No tengo amigos, apenas me relaciono con los compañeros del trabajo, me resulta difícil la comunicación con mayores. Prefiero los niños, tan inmaculados, tan ingenuos, algunos tan sonrosados que remedan cochinillos.
Por las mañanas, antes de ir al trabajo, con la luz apagada y tras los visillos contemplo cómo desfilan por la acera de las manos de sus madres hacia el colegio. Entonces las envidio, me identifico con ellas y, tal vez, esta añoranza sea la que me empuja a acercarme a los inocentes. Sólo quiero jugar. Y si es al teto tanto mejor.
Por la calle, cuando camino, dejo que mi mano se pose sobre sus cabezas sutilmente, los acaricio fugazmente, rápido como el viento, no quiero que sus padres perciban mi interés. Mis bolsillos repletos de caramelos aguardan turno para sentirse útiles embargando paladares. Por las tardes, en el parque, me cobijo tras los arbustos y contemplo cómo se balancean en los columpios, y pienso que me sentiría realizado sustituyendo las cadenas que soportan su peso. He aprendido a ser paciente y aguardo durante horas mi ocasión. A veces son necesarias semanas de observación, incluso meses, hasta hacerme con mi presa.
Para ganármelos son imprescindibles los dulces; también los pequeños juguetes, esos que puedes encontrar fácilmente en el chino de la esquina por tan sólo un euro.
Cuando me acompañan a casa, me siento otro: los agasajo, les saco el tren eléctrico, o la muñeca de trapo con la que jugaba de pequeño. Los más recientes prefieren la consola, lo que determina la evolución de la especie. Me siento a su lado y les sugiero que se sientan cómodos. Y comienza el juego.
En esta tramoya, a los otros, a los vecinos, los considero actores secundarios, aunque se revelen y exijan más protagonismo. No los tengo en cuenta porque, entre otras cosas, fuman, lo que me molesta en exceso. Esta es una de las razones por la que los condeno al ostracismo. Cuchichean entre ellos acerca de cómo voy vestido, de mis andares, de mis pelos, a pesar del peine que desgraciadamente no obra milagros. Me consideran raro. Rarito me llaman. Cuando desaparezcan sus hijos que no vengan a preguntarme.
Me voy a la cama.
Esta noche solo.