Esperó doliente. Sin embargo, al oír su nombre, entró diligentemente, sin vacilar, y se sentó frente al analista entregándole los papeles con los casilleros debidamente rellenados según su criterio. Aguardó entonces, en silencio, la sentencia. El otro, parapetado tras la mesa, leyó apresuradamente y lo miró sorprendido, el cuestionario presentaba un noventa por ciento de las respuestas contestadas afirmativamente. En esa tesitura meneó la cabeza de un lado a otro desconcertado. Le hubiera resultado más fácil, según indicó, la alternancia de negativas con positivas. El documento presentado le hacía dudar de su propia cordura, pero él…, él…, era el doctor, y debía seguir jugando su papel, la patología que el paciente presentaba obedecía a un cuadro distímico. Juzgó necesario entonces la visita al sicólogo. El paciente asintió con la cabeza positivamente.
- ¿Nunca ha disfrutado de la vida? – preguntó el doctor.
- Aunque le parezca mentira, no fue hasta los dieciséis o dieciocho años que empecé a disfrutar de pequeños momentos de dicha – le contestó el paciente.
A continuación, le mostró los dibujos que celosamente guardaba en una subcarpeta. El siquiatra los revisó con curiosidad, hizo comentarios intrascendentes, y perturbado ante la pasividad del artista, consultó su reloj. Lo despachó con la excusa de que se hacía tarde y debía atender a otros pacientes.
Por favor – le dijo con amabilidad extrema al tiempo que escribía sobre la vieja receta nuevas indicaciones –, entrega este documento en la ventanilla y que te den día para el mes de Junio. Y de camino cita con el sicólogo.
Gracias –le respondió el paciente alargándole la mano en señal de cortesía, recogió sus bártulos y se marchó con viento fresco. La enfermera de la ventanilla lo saludó cortésmente, tomó el documento del médico y a continuación fijó un día para el mes de Junio, añadiendo: para el sicólogo ya te avisaremos por teléfono. El siguiente por favor. El paciente giró la cabeza y comprobó la larga fila de dolientes que aguardaba a su espalda demandando parabienes. Salió del local, sacó del zurrón sus apuntes de siquiatría y se fue leyendo por el camino hasta la parada del autobús para estar bien preparado en el próximo examen. Una vez allí, tomó la línea azul para volver a su domicilio, a su jaula sin barrotes, a la disyuntiva diaria.