No puedo culpar al mono.
Lo escuché y punto. El resto es asunto mío. Desde hace tiempo me
animaba a viajar; sin embargo, el interés por terminar la novela era
tal que el viaje se había convertido en un sueño sobre el que
apenas me centraba y, cuando lo hacía era de muy de tarde en tarde.
Fueron las noticias de los diarios donde encontré la excusa para
viajar; añoraba esos fantasmas que me habían alumbrado la
adolescencia y anhelaba el encuentro idealizado y la peregrinación
al inmueble de culto. Mi particular Meca.
Me decidí, y empleé esa
mañana de Agosto en husmear en internet, busqué una oferta que no
desbordara mi bolsillo y..., finalmente encontré la ganga que
esperaba, por unos seiscientos euros encontré un viaje a Nueva York.
Sí, por seiscientos euros, ida y vuelta con hotel incluido.
Noté la crisis,
Yanquilandia al alcance de la mano -pensé. Me arriesgué y efectué
la compra, dejé que los dígitos de mi visa se perdieran por la red
y, en cuestión de minutos un correo me anunciaba la confirmación,
el número de vuelo, hora de salida y de llegada, y lo más
importante: la reserva del hotel.
Solo, sí solo; era mi
sueño y no podía desperdiciarlo con nadie más. Algo de canguelo
pasé en el aeropuerto de Madrid, con tanta pasma mirando tan
desafiantes a los viajeros. Pasé los ridículos controles de metal,
dejé que me fisgonearan por los rayos X y nada. ¿Qué coño se
pensaban que podía ocultar en el agujero del culo? ¿Acaso un porro?
No me van las coñas marineras, nunca me han ido. Confíe mis enseres
en el destino, y únicamente subí con lo necesario y mi portátil.
La rubia que me encasquetaron al lado me importaba un rábano, no iba
a dejar que me distrajera. La mujer de mis sueños no era rubia
precisamente. Las rubias suelen llevar algo de artificio encima como
si fuera marca de la casa; donde se ponga una morena de labios gordos
que se aparte lo demás.
Aterrizamos en el
Aeropuerto Internacional de Newark, 16 kilómetros me separaban de mi
destino. Trinqué mi maleta y pasé los controles. Me dirigí a la
salida. Tomé un taxi que me dejó en mi hotel, el tío cobró y se
largó con viento fresco. Recogí la llave en recepción, deshice el
equipaje y me duché. Me tumbé un rato en la cama. Cuando bajé, la
chica de recepción me facilitó un mapa de la zona y, me señaló
los lugares que eran de mi interés. Me compré un bocata en un
colmado y caminé... caminé...
¡Por fin llegué! Me
senté enfrente, en la acera. Frente a la fachada: el objetivo de mi
móvil. Fascinado. Si, estaba fascinado, hacía tiempo que algo no me
embargaba de esa forma. ¿Por el color de su fachada? ¿Por el
deterioro de la misma?...
Algo así como -What are
you doing here? -Fue la intro al interrogatorio de la enorme mujer
policía negra que se acercó por detrás y tocó mi hombro,
sacándome de mi estado de somnolencia, consecuencia de las horas de
vuelo y, del cambio de hora.
Nothing – le respondí
en tono amistoso.
Where are you from? Acaso
hispano -añadió
Tánto se me nota -pensé.
Abandoné mi inglés
macarrónico e intenté dialogar con ella. ¡Ganármela, vamos! No,
soy español, para tí puede significar lo mismo.
What? -Me respondió con
esa resonancia extrema que tienen los negros al pronunciar.
Llevas mucho tiempo aquí
sentado ¿Por qué?
Entendí que cumplía con
su trabajo, y reconozco que me embargó con su presencia. No me
atemorizó, a pesar de su tamaño, de sus gruesas piernas, de su
entubado uniforme, de sus enormes tetas: que a semejanza de dos
globos aerostáticos parecían pugnar entre ellos por asomarse para
respirar por encima de la camisa que la encorsetaba.
Sin embargo, eran sus
morros, sus gruesos labios los que me erotizaron. Me pregunté
entonces cual era la verdadera razón por la que Crumb, había dejado
América para instalarse en el sur de Francia.
Semejante especimen bien
merecía abandonarse y... dedicarse uno a la vida contemplativa.
Me marcho – Me dijo,
tienes todavía una hora por delante. Mi sustituto no creo que sea
tan paciente como yo. Andate con cuidado.
Chao -le respondí
sonriente y agradecido. Se perdió calle abajo, moviendo
armónicamente su enorme pandero al tiempo que se fundía con la
oscuridad reinante.
Centré la atención en
la puerta principal del viejo edificio. En el ir y venir de la
clientela del restaurante que ocupaba los bajos, me servía de
distracción. Tomé fotos con el móvil hasta agotar la batería.
Pocas luces eran las que alumbraban el interior. A pesar del gasto,
el servicio de seguridad aún lo mantenían. Me quedé frito junto a
los coches aparcados junto a la acera y, fue el mono el que me
zarandeó el hombro y el que me devolvió a la realidad. Caí en la
cuenta del consejo de la policía negra. Al incorporarme, vi aquella
otra mujer caminando, con la cabeza gacha, tan pintoresca, cargada
con bolsas, supuse que se dirigía hacia el hotel. Cruce la calle
corriendo, y en un pésimo inglés le dije que quería ayudarla. Me
miró, con su cabeza enmarañada de pelos y cintas. Me contempló de
arriba abajo.
¿Va usted al hotel?
Verdad -le pregunté
Claro -me respondió.
¿Dónde pensaba que iba
a ir a estas horas?
¿Pero no me dejaran
entrar?
No te preocupes, si
vienes conmigo nadie hará preguntas.
Tomé una de las bolsas.
Le di mi mano libre y entramos agarrados como dos novios.
Nadie se percató de
nuestra presencia. Tomamos el ascensor. La miraba de reojo, me
resultaba familiar. Me invitó a entrar en su habitación.
Deja la bolsa ahí y ven,
siéntate a mi lado. ¿De dónde eres? - preguntó. La obedecí y
mientras ella se acomodaba al filo de la cama, tomé una silla y me
acerqué, al tiempo que le decía -De Madrid.
Y rompió a reír.
Carcajada tras carcajada, convulsa. ¿De Madrid? Y qué coño haces
aquí. -Respondió mientras se levantaba, se arrimaba al armario y
sacaba una botella.
Me enteré de lo del
Hotel, y vine, no podía dejar que pasara el tiempo, permanecer allí
como un inútil. Y seguir las noticias por internet.
¿Internet? -preguntó.
Bueno es un poco tarde, me voy a echar un rato. Mañana acomodaré
esas baratijas. Ahí tienes el suelo y la alfombra – Me dijo
señalando el piso de la habitación. Y mientras rompía a reír a
carcajadas me dijo : No pensarías que me lo iba a hacer también
contigo,¿Verdad?
Fue entonces cuando me
fijé en el retrato que descansaba sobre la mesita de noche. La
reconocí, era ella, Janis. Nunca se había ido. Había permanecido
allí durante todos estos años... tal vez esperándome. La obedecí,
ni me quité la ropa me tendí a los pies de su cama como un perro. Y
cerré los ojos...
Aún estoy esperando a
que vengan a servirnos el desayuno.