Como por vicio, se retira a eso de la once de la noche. Hora en la que suele coincidir con alguno de los vecinos. De tarde en tarde sucede con el hijo de la pastelera, el cocainómano. Cerca de cuarenta años conviviendo en el mismo inmueble, tres pisos los separan. Ambos cohabitan con sus respectivas madres, algo raro en estos tiempos de independencia; mientras el del cuarto trabaja todo el día y encuentra estímulo en el reto diario, el del séptimo enfoca su bienestar a la calidad del género que lo embarga por vía intravenosa. Son educados entre sí en el trato, cordiales en los saludos, comparten unos segundos en el bajo del inmueble sin mirarse, conscientes de sus propias miserias el tiempo que el ascensor de cada uno tarda en aparecer. Se despiden con un buenas noche solidario, y mientras los ascensores ascienden, el del cuarto piensa y cavila acerca de la circunstancias del otro, su allegado. También especula sobre su rutina, sobre la realidad de ambos y sobre la otra dependencia que los asemeja, la materna, y lo simbiótico de ambas convivencias, de esas madres ancianas que acunan a sus hijos cuarentones y se muerden la lengua en silencio a cambio de compañía. Ellas apartan la vista y sus conciencias a sabiendas de que son apuñaladas día a día.
sábado, 29 de mayo de 2010
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11 comentarios:
"Ellas apartan la vista y sus conciencias a sabiendas de que son apuñaladas día a día".. qué más les queda?
¿¿Y a ellos??
... cuanta dureza!
Hoy en día, más raro que vivir con los padres a edad tardía, es que los vecinos se saluden en el portal o el ascensor...
Un saludo
Sa Lluna, el papel de las madres es duro, les va la vida en ello.
Los hijos son otro cosa, puede ser cobardes o fruto del egoismo de sus
progenitores.
Gracias por la visita. Saludos.
Guido, esa mal sana costumbre de no saludar se extiende como una plaga.
Por circunstancias creo que en estos tiempos los hijos se están acomodando, y prefieren seguir viviendo con los padres.
Saludos.
Todos apartamos la vista alguna vez a cambio de compañía. Y los techos de los ascensores tienen desgaste de miradas. Ni siquiera tenemos un tiempo de perros...
Duro, triste y real....
Mera, la soledad es difícil de soportar. Los ascensores tienen desgaste y complicidad´
Saludos.
Isabel,...y tan duro. Es la otra realidad.
Besos.
Niño, qué me ha gustado, estás en vena.
Miedo dan los hijos, los padres y los ascensores.
Besitos
Maki,
Me dio una especie de claustrofobia el ubicarme en la situación de cualquiera de los dos. Y creo que no es casual la presencia del ascensor en combinación con madres de la tercera edad...
Me gusta estar en la lista de amistades peligrosas.
Besos :)
Isabel, basada en ese tipo de relaciones podrías hacer una película. ¿Te animas?
Besos.
Raquel, no no es casualidad. El ascensor es elquivalente a la salita de espera que hay en algunos consultorios, donde el enfermo aguarda paciente su hora.
Besos.
En un ascensor se comparten sudores y vidas, en un portal saludos ocasionales.
Magnífico.
Un abrazo
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