¡El guru, sí, el Guru! El Guru me ocupó casi media vida. La primera vez que oímos hablar del Guru, es porque Pedro Luis llegó a nuestro habitual lugar de encuentro con la siguiente noticia: le habían comentado que el Guru de los Beatles, podía tener una casa por aquí, donde la gente se reunía, en un chalecito. Ni cortos ni perezosos decidimos acercarnos a investigar esa noche; al llegar la casa estaba cerrada. Alguien en la primera planta, al oir nuestras voces, encendió la luz y se asomó a la ventana: Volved otro día más temprano, ahora está cerrado –nos dijo.
Durante el regreso hicimos elucubraciones acerca de lo que haría aquella gente dentro de la casa, y de lo que podían contar. Pasaron varios días y decidi acercarme por mi cuenta, aunque fuera solo (el resto de amigos tenía siempre alguna escusa). Así que elegí el día y la hora, y alrededor de las ocho de la tarde fui al chalecito, y entré con cuidado de no hacer ruído. En la entrada, un montón de zapatos colocados en orden, y un tío que andaba descalzo de una habitación a otra me indicó que dejara allí los mios y le siguiera. Entré en una habitación cuyo suelo estaba cubierto por una gran alfombra.
Todos los presentes dirigían su mirada y atención hacia otro que estaba sentado junto a una foto del Guru y les hablaba. La foto parecía estar colocada sobre un altar con muchas flores y una sola vela encendida. Varias varitas de sándalo encendidas perfumaban el ambiente y ayudaban a crear una atmósfera que propiciaba la concentración. Me fijé en el personaje de la foto, aquél no era el gurú de los Beatles, aquél era un niño bajito y gordo, mucho más gordo que Enrique -daba la impresión de estar mirándote desde la fotografía-, y estaba sentado sobre unos cojines, descalzo, con una túnica de color naranja y al cuello un gran collar de flores, como los hawaianos y una enorme corona dorada sobre su cabeza.
Me senté el último, y fui observando a los presentes, gente variopinta, de todas las edades, pelajes, y ropajes, con aspecto de hippie, pero yo juraría que en un noventa por ciento eran pijos camuflados. Escuché lo que decía aquel indivíduo, hablaba de Dios y de la luz, y cuando uno de los hippies tomó la guitarra que estaba en el suelo y empezó a tocar, y los demás comenzaron a cantar, me levanté con cuidado para no llamar la atención, me calcé los zapatos y salí a toda pastilla de allí. Al llegar al barrio, les relaté a todos mi experiencia pero no conseguí incentivarlos para que me acompañaran en otra visita.
No eran los Hare Krishna, era la secta del Guru Maharaj Ji.
Durante el regreso hicimos elucubraciones acerca de lo que haría aquella gente dentro de la casa, y de lo que podían contar. Pasaron varios días y decidi acercarme por mi cuenta, aunque fuera solo (el resto de amigos tenía siempre alguna escusa). Así que elegí el día y la hora, y alrededor de las ocho de la tarde fui al chalecito, y entré con cuidado de no hacer ruído. En la entrada, un montón de zapatos colocados en orden, y un tío que andaba descalzo de una habitación a otra me indicó que dejara allí los mios y le siguiera. Entré en una habitación cuyo suelo estaba cubierto por una gran alfombra.
Todos los presentes dirigían su mirada y atención hacia otro que estaba sentado junto a una foto del Guru y les hablaba. La foto parecía estar colocada sobre un altar con muchas flores y una sola vela encendida. Varias varitas de sándalo encendidas perfumaban el ambiente y ayudaban a crear una atmósfera que propiciaba la concentración. Me fijé en el personaje de la foto, aquél no era el gurú de los Beatles, aquél era un niño bajito y gordo, mucho más gordo que Enrique -daba la impresión de estar mirándote desde la fotografía-, y estaba sentado sobre unos cojines, descalzo, con una túnica de color naranja y al cuello un gran collar de flores, como los hawaianos y una enorme corona dorada sobre su cabeza.
Me senté el último, y fui observando a los presentes, gente variopinta, de todas las edades, pelajes, y ropajes, con aspecto de hippie, pero yo juraría que en un noventa por ciento eran pijos camuflados. Escuché lo que decía aquel indivíduo, hablaba de Dios y de la luz, y cuando uno de los hippies tomó la guitarra que estaba en el suelo y empezó a tocar, y los demás comenzaron a cantar, me levanté con cuidado para no llamar la atención, me calcé los zapatos y salí a toda pastilla de allí. Al llegar al barrio, les relaté a todos mi experiencia pero no conseguí incentivarlos para que me acompañaran en otra visita.
No eran los Hare Krishna, era la secta del Guru Maharaj Ji.
2 comentarios:
Allá en los setenta yo me sentí atraída por la historia del Maharishi Mahesh, por eso de la novedad hippi y las lecturas del Hesse y compañía, pero no tuve ocasión de conocerlo a fondo (no existía el internet). Esperaré a ver qué pasa con tu guru.
Por cierto, curioso el post de la Señora en el argenlibre.
Saludos.
Ese mismo Maestro lo conocí por lo años setenta, y la verdad k me quede muy pillao con todo aquello k me duró muchisimos años, y fue algo bello, lo k mas me gustaria saber es de un joven guitarrista llamado manolito k aun el la actualidad compone musica para guru mahara ji, k aunque no lo creais aun anda po hay xd.agradeceria si alguien me diera informacion de este chico ya no tan chico jajajaja pues tocaba de cojones
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