lunes, 6 de diciembre de 2010

EL CHOFER


Lo siento si interrumpo, pero es la hora. Debes recoger.

Oinng hijo, no sé cómo te l´avías que siempre interrumpe en lo mejó der queré..., anda y que te den, y endespué no venga pa que te passe la mano.

Vamos jovencita …, el mes tiene treinta días.

Venga..., te acompaño a la puerta para que no te pierdas. Eres muy valiente ¿No te lo habían dicho? Tienes un gran mérito. Resulta extraño que una mujer sola se adentre por estos corredores con una cámara en la mano. ¿Crees que podrías salvar el mundo con tu vídeo-cámara...?

Cuando salgamos, nos vamos a dar una vuelta en mi furgona, quiero contarte algunas cosas. Sin cámaras y sin micros...

Es esta de aquí..., venga sube, no te preocupes, no te voy a violar: soy un funcionario honrado. Me has caído bien y sólo quiero prevenirte de la mierda que te puedes encontrar ahí fuera. Esto es el cielo, a pesar del horario y del ambiente estoy contento de haber cambiado de empresa.

Ja,ja,ja,... me río por no llorar. Yo era el chófer del director general de la televisión de aquí, con limusina, uniforme y todo. ¿Que qué pasó? Lo de siempre hija, ¿Te puedo decir hija, verdad? Porque en casa tengo a una de tu edad esperándome para almorzar.

Vayas donde vayas, pasa lo de siempre. No sé si es por ver tanta película que esos han terminado contagiándose, o porque eran unos golfos el día que los nombraron y, cuando están ahí sentados, se creen con derecho a todo y piensan que nadie los ve. Mira, en mi época, los concursos públicos se adjudicaban a dedo, o previo pago -sobrecito en metálico bajo la mesa-; esto lo sé por la secretaria, que siempre le estaba dando al pico, y me informaba de todo. Te enteras DE TODO. Hablando mal y pronto, aquello era el chocho de la Bernarda, todo el mundo sabía lo que se cocía en aquel despacho. Mientras más banderita, más mierda y lo digo yo que vivo para contarlo ahora.

Tenía un buen sueldo y estaba al tanto de todo lo que hacía el gran jefe. Nunca se me olvidará la última trastada que hizo el hijo de la gran cerda. Me dijo que fuera a la estación y que recogiera al Toni y a su séquito. Así lo hice, fui puntual, venían de Madrid, sin maletas: el tal Toni, otro macarra y varias zorras de película. Rubias de bote. Los metí a todos en el furgón, y me dirigí a la sede donde mi jefe, en la puerta, aguardaba con el cepillo de dientes y el dentífrico en el maletín, porque eso sí, se las daba de limpio. ¿Que quién era el Toni? un sinvergüenza que tenía una productora, con el que amañaba las adjudicaciones de los programas.

Los llevé a Matalascañas, no te voy a dar el nombre del hotel porque esa es una de mis garantías y porque después todo se sabe. Me dijo que me marchara y que fuera a recogerlo pasados dos días, y eso sí, que mantuviera el pico cerrado. Me vine para Sevilla con la radio a todo volumen para olvidarme del asunto. Ese día no volví a la emisora, me fui a mi casa para no soltarme la lengua, porque me conozco. Me metí en la cama sin comer y sin dirigirle la palabra a mi mujer. A los dos días regresé al hotel y lo recogí: al Toni lo veías andar por el pasillo y parecía que estuviese escocido, andaba como un pato mareado. En aquella suite tuvo que pasar de todo. Los otros se quedaron allí, echaron la llave por dentro cuando nos fuimos. Durante el trayecto, él permaneció dormido en el asiento de atrás. La juerga lo había dejado convaleciente. Lo dejé en su despacho, atendiendo las llamadas que se le acumulaban y yo me fui abajo, con los demás chóferes. Y ahí comenzó el lío para mí, empezaron a invitarme a copitas hasta que me solté, y canté como nunca antes lo había hecho. La cosa no quedó ahí, tuve que regresar otra vez a Matalascañas a recoger a aquellos capullos y a sus zorritas. Me daba vergüenza porque en el hotel se podían quedar con mi jeta. A pesar de las circunstancias tuve que golpear la puerta durante un buen rato, hasta que el acompañante de Toni salió en bolas, dando tumbos y tapándose el rabo con una toalla, creo que lo hizo por miedo al escándalo que se podía montar. Me dijo que no se iban y me dio con las puertas en las narices mientras las zorras se partían de risa allí dentro. Cada vez que recuerdo la escena me veo ridículo.

Horas más tarde volví con mi jefe a Matalascañas a por aquellos cabrones que a costa de los contribuyentes se estaban poniendo hasta el culo de todo. Me convertí en el centro de las miradas en los pasillos de la emisora. Todos me invitaban a tomar algo para jalarme de la lengua y que les contara lo que había sucedido. Creo que la movida y el interés del personal llegó a oídos de Moncho, que así apodaban a mi jefe, porque un día me llamó a su despacho, me puso un maletín encima de la mesa y me ofreció cambiar de trabajo con un sueldo mejor. Y aquí estoy. Han pasado varios años y aún no he contado los billetes que hay en el maletín, reposa debajo de mi cama, y por supuesto aquella conversación la tengo grabada y bien grabada. Hoy no te puedes fiar ni de tu sombra. Es mi seguro de vida. Te la pasaré algún día, cuando lo haga no digas que fui yo el que te la dí.

Bueno, te puedes marchar y ya sabes: más callada que una mona.

Vuelve cuando quieras ¡Es bueno ilustrarse!.


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