Prefirió archivar en su subconsciente el episodio de la muñeca y aparcar lo sucedido esa noche para relatarlo en primera persona al doctor que lo sometía a continuos test psicológicos para desenmascarar sus posibles utopías. Consideraba que de hacer partícipe a Philip podría considerar la historia fruto de una precipitada infusión.
Pasaron varios días y el hecho no volvió a repetirse. Especulaba que lo ocurrido bien podía ser fruto de la impresión que causó en él la abigarrada decoración de la vivienda de Rachael. Por esta razón, días más tarde, se presentó en su domicilio sin avisar, dispuesto a concederse una segunda oportunidad. Al llegar, detectó para su sorpresa, que la puerta del apartamento estaba entornada, como si la dueña anhelara la visita. Al empujar con el dedo índice la puerta se abrió sin chirriar y el aire calmo que reinaba en el interior lo abrazó dándole la bienvenida. Dedujo que la propietaria habría preparado la cena y aguardaba sentada a la mesa. Sin vacilar y sin hacer ruido se dirigió hacia el salón esperando impresionarla con su llegada. Ella, al verlo, le hizo los honores sin dilación. Una luz tenue procedente de unas velas proclamaba una cálida velada.
Tras la cena volvió a revivir las horas frente al hipnótico televisor, y con la excusa de ir al baño decidió visitar el cuarto de la muñeca. Entró en el pequeño espacio sin respirar, temiendo alertar de su presencia al juguete. Para su sorpresa, dos muñecas de porcelana exactamente iguales presidían la balda sentadas. En su cerebro, como una broma pesada, retumbó a modo de eco la siguiente frase: ¿no vais a darle un beso a papito?.
Las muñecas abrieron los ojos como respuesta a la pregunta telepática. Permanecían quietas, con la mirada ausente. Rick acercó sus labios y las besó como un padre hubiera besado a sus gemelas, en la mejilla. Tornó junto a Rachael hasta que la emisora concluyó la emisión.
No hizo falta que ésta le rogara para seguir compartiendo la noche. De madrugada, como la vez anterior, volvió a despertarse. En esta ocasión tuvo la sensación de que unas manos pequeñas tiraban con fuerza de sus pies hacia fuera de la cama. Sin hacer ruido se levantó y de puntillas se dirigió hacía el cuarto; al estar la ventana cerrada no entraba luz y no quiso pulsar el interruptor para alertar a Rachael. A tientas, con ayuda de las manos, se guió hasta el camastro y se tendió boca arriba encomendándose a todos los santos. Cerró los ojos y trató de relajarse bajando el ritmo de la alocada respiración mientras aguardaba la visita.
Esa mañana, a pesar de ser sábado, Rachael se despertó temprano y le sorprendió no encontrar a Rick a su lado. Divisó al fondo la ropa de éste sobre la silla; junto a los pies de la cama su calzado. Contempló la posibilidad de que estuviera en el baño aseándose, pero ante la tardanza desechó ese pensamiento. Al no acudir a su llamada se levantó y decidió averiguar en qué lugar de la vivienda se encontraba y qué hacía. Al salir al pasillo divisó al fondo la puerta abierta del cuarto de Nancy, lo que atrajo su atención acercándose perpleja. Encendió la luz y el pelo se le erizó al tiempo que la angustia enmudecía su garganta impidiéndole gritar. Rick yacía sobre el lecho, desnudo, con el pelo blanco, los ojos abiertos de par en par y el cuerpo cubierto de arañazos. A los pies de la cama, desmembrada, con la ropita destrozada y la cabeza girada, la muñeca compartía el silencio.