. Ahí, en tu cajita... Mírala, parece como si se alegrara de verme, pero no me hago ilusiones, lo nuestro es imposible. Cuánto daría por estar a solas contigo unos minutos. Me conformaré con desearlo. Tal vez en la otra vida lo logre. Creo que a lo largo de los siglos los has mantenido a todos confundidos, generación tras generación, por algo tan simple, ...por eso que llaman sonrisa y que no es otra cosa que la mueca de la muerte. Ya estabas fría cuando Leonardo te inmortalizó y jugó a confundir al mundo. Todo un reto, hacer un retrato a una difunta y dejar que otros desarrollen cientos de teorías acerca del por qué del gesto, de la composición, de tu identidad. Petrificados se quedarían si compartiéramos con ellos lo que tú y yo sabemos.


No me vayas a guiñar el ojo, que lo estropearías todo. Me marcho, pero antes voy a terminar de recorrer las salas que me quedan, por si encontrara alguna baratija perturbadora; aunque tanto como tú no creo. Ciao, antes de regresar a la península ibérica vendré otra vez a verte y a sorprenderte. No te vayas muy lejos, mi amor.


Otra vez colas y cierto desorden. Tanta alma congregada me ha despertado el apetito. El hambre me corroe las entrañas, hora de llevarse algo a la boca..


Pâtisserie, pâtisserie, y más pâtisserie... Me apetecería algo más natural, un poco de hígado tal vez, s'il vous plaît. No estoy para cortar el foie en rodajas de un dedo de ancho, ni para salarlo en una sartén sin aceite. Paso de calentar el aceite, y de freír el foie por ambos lados para más tarde volcarlo en el plato; no tengo tiempo para aderezarlo con oporto y esperar a que rompa a hervir; y menos aún de flambearlo; nada de pasas, nada de mermelada, nada de sal, ni mancharlo con una cucharada de nata liquida; para nada el caramelizado que cubra el foie ni, por supuesto, acostarlo en biscotes de pan. Un colmado, una pâtisserie, una lata de buen hígado envasado al vacío y, tras la ingesta, me tumbaré sobre la yerba de los Elíseos, dejando que Morfeo me embargue a la sombra generosa de un árbol.


Es temprano aún; aunque el deseo me tienta, no caeré en ello. Plant vive en Faubourg Saint Germain, el barrio de los excelsos. Su consulta está cerca de la capilla de Santa Teresa, y allí compartirá espacio con Ofelia, porque es donde envío sus pedidos. Disfrutará escrutándola. A Ofelia.


Paso, me recogeré temprano y me enfrentaré al ordenador antes de irme a la cama.


Ring....ring..., ring..., ¡Qué oportuno!


-Señor Ahmed, soy Ofelia, la hermana de Paulin. Lamento decirle que mi hermano ha sido ingresado esta tarde en el hospital, y los médicos han prohibido las visitas. Siento que haya venido usted a París para nada. Cuando mi hermano se encuentre mejor lo llamará. Adiós señor Ahmed, disculpe...; que disfrute de su estancia y tenga feliz regreso.

-Pero... ¡Oiga, oiga!

miércoles, 14 de septiembre de 2011

DOLOR

Apenas habían transcurrido dos días. Regresó desconcertado de su precipitado viaje, sorprendido más bien.

Encontró el piso abierto, lo achacó a Manfredi. Su cuarto, sin embargo, permanecía intacto. El desbarajuste de la cocina le produjo cierto desconcierto pero, al no echar en falta ningún objeto se recostó en el diván.

¿Llamar a quién? ¿A la policia? -se preguntó. Se descalzó y, tumbado, le sobrevino el dolor, un fuerte y agudo dolor; dolor de huesos, de hombros, de caderas mal niveladas, de corazón. Todo su cuerpo se había vuelto puro dolor. Dolor en sumo. Dolor, dolor, dolor..., como si lo invocara complacido, dolor hasta quedar dormido como un bebé. Toda la tarde y la noche de ese día las pasó durmiendo.


domingo, 21 de agosto de 2011

A TIRO HECHO

La investigación no había sido de su agrado y, mucho menos la sentencia, que arruinaría su vida y la de su mujer. Demasiado tolerante..., demasiado, demasiado... - se dijo maqueándose frente al espejo. No me queda tiempo para estudiar leyes; sí para actuar.

