martes, 14 de junio de 2011

EL MONO, INOCENTE Y APLICADO

Para el mono loco parecía normal que las cosas sucedieran al mismo tiempo, y que el escritor permaneciera absorto frente al teclado relatando los hechos, inspirado, como si del más allá alguien le soplara a la oreja que en ese tiempo detenido por arte de magia, los gatos se hubieran rascado a su aire, los polluelos de golondrina se hubiesen vuelto presa fácil, que a uno de los recién nacidos hubiese tenido que dar cobijo con su mano, y que entre la maraña de bello que cubre su extremidad descubriera dos insectos pervertidos, diminutos, que circulaban a su aire, despreocupados de la contemplación de un tercero, y ajenos al peligro de ser aplastados por estar catalogados como invasores, como indeseables. El mono loco no se consideraba por este hecho heredero directo del Bradypus variegatus, al que apreciaba en demasía, y se lamentó de que la distancia que imponen los océanos le impidiera la platica.

Inocente, pero aplicado, el mono abandonará al escritor absorto y su teclado, con las dudas en su mente acerca de la actitud del inquilino al que el hombre de los caramelos sumerge en una dicha impuesta por sus genes. Esto es todo el revuelto que prepara para la ingesta del doctor Cebolla, que lo atiende cada tres meses en su consulta de Salud Mental.

Mono, ya tengo el mono –se dice. Mono, me como el coco como un mono -murmura excitado. En su mente, la madre del mono, los cinco panes por un euro, la sopa del puchero, el sofrito a fuego lento, el arroz frito tres delicias, el gazpacho que adereza la mona, la amenaza en ciernes por parte de la susodicha de recoger la mesa y fregar los útiles.

No se despide, abandona el lugar como los criminales abandonan a la víctima. Ahí queda eso, me voy con viento fresco -murmura para sí-, me voy con la otra, con la de marras, con la que lucho por liberarme -concluye en su interior.

Ni siquiera tiene fuerzas para dar el portazo de rigor. Sale poseído al patio, dejándolo todo a su aire. A la mierddaaaaaaaaaa -podría concluir; sin embargo se considera demasiado fino para ello. Sigiloso, se abandona, se sube por las ramas y emprende la huida, a sabiendas que la Gran Mona espera impaciente esparcida sobre el sofá, espatarrada al modo de las odaliscas de Ingres, con la sentencia severa en su mente, con el chantaje emocional sabiamente ensayado durante años, y como buena profesional se regodeará en su discurso, más propio de una cabaretera que de un catedrático de universidad.

Se cruza en el pasillo con el inquilino que regresa a su madriguera -son las veintidós horas-; no le ha saludado, se pregunta si es invisible, si es un problema de inserción, o simplemente mala educación. Cierra la puerta de la calle con llave y se va.

2 comentarios:

NoSurrender dijo...

Mis monos, en cambio, no me abandonan cuando escribo. Se suben a mi cabeza y me dan collejas buscando mi distracción. A veces, incluso, en el colmo de la crueldad, me miran con ironía.

Makiavelo dijo...

NoSurrender, esos son monos de verdad y todo lo demás es cuento.

Saludos.