domingo, 21 de diciembre de 2008

EL MONO LOCO (SU MONÓLOGO INTERIOR)

Dicen que desde que abandonó el circo ya no es el mismo. Ha cambiado la jaula donde lo exhibían a cambio de unas pelas por cuatro paredes. En el cuarto encuentra más confort e intimidad. Lo separa de la realidad cotidiana una pantalla de plasma donde se contempla habitualmente. Echa en falta la sonrisa de la turista y la de la mona con la que compartía jaula. A diario se recrea en el reflejo que de sus afilados dientes le propicia el monitor. En ocasiones, con el dedo índice, golpea sin ton ni son el teclado inalámbrico que le da acceso al entendimiento compartido. Pendiente del reloj se impacienta si el cacahuete no se manifiesta; se conforma con poco: un gajo de naranja, un par de almendras, un plátano, una sonrisa amable.

Conserva junto a él, colgada de la pared, la foto de la mona que antaño lo complaciera. La desesperanza lo acompaña ante la falta de reconocimiento de su sabia locura. El premio de consuelo lo encuentra en su soledad, en el vaivén de la mano que antaño el domador le enseñara a utilizar para regocijo de las hembras que lo visitaban. No espera el aplauso pero sí el éxtasis que le vuelque los ojos hacia atrás y le facilite la inspiración. Chorreando se incorpora y mientras se enjuaga las manos recuerda que en el flagelo compartido también está la dicha.

Pasa las noches en vela, aguarda detrás de la pantalla a la turista, a la primera que quiera darle consuelo electrónico. Permanece colgado, en estado de embriaguez variable. El recuerdo del árbol aparece lejano. Suspensión bucólica, diatribas incoherentes estimulan su juicio y rema perdido en su subconsciente. Golpea otra vez de manera simiesca y desordenada el teclado que cede a la presión ejercida para no ser aniquilado. El mono sueña con estar despierto, con ser primero, con un premio de consolación. Anhela la toga roída bien zurcida.

domingo, 7 de diciembre de 2008

LAGARTA

Preñada por el viento de la ilusión, su abdomen se infla como un globo. El corazón del ratón inexistente se agita en el vacío y, el inocente se inhibe en el sonido del arpa al tiempo que ella pacta con el gato. El cordero que permanece sentado a la sombra del palafito gira su cabeza trescientos sesenta grados, las vertebras ceden ante el antojo de la postura y la ilusión del prado -pleno de hierba fresca- se manifiesta sobre el árido desierto del Sahara. El calor no invita a pasear, las ventanas con las persianas bajadas propician silencio. Pintarrajeada, una vez más, se contempla en el espejo. Su desilusión se desvanece cuando el palo de golf golpea sobre la puerta, la madre ejerce presión con el dedo índice y el padre la ignora seiscientas sesenta y seis veces cuando masca corteza de cerdo recién frita. Se reconoce maldita aunque no es la hija de la gran ramera, razón por la que se escabulle bajo las piedras como una culebra. La multitud preferiría lapidarla, exhiben pancartas de reproche frente al palafito. Ante la calamidad, el inocente abandona el hogar oculto por la máscara de la hipocresía. Se refugia en la máquina. Aguarda un encuentro en la tercera fase. Desciende hacia el infierno en silencio. Cambio de planes: entona el mea culpa y rastrea el camino de regreso.

Voy, voy, voy -dice el admirador. Los oídos se aplican sin esfuerzo en la puerta para deleitarse en el siseo. No palabras. Tropiezos en el interior y garabateos sobre las paredes aguardan la presencia que se contorsiona salvaje. Se rompe -diría C si la contemplara. El tío, celoso, la protege de la huella del tiempo. Se estremece pensando que un día lucirá vieja, como una pasa. Colgado en el espacio se aferra al recuerdo de juventud,. No presente. No futuro. Hendrix, play the guitar.