domingo, 1 de julio de 2007

LOS TESTIGOS

Manolo, el maestro, Lucía, su mujer, y mi madre a dos metros de distancia contemplaron la paliza en silencio sin disfrutarla. El único que la gozó fue mi padre, el Capitán Trueno. Y mientras ellos cenaban junto a la copa de cisco en el salón, mi llanto sirvió para amenizar su velada.

Perdón..., Pepa me ha interrumpido...; ahora acaba de marcharse. Ha venido para decirme que esta tarde empieza a trabajar de cocinera en el Hospital de Valme, le he dado la enhorabuena, y a continuación me ha pedido cincuenta euros. En lo que va de año es la cuarta vez que lo hace.

-Lo siento hija, pero tengo pendiente la declaración de la renta. –le he dicho.

Se ha dado media vuelta y se ha marchado -por el camino en voz alta se iba preguntando que a quién le pedía el dinero-. Son las trece treinta –le digo yo-, y el banco de la esquina cierra la caja a las catorce horas.

Ahora son las veinte treinta, he visitado a un par de clientes, y me he llegado a ver a la Ignacio en su galería -aún conserva mis serigrafías de otros tiempos-. Prepara sus viajes a Santander y a Chicago, se ha tomado en serio lo del arte. El arte sobre lienzo no deja de ser una manualidad, mera artesanía, prehistoria pura en el siglo XXI.

Los politicos ensalzan las nuevas tecnologías. No les hago la pelota, tienen razón. Pancho Vidal, visionario con futuro, lo pregona a los cuatro vientos: el futuro está en la red.

Amén.

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