miércoles, 11 de julio de 2007

EL DOCUMENTO

En el poblado, en el interior de su tipi, la viuda negra espera a su primogénito para que la acompañe en la cena y le resuelva. Saciado el apetito, la viuda saca de un sobre el papelito: la autoridad le exige actualizar el documento de su propiedad. Como poseída por la impotencia, y aunque tumbada, se agita sobre el sofá en el que descansa. Con ira, al huérfano del enfermo de alzheimer machaca, le mete la bulla, le inca la puya, lo subyuga, y como una loba le aúlla, auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuhhhhhh.

El huérfano del enfermo de alzheimer, mientras la oye, contempla el tomahawk que conserva colgado de la pared, de cuando se les consideraba ganado sin vacunar. En esos momentos comprende al parricida, al de la katana, al del cerillo, y al del cuchillo. Con su cordura evita la tragedia, toma el papelito y lo lee, y lo abandona sobre la mesa que los separa, y se acuesta. La viuda impotente farfulla, y ahora maúlla, miauuuuuuuuuuuuu.

Al día siguiente, la viuda reproduce el número del papelito a la nuera. Ésta la consuela, y le aconseja que no se altere, que la autoridad no le va a quitar su propiedad, y que tome número y se ponga en cola, que el huérfano ahora es bussinesman, y que cuando ÉL tenga tiempo se lo solucionará.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Perdona este texto mal escrito y quizás vacío que mi corazón dicta. Sé que comenzarás a leerlo y sabrás perfectamente que es para ti. Agradezco, a tu esencia sibilina engatusadora de artimañas sutiles, el poder aún garabatear estas breves palabras con las menguantes fuerzas que me restan.

Llegaste “como quién no quiere la cosa”. Te quedaste con tus garras ya ensangrentadas buscando otra miga apetitosa rojiza para asimilar. No ha pasado mucho tiempo desde que nos conocemos, apenas unos meses, pero han sido lo suficientemente intensos para aprender a despreciarte. Transiguí a tu cara alargada, a tu piel blanca, a tu cuerpo moldeado y a tus palabras. Arropada en tu envoltorio femenino, permití abrir mi puerta llena de candados para que me conocieras. Pocas han llegado a ese lugar de mi corazón; tú fuiste una de ellas. Te creí. Confié en ti. Me cegué en tus ojos oscuros llenos de incertidumbre chispeante. En este momento que escribo, no sé exactamente qué acontecimientos han ido ocurriendo para que, poco a poco, fuera fijándome en insignificantes y maravillosos detalles premiados por mi observación innata. Un día fue aquella palabra, otro el gesto olvidado y prometido, al siguiente una mentira acompañada de una promesa, un guiño a destiempo… Y así, las sensaciones se movieron desde un extremo al otro sin poder hacer nada para volver a recolocarlas amablemente en su cálido inicio. ¿Acaso piensas que no me he dado cuenta de tus engaños?, ¿acaso no has visto como he cambiado en la última semana?...

Asististe a mis tristezas y a mis alegrías de la mañana a la noche, aceptaste mis defectos e hice lo mismo con los tuyos; al menos con aquellos que contaste como tuyos. Pero es el momento de decir basta ya de tanta mentira. Me acepto tal y como soy desde hace años, por tanto no puedo aceptarte a ti porque estás en la antítesis de mí. Somos extremos, no de los que se atraen, sino precisamente de aquellos cargados de tanta energía negativa que es imposible aproximarlos de nuevo. Sé que no servirá para nada contarte todo esto, incluso puede que lo leas y no te veas reflejada, pero de esta manera soy libre, soy la que quiero ser y te digo aquello que realmente quiero.

Empezaste siendo cariñosa, acariciaste todos mis rincones y opiniones. Me defendiste delante de otros de una manera adorable. Todos te alababan y decían que eras estupenda, muy simpática y diligente, trabajadora como pocas, entusiasta… Sin embargo detrás de esas magníficas cualidades se escondía tu ego a punto de estallar de pura vanagloria. Vi como esos mismos gestos los regalabas a otros, como esas palabras llenaban otros corazones; las mismas exactas palabras que me abrazaban a mí minutos antes… Tu conversación convertida en monotonía dejó de ser exquisita, mi cuerpo y mi cabeza buscaban constantemente una adaptación explicativa que volviese a enfocarnos en el inicio, pero convertida en otra sólo aprecié que ya no eras la que decías ser. Me hiciste vieja con odios arbitrarios a todo el que se acercara. Desesperada en esta nueva situación irreconocible, comencé con quejas ridículas que imaginé que te molestarían. Lo conseguí. Tus ojos vivos comenzaron a languidecer, tus palabras dejaron de agradarme, tus defectos afloraron en tu cuerpo y pude, finalmente, conocerte.

No estoy arrepentida de haberte escrito tan duramente. Me hiciste sufrir mucho. Ahora agradezco todos estos dolores pasados. Ando todavía convaleciente, en cama, con un poco de fiebre, pero no te preocupes, no es nada, ha merecido la pena esta “enfermedad”… Ahora me administran un potente tratamiento, una “vacuna” maravillosa contra la gente como tú, y ya no siento. Estoy realmente mejor al ver como la vida pasa y...

no hay nada más que contar, querido amigo mío.

Makiavelo dijo...

Lunática, bonita.
Qué la carta se la escribiste a tu amiga el 11 de abril de 2011.

Comprendo que es más fácil copiar y pegar.
¿Te ha gustado el arreglo?