El autobús empleó poco tiempo hasta llegar a las inmediaciones del juzgado ...

domingo, 7 de agosto de 2011

INFUSIÓN

Qué extraña sensación, sentirme como un ser humano caminando sobre dos piernas. Erguido, sentado, corriendo, usando vaqueros, calzando no sé que tipo de zapatos, -se dice así ¿verdad? zapatos ¡Qué cosas! No me siento distinto al mirarme en el espejo y no reflejarme como él. Prefiero seguir siendo mono ¡leche! Y no darle esplicaciones. Lo que debería oír si le susurrara al espejo. Seguro que abandonaría el teclado y me seguiría al bosque. Sería entonces la liana la que daría sentido a su vida y no la lata de cola.

Prefiero no tentarlo y dejar que escriba, lugar tendré de sacarlo del ensimismamiento voluntario. Mirálo, lo deja todo por una infusión de tomillo: sale al patio a pesar de la lluvia para hacerse con el agua que llega a la pila de lavar por el entramado de tuberías; llena el cristal y luego lo coloca sobre el fuego. Cuando el agua rompe a hervir lo aparta, llena un vaso de plástico e introduce a continuación la bolsita. Sacará las magdalenas, despejará la mesa y se dará el atracón de mediodía. Los demás callarán y se recrearán en el sonido de sorver. No le llamarán la atención, prestarán oido porque saben que el escritor se concentra en el acto buscando la inspiración. Tan habituados están que les parecerá musica.

viernes, 22 de julio de 2011

SORPRESA Y CASTIGO

No encontró motivos para sentirse culpable. Repasó los hechos trás desayunar y encaminarse hacia el estudio donde se encontraría con el escritor. Esa mañana su hábito no cambió. Se despertó temprano trás voltear en la cama perezoso; hastiado de tanto revuelco se levantó con sigilo sin encender las luces por miedo a sufrir un atáque de pánico: la gran mona seguía durmiendo, a esa hora descansaba en el cuarto de al lado.

Con recato caminó lento hasta la cocina; junto al quicio de la puerta había tanteado el tabique hasta dar con el interruptor de la luz, lo había presionado con delicadeza y, para su asombro, descubrió a una pareja de furtivos que, sorprendida in fraganti, intentó la huida. Él, mono y, sin embargo, ágil, en un abrir y cerrar de ojos los fulminó. En primer lugar acabó con la hembra, quebrándole las piernas. Su gemido no motivó al macho, lo petrificó. Resopló entonces, tomó fuerzas y lo desmembró a continuación de un sólo golpe. ¿Cruel? No, nadie podía tildarlo de cruel por defender su territorio, su espacio vital y el de la gran mona -la Madre del Mono Loco-.

Abandonó los cadáveres en el suelo, abrió el refrigerador, tomó el brick de leche y se lo echó al gaznate ahogando su sed. Pasó por encima de los cadáveres y se acercó al termo de gas, lo encendió y salió de la cocina apagando la luz. En el cuarto de baño el agua templada le redimió de toda culpa.

Soy un mono inocente por la gracia de Dios -rezó para sus adentros.

Se secó, se maqueó para salir a la calle rodeado de un silencio sepulcral, respetando el sueño de la loca, la Gran Mona, que seguía resoplando en su guarida.

De vuelta a la cocina, contempló los cadáveres de aquellos desgraciados, recordó la solución que los criminales utilizaban en las series de televisión. Utilizó la bolsa, la negra, la que minutos más tarde dejaría en uno de los contenedores de basura aparcados junto a su portal.

A la mierda -exclamó al arrojar la bolsa en su interior. ¿No es acaso lo que se merecen? - se preguntó y añadió -No, no tengo conciencia.

Caminó tranquiló mirando a los ojos a los transeuntes que a esas horas, las seis de la mañana, se atrevían a deambular por la calle.

