miércoles, 26 de diciembre de 2012

EL VIAJE A NUEVA YORK


No puedo culpar al mono. Lo escuché y punto. El resto es asunto mío. Desde hace tiempo me animaba a viajar; sin embargo, el interés por terminar la novela era tal que el viaje se había convertido en un sueño sobre el que apenas me centraba y, cuando lo hacía era de muy de tarde en tarde. Fueron las noticias de los diarios donde encontré la excusa para viajar; añoraba esos fantasmas que me habían alumbrado la adolescencia y anhelaba el encuentro idealizado y la peregrinación al inmueble de culto. Mi particular Meca.
Me decidí, y empleé esa mañana de Agosto en husmear en internet, busqué una oferta que no desbordara mi bolsillo y..., finalmente encontré la ganga que esperaba, por unos seiscientos euros encontré un viaje a Nueva York. Sí, por seiscientos euros, ida y vuelta con hotel incluido.
Noté la crisis, Yanquilandia al alcance de la mano -pensé. Me arriesgué y efectué la compra, dejé que los dígitos de mi visa se perdieran por la red y, en cuestión de minutos un correo me anunciaba la confirmación, el número de vuelo, hora de salida y de llegada, y lo más importante: la reserva del hotel.
Solo, sí solo; era mi sueño y no podía desperdiciarlo con nadie más. Algo de canguelo pasé en el aeropuerto de Madrid, con tanta pasma mirando tan desafiantes a los viajeros. Pasé los ridículos controles de metal, dejé que me fisgonearan por los rayos X y nada. ¿Qué coño se pensaban que podía ocultar en el agujero del culo? ¿Acaso un porro? No me van las coñas marineras, nunca me han ido. Confíe mis enseres en el destino, y únicamente subí con lo necesario y mi portátil. La rubia que me encasquetaron al lado me importaba un rábano, no iba a dejar que me distrajera. La mujer de mis sueños no era rubia precisamente. Las rubias suelen llevar algo de artificio encima como si fuera marca de la casa; donde se ponga una morena de labios gordos que se aparte lo demás.
Aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Newark, 16 kilómetros me separaban de mi destino. Trinqué mi maleta y pasé los controles. Me dirigí a la salida. Tomé un taxi que me dejó en mi hotel, el tío cobró y se largó con viento fresco. Recogí la llave en recepción, deshice el equipaje y me duché. Me tumbé un rato en la cama. Cuando bajé, la chica de recepción me facilitó un mapa de la zona y, me señaló los lugares que eran de mi interés. Me compré un bocata en un colmado y caminé... caminé...
¡Por fin llegué! Me senté enfrente, en la acera. Frente a la fachada: el objetivo de mi móvil. Fascinado. Si, estaba fascinado, hacía tiempo que algo no me embargaba de esa forma. ¿Por el color de su fachada? ¿Por el deterioro de la misma?...
Algo así como -What are you doing here? -Fue la intro al interrogatorio de la enorme mujer policía negra que se acercó por detrás y tocó mi hombro, sacándome de mi estado de somnolencia, consecuencia de las horas de vuelo y, del cambio de hora.
Nothing – le respondí en tono amistoso.
Where are you from? Acaso hispano -añadió
Tánto se me nota -pensé.
Abandoné mi inglés macarrónico e intenté dialogar con ella. ¡Ganármela, vamos! No, soy español, para tí puede significar lo mismo.
What? -Me respondió con esa resonancia extrema que tienen los negros al pronunciar.
Llevas mucho tiempo aquí sentado ¿Por qué?
Entendí que cumplía con su trabajo, y reconozco que me embargó con su presencia. No me atemorizó, a pesar de su tamaño, de sus gruesas piernas, de su entubado uniforme, de sus enormes tetas: que a semejanza de dos globos aerostáticos parecían pugnar entre ellos por asomarse para respirar por encima de la camisa que la encorsetaba.
Sin embargo, eran sus morros, sus gruesos labios los que me erotizaron. Me pregunté entonces cual era la verdadera razón por la que Crumb, había dejado América para instalarse en el sur de Francia.
Semejante especimen bien merecía abandonarse y... dedicarse uno a la vida contemplativa.
Me marcho – Me dijo, tienes todavía una hora por delante. Mi sustituto no creo que sea tan paciente como yo. Andate con cuidado.
Chao -le respondí sonriente y agradecido. Se perdió calle abajo, moviendo armónicamente su enorme pandero al tiempo que se fundía con la oscuridad reinante.
Centré la atención en la puerta principal del viejo edificio. En el ir y venir de la clientela del restaurante que ocupaba los bajos, me servía de distracción. Tomé fotos con el móvil hasta agotar la batería. Pocas luces eran las que alumbraban el interior. A pesar del gasto, el servicio de seguridad aún lo mantenían. Me quedé frito junto a los coches aparcados junto a la acera y, fue el mono el que me zarandeó el hombro y el que me devolvió a la realidad. Caí en la cuenta del consejo de la policía negra. Al incorporarme, vi aquella otra mujer caminando, con la cabeza gacha, tan pintoresca, cargada con bolsas, supuse que se dirigía hacia el hotel. Cruce la calle corriendo, y en un pésimo inglés le dije que quería ayudarla. Me miró, con su cabeza enmarañada de pelos y cintas. Me contempló de arriba abajo.
¿Va usted al hotel? Verdad -le pregunté
Claro -me respondió.
¿Dónde pensaba que iba a ir a estas horas?
¿Pero no me dejaran entrar?
No te preocupes, si vienes conmigo nadie hará preguntas.
Tomé una de las bolsas. Le di mi mano libre y entramos agarrados como dos novios.
Nadie se percató de nuestra presencia. Tomamos el ascensor. La miraba de reojo, me resultaba familiar. Me invitó a entrar en su habitación.
Deja la bolsa ahí y ven, siéntate a mi lado. ¿De dónde eres? - preguntó. La obedecí y mientras ella se acomodaba al filo de la cama, tomé una silla y me acerqué, al tiempo que le decía -De Madrid.
Y rompió a reír. Carcajada tras carcajada, convulsa. ¿De Madrid? Y qué coño haces aquí. -Respondió mientras se levantaba, se arrimaba al armario y sacaba una botella.
Me enteré de lo del Hotel, y vine, no podía dejar que pasara el tiempo, permanecer allí como un inútil. Y seguir las noticias por internet.
¿Internet? -preguntó. Bueno es un poco tarde, me voy a echar un rato. Mañana acomodaré esas baratijas. Ahí tienes el suelo y la alfombra – Me dijo señalando el piso de la habitación. Y mientras rompía a reír a carcajadas me dijo : No pensarías que me lo iba a hacer también contigo,¿Verdad?
Fue entonces cuando me fijé en el retrato que descansaba sobre la mesita de noche. La reconocí, era ella, Janis. Nunca se había ido. Había permanecido allí durante todos estos años... tal vez esperándome. La obedecí, ni me quité la ropa me tendí a los pies de su cama como un perro. Y cerré los ojos...
Aún estoy esperando a que vengan a servirnos el desayuno.

