sábado, 5 de diciembre de 2009

JUICIO CRÍTICO

A estas alturas parece absurdo que por haber pasado una parte de mi vida en la facultad de derecho me vea ahora capacitado para juzgar lo que hacen otros, y únicamente por el hecho de haber memorizado una serie de normas contenidas en la montaña de libros que tragué. Cada mañana me parapeto tras un trapo negro al que apodan “toga”, una suerte de prenda decimonónica al que algunos atribuyen poderes mágicos. No necesito pasar los controles al llegar al juzgado, me sonríen los guardas de la entrada y no desfilo bajo el temido arco. A veces, tomo el ascensor. En otras ocasiones prefiero las escaleras, perderme de forma anónima entre los que suben y bajan: letrados, inocentes, delincuentes, limpiadoras, personal administrativo… Me hago cruces cuando veo desde el estrado la pantomima que montan ciertos abogados en defensa de sus clientes. Más les valiera ganarse la vida en el circo o en el teatro, y que allí fuesen juzgados ellos por el público expectante. Yo no he hecho las leyes, me encontré trazadas las normas cuando acabé la carrera; normas que en ocasiones el gobierno modifica según el interés de una supuesta mayoría. Es una labor a la que apodan profesión. Somos árbitros sin pito, un mazo de madera es nuestra arma. Por esa razón viajo en el metro, que a muchos remilgados les produce asco. Aunque, para no faltar a la verdad, también a veces lo alterno con algún autobús de línea: me parapeto con un libro y procuro abstraerme con el contenido. Por esta razón, cuando el domingo pasado compartí asiento con aquel indocumentado ni me inmuté ante su comportamiento. Ocupaba un espacio reservado para cuatro pasajeros. Su aspecto intimidaba, por lo que durante parte del trayecto estuvo solo.

Mi libro no evitó que oyera, no me abstrajo de mi realidad más inmediata, la realidad compartida con otro que por mi presencia iba incómodo, y que a todos nos regaló con la raja de su culo cuando forcejeaba con la ventana para arrojar a la calle la sábana mugrienta con la que se aseó durante el trayecto.

No soy dios, aunque a veces lo crea y lo piensen los colegas con los que comparto toga. Toga negra como la mierda hemorrágica.




10 comentarios:

Raquel Barbieri dijo...

Maki,

Los que actúan en tribunales suelen ser tan buenos fingiendo, que no sé si alguien con real vocación dramática y buena voluntad consiga mentir con tanto éxito sobre las tablas.
Creo que lo que diferencia al que actúa por vocación del que lo hace por dinero, signifique eso enviar a un inocente a la cárcel o a un violador a su casa... retomo, lo que diferencia al actor-artista del que actúa vendiéndose al mejor postor... es el alma.

Me gusta este personaje tuyo que viaja en el metro, se pregunta cosas y se asquea ante otras.
Como siempre, tus finales me toman de sorpresa.

Un gusto,
Besos

Guido Finzi dijo...

Este personaje está en camino de empezar a escuchar voces, aprovechar su impunidad al pasar los controles y, pistola en mano, cargarse a unos cuantos en el vestíbulo de los Tribunales.
Que se haga un viaje, o cambie de lecturas.

Saludos.

atikus dijo...

Al menos existen abogados y jueces que conocen la realidad del día a día, en cuanto el día a día evidentemente uno se encuentra de todo, desde gente encantadora y solidaria hasta tipos desagradables como el del metro que ocupa 4 asientos o el que tiene el móvil como discoteca escuchando regeton, o musica clásica...me da igual, es cuetión de educación y egoismo.

Por cierto yo deje la carrera en cuarto, ¿sería que no me veía por esos pasillos??


saludos

Makiavelo dijo...

Raquel, nadie mejor que tú para hablar de actores.

En principio los que estudian derecho deberían tener el feeling de héroe, de salvador.

Lamentablemente, la abogacía es un negocio, el que ejerce casi en un noventa por ciento de los casos piensa primero en cuanto va a sacar con el pleito, a continuación viene la estrategia de cómo salvar a su cliente, o cómo dejar al otro como culpable.

Aparte están los que ejercen de jueces, que son los verdaderos domadores del circo.

Besos.




Guido, creo que en más de una ocasión se ha planteado algunos de esos atajos.
Hoy tenemos mil y una maneras de resolver los asuntos.

También está el temido internet.

Saludos.



Atikus, efectivamente están, los buenos, los normales que son pocos.

En el otro extremo están los irresponsables, los que un día tarde o temprano te toca defender.

Si te queda un año lo podrías terminar cómodamente con la Universidad a distancia.
Es sólo una broma, no quiero darte ideas que te saquen de tus ocupaciones.

Saludos.

mera dijo...

Lo de los juzgados solo me atrae por los chascarrillos, las fotocopias que circulan por los despachos y esa toga tuya hemorrágica me hace menos ilusión que sábana blenorrágica de prostíbulo. Un gusto leerte, como siempre.

Marina dijo...

Tengo que decirte que el derecho es mi asignatura pendiente... y siempre éstará pendiente. Alguien tiene que dirimir lo que nosotros, mortales estúpidos, no somos capaces de aceptar del otro... Ellos, los jueces, abogados y demás leguleros, tienen una encomienda compicada, que ni siqueira mitigan las leyes escritas y, sobre todo, interpretables... mi asignatura seguirá pendiente, creo que gané con el cambio.
Tus relatos enganchan como el aire quejumbroso de las togas.
Un abrazo.

Makiavelo dijo...

Mera, coincido contigo los juzgados no son un buen lugar para los encuentros.

Saludos.



Marina, también es mi asignatura pendiente aunque la he sufrido en carne viva.

Abrazos.

Isabel Pérez del Pulgar dijo...

Una profesión dura y mal entendida, a la que muchos leguleyos contribuyen a su menoscabo. Lo mismo que una ignorancia popular alimentada por los telefims americanos, las malísimas series españolas y el populista "bueno o malo". En la que admite la convivencia de ilustres y honrosos profesionales junto a mercachifles de variados pelajes.

Un abrazo....muchas gracias por tú visita; ha sido una grata sorpresa.

Gi dijo...

Quedan jueces de esos? Ojalá, acá no creo.
Besos!

Makiavelo dijo...

Isabel, si es una profesión dura y no bien vista por el resto de los mortales que los sufrimos.

Besos.



Laluz, quedan pocos pero quedan. El resto está en el cesto.

Besos.