No creo que el escritor me recrimine nada. Él hubiera hecho lo mismo – repetía para sus adentros durante el peregrinar. Creo, incluso, que los gatos se hubieran divertido acabando con las cucarachas.

martes, 14 de junio de 2011

EL MONO, INOCENTE Y APLICADO

Para el mono loco parecía normal que las cosas sucedieran al mismo tiempo, y que el escritor permaneciera absorto frente al teclado relatando los hechos, inspirado, como si del más allá alguien le soplara a la oreja que en ese tiempo detenido por arte de magia, los gatos se hubieran rascado a su aire, los polluelos de golondrina se hubiesen vuelto presa fácil, que a uno de los recién nacidos hubiese tenido que dar cobijo con su mano, y que entre la maraña de bello que cubre su extremidad descubriera dos insectos pervertidos, diminutos, que circulaban a su aire, despreocupados de la contemplación de un tercero, y ajenos al peligro de ser aplastados por estar catalogados como invasores, como indeseables. El mono loco no se consideraba por este hecho heredero directo del Bradypus variegatus, al que apreciaba en demasía, y se lamentó de que la distancia que imponen los océanos le impidiera la platica.

Inocente, pero aplicado, el mono abandonará al escritor absorto y su teclado, con las dudas en su mente acerca de la actitud del inquilino al que el hombre de los caramelos sumerge en una dicha impuesta por sus genes. Esto es todo el revuelto que prepara para la ingesta del doctor Cebolla, que lo atiende cada tres meses en su consulta de Salud Mental.

Mono, ya tengo el mono –se dice. Mono, me como el coco como un mono -murmura excitado. En su mente, la madre del mono, los cinco panes por un euro, la sopa del puchero, el sofrito a fuego lento, el arroz frito tres delicias, el gazpacho que adereza la mona, la amenaza en ciernes por parte de la susodicha de recoger la mesa y fregar los útiles.

No se despide, abandona el lugar como los criminales abandonan a la víctima. Ahí queda eso, me voy con viento fresco -murmura para sí-, me voy con la otra, con la de marras, con la que lucho por liberarme -concluye en su interior.

Ni siquiera tiene fuerzas para dar el portazo de rigor. Sale poseído al patio, dejándolo todo a su aire. A la mierddaaaaaaaaaa -podría concluir; sin embargo se considera demasiado fino para ello. Sigiloso, se abandona, se sube por las ramas y emprende la huida, a sabiendas que la Gran Mona espera impaciente esparcida sobre el sofá, espatarrada al modo de las odaliscas de Ingres, con la sentencia severa en su mente, con el chantaje emocional sabiamente ensayado durante años, y como buena profesional se regodeará en su discurso, más propio de una cabaretera que de un catedrático de universidad.

Se cruza en el pasillo con el inquilino que regresa a su madriguera -son las veintidós horas-; no le ha saludado, se pregunta si es invisible, si es un problema de inserción, o simplemente mala educación. Cierra la puerta de la calle con llave y se va.

domingo, 22 de mayo de 2011

EL ESCRITOR Y EL INQUILINO

El escritor regresó el sábado a las diez treinta de la mañana, liberó a los gatos de su encierro, y dejó que el cuarto se aireara. Tras contemplar cómo los felinos se revolcaban agradecidos en el patio, penetró en el estudio y puso en marcha la computadora: necesitaba redimirse; consideraba que al aporrear el teclado con las yemas recuperaría esa oportunidad algo descuidada en los últimos meses.

El último recuerdo que conservaba de su paso por el estudio era de la noche del jueves, cuando protegido por la penumbra del estudio, contempló a través de las lamas mal encajadas de la persiana cómo el inquilino del primero se precipitaba por las escaleras hacia el patio. Llamó su atención, no el desajuste del calzón corto, sino la generosidad con la que mostraba la raja del culo. El inquilino, como magnetizado, se perdió a toda velocidad en la oscuridad del pasillo, abrió la puerta y salió al exterior. A los pocos segundos regresó con un individuo al que las lamas impedían ver el rostro, pero sí la bragueta del desconocido, que tal vez por descuido tras la última micción había olvidado cerrar adecuadamente.

El deterioro de los escalones despertó la curiosidad del invitado, que murmuró algo imperceptible a los oídos del escritor. Era consciente de que esa observación era satisfecha a modo de disculpa por el inquilino mientras ascendían. El tintinear de las llaves anunció la entrada en el piso, y el ruido del bajar precipitado de las persianas presagiaba que el vicio sería plenamente saciado durante la velada. Habían transcurrido varias horas, tiempo que el escritor aprovechó para poner orden en el estudio, hacer la maleta y contemplar el girar alocado de la manillas de su reloj. Eran las veintitrés horas, no se habían producidos ruidos extraños que atrajeran su interés, y debía marcharse para descansar, al día siguiente cogía el tren a primera hora rumbo a la capital.

