Salió a pesar de tener la despensa repleta. Anhelaba la emoción del encuentro y el desenlace presagiado. Se dirigió a la parada de autobús más próxima a su domicilio; a esas horas la calle no estaba tan concurrida como en otras ocasiones, nada le distrajo durante el corto paseo. Al ir acercándose divisó a una mujer junto a la marquesina, en la carretera. No llevaba prendas de abrigo, un simple chándal la modelaba remedando una figura de Botero. Observó que en una de sus manos sujetaba un folleto que al poco arrojó a la calzada a pesar de tener un contenedor de basuras a un par de metros. Él giro la cabeza para comprobar si se acercaba algún autobús, sólo los pequeños carros circulaban con síntomas de desquiciamiento. Cuando llegó a la marquesina sacó su libro del sobre, se sentó y se entretuvo con la lectura. La mujer, transcurridos unos minutos, se acomodó a su lado. Lo observó con detenimiento y sin prejuicios lo abordó:
-¿Verdad que usted no es de aquí? – le dijo.
-Pues sí, soy de aquí, llevo toda mi vida en Madrid.
-Sí, pero no lo parece ¿No es de por ahí? –volvió a insistir.
-¡No! -la cortó de un modo tajante- Soy de Madrid.
-Pero seguro que en más de una ocasión le habrán dicho que es extranjero.
-No, es la primera vez que me lo preguntan -le respondió mientras la escrutaba.
Bajó la vista y continuó con la lectura. Pasados unos segundos la mujer se levantó, salió de la marquesina y se apoyó en la pared del fondo. Transcurrió algo más de tiempo y otras personas fueron llegando a la parada. El giró la cabeza para comprobar si la mujer seguía allí, sin embargo, había desaparecido como por arte de magia. Una tía chocante –pensó. Podría estar buscando cualquier cosa -concluyó. El autobús llegó y él subió junto con los otros. Tomó asiento y continuó con su lectura. Tenía toda la tarde para buscar y encontrar. No le gustaba que lo eligieran a él. Ahmed llegó hasta la Gran Vía y al apearse se perdió entre los paseantes, seguro de encontrar bocado a la altura de su exquisito gusto, a su medida.