lunes, 22 de junio de 2009

EL ALMUERZO

Tras leer el post de Carlos, recordé la última excursión, la del domingo famoso, el día que animé a la parienta para irnos a disfrutar de unas birras en un bar cualquiera. Ese día tomamos un plano de la ciudad y señalamos con el dedo al azar. Nos fuimos a la parada del bus, hicimos transbordo, y después de callejear encontramos en esa endiablada zona un local que anunciaba a modo de oferta del día sobre un encerado de pizarra: sardina más una birra un euro ochenta. Nos acomodamos fuera, junto a una pared para protegernos del sol; cerca de nosotros únicamente una mesa estaba ocupada por una pareja y un bebé que berreaba como un descosido. Tras sus pesquisas, la madre descubrió que el pequeño protestaba porque los pañales estaban a tope. Sin volver la cabeza imaginé que la joven se empleaba a fondo en labores de higiene porque el niño al poco tiempo dejó de lamentarse.

Mientras el camarero se esmeraba en la preparación de nuestras sardinas acudieron como moscas otras clientas. Éstas, marujas de la zona a todas luces por su generoso vocabulario pleno de matices y texturas, se afanaban como cuatro leonas a las que un rato más tarde se vinculó una pareja de novios, la hija de una de ellas y el pretendiente de la niña que destacaba entre tanta algarabía por su voz aflautada de canario uno y trino. Otro en mi lugar hubiera opinado que el mozuelo parecía mariquita.

Una de las fulanas se hizo pronto con el mando, levanto la voz hasta niveles antihigiénicos. Nos regaló con un serial en dos partes mientras aguardaban su ración de sardinas previo regateo con el dueño del local. En la primera historia, sin anuncios ni cortes publicitarios, nos obsequió con la vida y milagros de su cuñado, el hermano de su marido, y su mujer, a la que el cuñado calentaba a diario, la encerraba en un cuarto, apagaba a continuación la luz del espacio y se manejaba sin contemplaciones con el cinturón de hebilla. Parece, según palabras de la leona, que le gustaba marcarla con el artilugio, y que el apagar la luz era para que al premiarla a ciegas, fuera señalada al azar. El caso es que él se deleitaba con el hecho de que los demás en el pueblo supieran lo macho que era y que por las marcas que regentaba la moza le pertenecía. La familia terminó por darle de lado y todos de común acuerdo decidieron regalarle a la maltratada su parte de la herencia, la casa de la abuela como premio.

Tomó un trago de cerveza con alcohol y aclaró la voz, lapsus de tiempo que aprovechó la lugarteniente para deleitarnos con la odisea de su suegro. Narró que cada vez que “la pulisía” lo visitaba, pasaba la droga a la casa del vecino con el auxilio del cordel de tender la ropa. Con el dinero de la venta del chocolate se había hecho un chalé en primera línea de playa. Añadió que era la envidia “der minigtro”, ése que salía en la tele, y que a vé quién era er guapo que tenía güevo de quitarle er chalé. Repuesta –las últimas intimidades le habían acelerado el pulso-, la leona tomó de nuevo la palabra y a continuación arengó al resto a ejercer su derecho al voto, porque según palabras textuales estaba hasta el “jigo” de que siempre salieran los mismos, y esta vez estaba dispuesta a cambiar de voto con tal de darles por culo a los que siempre votaba. Cuando apareció el camarero con la ración de sardinas, las metieron en el tupperware y se fueron con viento fresco, y con el servilletero de papel en el bolso de una de ellas. Chau, chau.

16 comentarios:

Juan Pablo dijo...

Juaaaaa, variopinta resultó la salida!.

Baydegüei, ¿que tal está la parienta?
;)

Makiavelo dijo...

Pradero, la parienta bien. Gracias.

Esperando que la lleve otra vez al circo.

Saludos.

La poeta anónima dijo...

No te puedes imaginar lo mucho que añoro aquellas excursiones en familia. ¡Qué recuerdos!

Besos

Makiavelo dijo...

Xiada, hay excursiones y excursiones.

Gracias por la visita.

Besos.

Carlos Paredes Leví dijo...