Salió al patio con la maleta en la mano, reinaba el silencio en el inmueble, el calor era envolvente, dejó a los gatos en el patio, estaban seguros allí, sabía que el hombre de los caramelos disponía de toda la noche para saciar el apetito del inquilino.

Ahora el escritor se pregunta cómo encontró a los gatos encerrados en el cuarto.

domingo, 8 de mayo de 2011

COMO GATOS


La lengua excesivamente cerca, el pelo demasiado sucio. Apuesta por darme la espalda, parece querer castigarme. Ignoro qué mira, tal vez el trozo de zanahoria encerrado en el vidrio y del que pujan brotes tiernos. Cambia de posturas siguiendo un ritual con el que estoy familiarizado, se encorva por comodidad, no por dolor. Ni siquiera braman en su cerebro recuerdos de su maternidad. A pesar de que a diario se acerca cuando me ve y se acomoda a mi lado, he constatado que ha perdido parte de su memoria. Habla poco, y lo hace cuando el hambre la roe por dentro, cuando las entrañas comienzan a diluirsele. Al dormir, le gusta extender sus brazos, clavar sus uñas en mi camisa y abandonarse al sueño.

Hay otro parecido a ella, que circula como una estrella errante, que vaga por el inmueble y que, como ella, también se pronuncia poco. Con el paso del tiempo, a pesar de que nos manejemos en diferentes idiomas, terminamos por comprendernos en lo básico. Sí en lo básico: nos abandonamos sobre el suelo; nos entendemos con los gestos. Y es que somos como perros, como gatos. Somos animales de compañía.

domingo, 3 de abril de 2011

ALICIA Y EL TRASTORNO DE ESTRÉS POSTRAUMÁTICO

Cualquiera diría que me escondo. Encerrado, con la luz apagada y escribiendo a oscuras en el ordenador dejo que pase el tiempo. A decir verdad, no quiero que la mosca se percate de mi presencia y sí, prefiero estar solo: deambular a mi aire y poner en pie la trama del espejo. Porque Alicia nunca se fue, y no es propiedad de nadie en concreto; siempre se ha mostrado generosa desde las múltiples pantallas que la acogen. Me molesta, tal vez, que comparta su tiempo con todos previo pago, porque le hace parecer esclava del medio. Puede ser que el motivo es que llegue a sentirse sola y no saber cómo romper con todo para descansar en paz.

Encontré el espejo hace años en un contenedor en el centro de la ciudad, cerca del estudio. Lo subí a duras penas al ático y durante años compartimos espacio: por las noches me tendía sobre cartones a su lado y dormía; dormía y soñaba, o eso creía yo cuando en ocasiones reaccionaba bruscamente al verme casi suspendido, contemplado colgado, sin el obstáculo de la pared del estudio que cubriera la distancia de vértigo que me separaba de la acera de la calle.

Nunca conté esta historia por miedo a que me tuvieran por loco. Ahora, muchos años después de la mudanza, el espejo me sigue acompañando. Esta vez lo mantengo a distancia, en el pasillo de la nueva casa. Hay días, que al entrar en la vivienda, cuando paso a su lado ni me acuerdo de que existe; otras, por el contrario, al contemplar desde el nuevo estudio al conejo saliendo de detrás del marco y deambulando por el pasillo pienso que Alicia sigue ahí perdida entre la hojarasca, jugando con los naipes.

De este forma, en la oscuridad inducida, me recreo con su existencia. Sé que el trastorno de estrés postraumático me puede hacer experimentar la historia una y mil veces. Y siempre de diferentes formas. Puedo tener sueños y recuerdos atemorizantes del acontecimiento, también la sensación de estar reviviendo la experiencia nuevamente, o que todo se torne perturbador cuando se acercan los aniversarios de la mudanza.

domingo, 20 de marzo de 2011

CRÍTICO


Percibo lamentos, que como una paradoja se multiplican en el aire. Salgo al patio, sin embargo es la radio del vecino la que canturrea. La gata no se inmuta, sólo me mira y me toca con la pata. Sorbo el café rancio y saboreo la torta crujiente. Son las siete y media pasadas.