lunes, 10 de diciembre de 2012

SOPA DE TOMATE


Tras el almuerzo, mientras los platos se dejaban acariciar por el estropajo jabonoso, él dirigió la mirada hacia el escurreplatos, para ganar tiempo.

La cena apuntaba como otra de sus asignaturas pendientes y, al observar lo poco que quedaba en el refrigerador, preguntó a su compañera qué hacer para engañar el estómago de la vieja y el suyo propio.

-Déjame ver qué tienes ahí -le instó ella.

Él se apresuró a abrir la inmaculada portezuela, y a continuación se limitó a señalar con el dedo.

-Ajá. Bueno, tienes avíos para esta noche. Tomate, cebolla, ajo y apio. Con esto no necesitas nada más. Prepara una buena sopa de tomate cuando regreses. Yo te dejaré cortada la cebolla y el tomate, y te lo dejo en el frigorífico.

La compañera se afanó en la labor, mientras la vieja entraba en éxtasis enfrentada al televisor. Recogieron las migas de la mesa y rotaron el hule alrededor del palo. Se fueron a la cocina, la anciana levitaba ausente.

Al cabo de unos minutos pasearon tranquilos hasta llegar al trabajo, se enzarzaron en sus respectivos teclados y a las nueve recogieron. Ella lo acompañó hasta su casa, como de costumbre, para enfilar a continuación la autopista hasta su particular nido.

Cuando él subió, hizo vibrar el timbre de manera insistente. La vieja le abrió, no hubo palabras ni gestos. Mientras él se descalzaba, la mujer le preguntó si debía hacer algo. Él le respondió taxativamente: pon la mesa. Ella obedeció y a continuación le hizo la pregunta de rigor: ¿cuchara o tenedor?

-Para mi, cuchara.
-¿Qué vamos a cenar?
-Sopa de tomate.
-A mí me pones poco.
-Cuando termine te sirves lo que te de la gana.

Puso la cazuela a calentar con un chorreón de aceite y añadió la cebolla que su compañera había cortado en juliana fina tras el almuerzo. Una vez rehogada la cebolla agregó un par de dientes de ajo cortaditos en rodajas y, a continuación, el tomate cortado también en cubitos pequeños. No conforme con su estreno, más tarde añadió un poco de apio y algo de calabaza.

Mientras el tomate se freía lentamente, encendió otro fuego y colocó la plancha para tostar unas rebanadas de pan. Después, revisó el tomate y vertió el agua, un poco de sal y una pastilla desmenuzada de caldo de pollo. Llevó a ebullición la sopa y dejó cocer media hora.

A última hora recordó el consejo de su compañera: unas cucharadas de queso rallado potenciarían el sabor del tomate y la cebolla.

Salió de la cocina y se sentó en el sofá contemplando a su madre que se había quedado dormida. Al cabo de un rato miró el reloj, se fue a la cocina, probó el caldo y sacó los platos de la alacena. La sopa estaba en su punto. Entonces lanzó un grito a la madre y ésta se apresuró a sentarse a la mesa. Cenaron sin mediar palabra.

Ingredientes:
Cebolla
Tomate
Ajo
Aceite
Apio
Calabaza (opcional)
Pastilla de caldo
Queso rallado (opcional)
Pan tostado y agua.