viernes, 22 de julio de 2011

SORPRESA Y CASTIGO

No encontró motivos para sentirse culpable. Repasó los hechos trás desayunar y encaminarse hacia el estudio donde se encontraría con el escritor. Esa mañana su hábito no cambió. Se despertó temprano trás voltear en la cama perezoso; hastiado de tanto revuelco se levantó con sigilo sin encender las luces por miedo a sufrir un atáque de pánico: la gran mona seguía durmiendo, a esa hora descansaba en el cuarto de al lado.

Con recato caminó lento hasta la cocina; junto al quicio de la puerta había tanteado el tabique hasta dar con el interruptor de la luz, lo había presionado con delicadeza y, para su asombro, descubrió a una pareja de furtivos que, sorprendida in fraganti, intentó la huida. Él, mono y, sin embargo, ágil, en un abrir y cerrar de ojos los fulminó. En primer lugar acabó con la hembra, quebrándole las piernas. Su gemido no motivó al macho, lo petrificó. Resopló entonces, tomó fuerzas y lo desmembró a continuación de un sólo golpe. ¿Cruel? No, nadie podía tildarlo de cruel por defender su territorio, su espacio vital y el de la gran mona -la Madre del Mono Loco-.

Abandonó los cadáveres en el suelo, abrió el refrigerador, tomó el brick de leche y se lo echó al gaznate ahogando su sed. Pasó por encima de los cadáveres y se acercó al termo de gas, lo encendió y salió de la cocina apagando la luz. En el cuarto de baño el agua templada le redimió de toda culpa.

Soy un mono inocente por la gracia de Dios -rezó para sus adentros.

Se secó, se maqueó para salir a la calle rodeado de un silencio sepulcral, respetando el sueño de la loca, la Gran Mona, que seguía resoplando en su guarida.

De vuelta a la cocina, contempló los cadáveres de aquellos desgraciados, recordó la solución que los criminales utilizaban en las series de televisión. Utilizó la bolsa, la negra, la que minutos más tarde dejaría en uno de los contenedores de basura aparcados junto a su portal.

A la mierda -exclamó al arrojar la bolsa en su interior. ¿No es acaso lo que se merecen? - se preguntó y añadió -No, no tengo conciencia.

Caminó tranquiló mirando a los ojos a los transeuntes que a esas horas, las seis de la mañana, se atrevían a deambular por la calle.

No creo que el escritor me recrimine nada. Él hubiera hecho lo mismo – repetía para sus adentros durante el peregrinar. Creo, incluso, que los gatos se hubieran divertido acabando con las cucarachas.

2 comentarios:

Marina dijo...

Es muy bueno el relato, el lector ya sabe que el final será una sorpresa.
Un besín

Makiavelo dijo...

Marina, un secreto cuesta guardarlo. Suele haber pistas que hacen intuir.

Besos.