Percibo lamentos, que como una paradoja se multiplican en el aire. Salgo al patio, sin embargo es la radio del vecino la que canturrea. La gata no se inmuta, sólo me mira y me toca con la pata. Sorbo el café rancio y saboreo la torta crujiente. Son las siete y media pasadas.
He tentado al diablo y no me ha hecho caso, me castiga con su indiferencia. Después, cuando se sienta solo, que no me llame. Tendré su desprecio en cuenta.