domingo, 29 de agosto de 2010

RECOLECCIÓN



Comprobó la hora en el reloj, recogió la bolsa del mostrador y salió de la farmacia oculto bajo el sombrero, sin pronunciar una palabra, ni tan siquiera decir adiós -cosa que no molestó a la dependienta que ya estaba acostumbrada a sus desaires-. Deambuló con la cabeza baja sin llamar la atención entre los derrotados y las pocas almas que paseaban por la calle a esas horas; parecía no tener prisa. Cruzó la avenida ancha y callejeó hasta llegar al parque. Observó con discreción: estaba concurrido, los árboles habían perdido las flores y las hojas de un verde mustio aparentaban dar frescor a aquella calurosa noche de Agosto.
Los padres charlaban confiados en los bancos de hierro, mientras los niños se divertían con la rueda, los columpios, y el balancín. Algunos se perseguían al tiempo que ciertos mayores practicaban con juegos propios para el mantenimiento en forma de su desgastada musculatura. Atravesó el parque en diagonal, discreto, con su zurrón al costado. Al llegar al murete que rodea la escalinata que conduce a la calle de atrás, se topó con el pequeño que lucía sonrisa de querubín. El niño, agazapado, le dirigió su inocente mirada y le dijo confiado –me he escondido aquí para que no vean y me persigan. Ni corto ni perezoso comprobó el distraimiento del vecindario, y veloz como el halcón lo tomó en sus brazos y lo introdujo en el zurrón. Apresuró el paso hasta llegar a su vivienda unifamiliar.
Tras flanquear la portezuela del jardín, abrió apresurado la puerta de la casa, sin que del zurrón saliera voz alguna. Cerró la puerta con el pestillo por dentro. Acto seguido, sacó al pequeño y lo acomodó en el sofá que enfrentó al televisor encendido. Él se encerró en la cocina, encendió el fuego de leña, y puso a hervir agua en una enorme olla de barro rojo. Entretuvo su tiempo cortando ajos y cebolla, partiendo pimientos, y preparando el sofrito en otro fuego.
Fuera, en la parte trasera de la casa, el olor del refrito había despertado a los perros que permanecían atados a la estaca. Ahora ladraban hambrientos y forcejeaban con las cadenas. Reclamaban su ración para sobornar su silencio y complicidad. El termo de gas situado en el exterior de la casa se convulsionó, el agua de la ducha estaba siendo empleada a fondo.

lunes, 23 de agosto de 2010

VERANO

El jueves, poco antes de las ocho de la tarde, el vecino se precipitó por las escaleras abajo como alma que lleva el diablo. No entendí las prisas, eché la culpa de tan precipitada bajada al calor sofocante de este mes de Agosto. El colmado de la esquina no cierra hasta las nueve –pensé-, con lo que aún le quedaba tiempo sobrado para hacer la compra para la cena.

Estaba en el patio regando las plantas, alcé la vista, y al fondo del pasillo me pareció vislumbrar la silueta de un maromo al que no conocía y que parecía esperarlo. La albahaca agradecida me regaló con su aroma, me sentía cómodo a la sombra del muro encalado, y me abandoné a la lectura: Steinbeck y su perla me atraparon.

Pasadas las nueve, decidí regresar a mi hogar. Dejé el libro sobre la mesa, dije adiós a los gatos y me marché. Al salir, unas risitas atrajeron mi atención. Dos hombres, bien diferenciados, parloteaban sujetos al árbol que poco antes los había cobijado con su sombra. El más alto se percató de mi presencia, y traté de evitar su mirada para no abortar el idílico trance que parecía sumirlos. El más pequeño, mi vecino, se abrazaba al tronco zarandeándolo de un lado hacia otro, mientras el otro ejercía de vigía.
Se habían terminado las vacaciones y ahora todo volvía a la normalidad. Al aquí te cojo y aquí te pillo.

jueves, 5 de agosto de 2010

LOCO DE ATAR


Hello loco, he contemplado cómo las turistas te rodearon pertrechadas para la ocasión con cámaras que inmortalizaran el encuentro. Pobres turistas, desplazadas desde tan lejos, ataviadas como si fueran de carnaval. Se han apostado a las afueras, cerca de la jaula, y han esperado a que el celador te dejara salir. La de la escarola me ha divertido especialmente, perdida entre sus bucles oxidados, abandonados como por descuido. La otra tonta, la del pelo lacio, a la que no le quité ojo, se te arrimaba como lapa para no quedar fuera del encuadre al tiempo que callejeabais. Han preferido el blanco y negro. Han pretendido revestir el encuentro de un look sesentero.

Loco, te has masturbado en sus narices mientras les recitabas un no sé qué que las ha inmovilizado.

Del cartucho que portaban te han ofrecido sus secretos, has tomado un puñado y los has lanzado al viento como polvo que estorba; avellanas tostadas sin cáscara para la próxima ocasión les has dado a entender. Se han parado en un bar y te han ofrecido de beber. Se han extasiado cuando has preferido el refresco de cola, en contraposición al cubata que las suspendía. No me quedé con la cara de la que llevaba la cámara, parecía la más lista, sólo te enseñaba el pajarito para tenerte entretenido. Eligieron una librería, en lugar de la típica tienda de souvenir, ojearon libros y te sometieron al tercer grado esperando pillarte; como buen estratega que eres les diste con dos palmos en la cara.

Se ha pasado el día y el carrete se ha acabado. Esas coristas de tres al cuarto te acompañaron hasta la jaula para cerciorarse de que entrabas y de que lo que de ti hablan era verdad.

Loco, una vez dentro te has girado y les has dedicado un último adiós con la manita. Loco, sigue a tu aire, que lo estás haciendo muy bien y a ésas que les den por el culo la próxima vez que se quieran hacer la foto contigo. Ale, a seguir bien.

Loco, se me olvidaba, también te he visto en televisión, enfrentado al tarado que filosofaba acerca del hormigón. Me sorprendió ver cómo te encogías de hombros y te regodeabas en tu humo; a pesar de la chanza que les causaste supiste salir airoso. Loco, tú eres grande, por eso los demás se postran y te buscan.

Te pongo un diez, y te recuerdo que no me gusta que llegues tarde a clase a pesar de estar loco de atar. El próximo en preguntarte seré yo.