Yo por eso sólo acudo a locales poco concurridos y donde pueda esconderme de engendros que se suponen (yo no estoy tan de acuerdo con esto) de mi misma especie. No doy pie a los charlatanes de barra y prefiero optar por la retirada antes que escuchar esas anécdotas que emparentan con la España profunda.
Las sardinas en concreto, me las tomo en la terraza de mi primo, hechas a la parrilla y con una buena Heineken en la mano.
Un saludo y gracias por la alusión.

atikus dijo...

pUFF...la verdad es que las excursiones yo de pequeño, y cn los de clase...es que cada vez soy menos social, un gruñon..tanto ir al cine solo. me estoy empezando a parecer al critico este...a Carlos Pumares jeje!!

NoSurrender dijo...

qué bien hago en no investigar nuevos sitios donde abrevar. El riesgo es altísimo.

Salud!

Makiavelo dijo...

Carlos, después de leer tu post y de vivir esta experiencia. Se me ocurrió que podría contarla para disfrute del personal.
Cambiaré de local aunque a Fellini le hubiera gustado conocerlo.

Saludos.


Atikus,por desgracia tengo poco tiempo para el cine, pero a veces en la calle te encuentras cada película que ni te cuento.


Saludos.



NoSurrender, sitios hay para todos los gustos. Y la fauna no pasa desapercibida, te lo garantizo.

Saludos

Carlos Paredes Leví dijo...

Vos tenés ingenio y una imaginación fértil (esto de naturaleza, de serie, sin tener que recurrir a esos hierbajos raros que tomas como infusión) así que podés escribir lo que se te antoje y, con mucha más razón, vivencias bizarras que a buen seguro has ido atesorando.
Un saludo.

PD: Los tipos como vos y yo, valemos más por lo que callamos que por lo que contamos. ¿O es justo al revés?

Marina dijo...

JAJAJAJAJA Que buena historia, me estoy imaginando la escena. Gracias por este rato tan bueno que he pasado, voy a quedarme un poco más, te he visto más entradas interesantes, voy a leerlas.
Un abrazo con cañita incluido.

Makiavelo dijo...

Carlos, el entorno me motiva a refugiarme en la sopa de letras.

Aún no he dicho "esta boca es mía".

Saludos.



Marina, te a consejo que te des una vuelta por el bar de la esquina, seguro que también cuentan historias interesantes.

Un abrazo y me quedo con la caña.

María dijo...

Makiavelo,

Imagino la cara de alucinados de tu chica y tú, tras elegir al azar donde tomar una cervecita...
Y la tapa de sandía...¡¡¡en mi vida!!!!
Y... ¡¡¡el personal que os acompañaba!!! ¡¡es que la historia no tiene desperdicio!!
Y además me he fijado que está basada en hechos reales...Te contaré, que por dos veces leo una historia aquí, comento pensando que es real y a los autores ¡¡casi les mata la risa, mi despiste!!
En fin que...Yo que vosotros, la siguiente vez me informo antes de la zona... pero como experiencia
¡¡no está nada mal!

Un abrazo.

P.D. Para compensar, ahora invita a tu chica a un sitio caro ¿vale?

Makiavelo dijo...

María, nos pareció curioso que por 1´80 € sirvieran una sardina acompañada por una cerveza.
La experiencia con el personal no tuvo desperdicio. Imagínate la escena y a los contertulios.

Cambiaremos de sitio.

Un abrazo.

Sibyla dijo...

¿Estaban buenas las sardinas?...

Con semejante compañía, que forman parte de la zoociedad humana, no me extrañaría que a tí o a tu parienta se os atragantara una espinita...

Un beso:)

Isabel chiara dijo...

Makiavelo, llego tarde y sin arreglar, esto es, sin hacer los deberes. Aquí en mi tierra se estila mucho eso de salir al sol con las sardinas y las cervecitas (ricas), si yo me encuentro con semejante gracia verbal me la llevo a casa y la pongo delante del teclado, pa que escriba La Celestina otra vez, menudo pico el de la señora.

Hay que tener un cuidado...

Besitos

Makiavelo dijo...

Sibyla, las sardinas estaban buenas. Hacía tiempo que no las comía. Alguna espinita me tragué. Fue divertido ver gente tan espontánea que airea sus problemas sin prejuicios de que otros se enteren.
Es una forma de ahuyentar fantasmas.

Besos.


Isabel, son personajes que encajarían muy bien en tus tramas.
La señora tiene el pico de oro.

Besos.