He tentado al diablo y no me ha hecho caso, me castiga con su indiferencia. Después, cuando se sienta solo, que no me llame. Tendré su desprecio en cuenta.



jueves, 10 de marzo de 2011

REGRESO


No sé si reírme o llorar, algunos domingos oigo que retorna temprano. Si percibe la puerta abierta de mi apartamento me llama, espera a que la invite y luego entra. Una vez más me pregunta por el escalón y, una vez más le relato que tengo la carta escrita y enviada, que sólo espero a que se pronuncien para restaurar el destrozo.

No necesita excusarse por no haber dormido en su piso. Me da igual donde pernocte y si lo hace con una iguana o un tigre de Bengala. Tampoco me importa el atuendo, ni los modos. Me importa que los gatos con tanta salida y entrada no escapen.

Que la gata siga escalando mis hombros y ronronee ante la atenta mirada del macho.


lunes, 28 de febrero de 2011

NOSTALGIA


Hace tiempo de ello, no pongo en pie si fue realidad o ficción. Si mis pensamientos vieron la luz o todo quedó atrapado en mi mente y entre estas raíces. Ya no soy un niño o debería haber dejado de serlo, porque hace muchos años que me enterró aquí en su patio. La verdad es que el perro ya no ladra, no oigo que sus uñas se claven en la tierra buscándome, ni tampoco veo a los otros, ni los oigo. Hace tiempo que la escavadora levantó parte de la tierra; que construyeron el bloque con los apartamentos, que hicieron la piscina y sobre cuyo húmedo hormigón me apoyo ahora.
Más solo que la una aguardo a que la lluvia empape la tierra y, que con un poco de suerte las raíces del olmo que me ocultan me escupan a la superficie. Sólo para hacer justicia. No me llegan risas, ni llantos.
Me pregunto si todos se habrán mudado o simple y llanamente se habrán ido a disfrutar de la verbena del barrio.

domingo, 13 de febrero de 2011

I DON´T FLY ANYMORE TO ATLANTA

No vuelo más a Atlanta.

Demasiadas colas en la terminal para un algo tan efímero,

para recoger del suelo una fruta sin madurar,

una sonrisa fugaz acompañada de lágrimas.


No vuelo más a Atlanta.

Mi traje de alpaca me da un aspecto honorable:

un envoltorio digno que esconde un cuerpo rechoncho,

una perilla de quince días enmarca mi sonrisa.


No vuelo más a Atlanta.

Un taxi previamente contratado me espera en la terminal.

Conoce mis gustos y apetencias, me ayuda a rular por la ciudad.

En las esquinas, algunas ofertas. Nada de caviar.

Algunas de Virgína, también hay niños de Oregón.


No vuelo más a Atlanta.

No tienen precio, algunos de saldo. Llevan tiempo en la calle,

ejercen como viejos, saben de mis apetencias.

Mi competencia no elige, no tienen escrúpulos ni compasión,

practican sexo sin remisión.


No vuelo más a Atlanta.

Fotos de inocentes decoran árboles como el de Navidad.

La policía pasea, hace preguntas. Nadie responde.

Un fin de semana en Atlanta,

un hotelucho de mierda en las afueras de la ciudad,

una pera mal apurada en el contenedor.


No vuelo más a Atlanta.

El taxi me devuelve a la terminal.

Ojeo una revista mientras vuelo,

mi mujer y mis hijas me esperan.

Karen, la mayor, quiere ser enfermera

espera que le regale una muñeca rota para recomponer.


No vuelo más a Atlanta.

Tengo el estómago lleno.

Me enfrento al espejo, me rasuro la barba,

soy un ciudadano honorable.

No más carne.

No más congelador.

No más contenedor.

No más viajes.

Me vuelvo paciente.

Mi hija se hace mujer.

Mi cómplice: El despertador.

Mi mujer duerme.

Deambulo por casa. El placer me pierde.

Busco y encuentro.

No vuelo más a Atlanta.

No vuelo más a Atlanta.

No vuelo más a Atlanta.